MARCOS AGUINIS, o el
atroz encanto de vernos en pelotas
Un jueves del mes de enero de 2002, en el
Salón Atlántico del Sheraton Hotel de Mar del
Plata, el Dr. Marcos Aguinis , novelista y ensayista
argentino, disertó informalmente ante más de 700
personas.
Lo hizo inaugurando el ciclo organizado por Editorial Planeta,
con entrada libre y gratuita, que consiste en presentar todos los
jueves de este verano a un escritor argentino para que el
público pueda tomar contacto con él. Al Dr. Aguinis
le seguirán Félix Luna, Martín
Caparrós, Pacho O'Donnell, Jaime Barylko, Osvaldo
Bayer, Santiago Kovadlof y Eduardo Mignogna.
El equipo de LA KERMESE , avisado por nuestro
semiólogo y con el Loco de las paredes incluido, estuvo
presente y tomó debida nota de lo acontecido.
El autor de "La cruz invertida", "La gesta del
marrano" y "Un país de novela", entre otras
obras, se explayó sobre temas de actualidad con su
habitual profundidad y capacidad de análisis, siempre
mirando más allá de la coyuntura y apuntando vicios
y defectos argentinos que parecen haber sacado chapa de males
congénitos.
En la foto a la que gentilmente se prestó Aguinis en el
lobby del hotel, podemos apreciar su expresión de asombro
y pasajera incredulidad ante el avance que le hizo el Loco:
"no se mueva, maestro, así lo escracho para LA
KERMESE y se hace famoso", le dijo nuestra bestia.
Marcos Aguinis comenzó su charla refiriéndose a
las particularidades que tiene la lectura, que la hacen una
actividad distinta e insustituible para el espíritu del
hombre. Para él, "la lectura representa los fierros
del pensamiento, la gimnasia de las neuronas". LA
KERMESE pensó para sí "arrancamos
bien", ya que la lectura es para nosotros exactamente lo que
dijo el escritor.
Luego citó a Borges, quien dijo que el libro es algo
completamente distinto a todas las cosas que utiliza el hombre,
que son prolongaciones de su cuerpo. El teléfono es
prolongación de su voz, la espada y el arado lo son de su
brazo, la televisión lo es de sus ojos, y así
siguiendo. Pero el libro es una prolongación ya no del
cuerpo sino del espíritu humano, y eso lo hace
cualitativamente distinto.
Precisó luego algunas características de nuestro
país, citando frases de personalidades europeas que nos
han visitado desde fines del siglo XIX, y el murmullo de
aprobación de la concurrencia indicaba que Aguinis
hacía blanco una y otra vez:
- "aquí nadie se aburre, en otros países la
gente no sabe qué hacer con su ocio, y hasta sufre de
transtornos psicológicos por ello, yo creo que
habría que invitar a un sueco o un alemán para que
venga aquí, y con nuestra agitación y
aceleración se curaría de ese problema en no
más de quince días".
- "la Argentina va hacia adelante porque los argentinos
duermen de noche y durante ese tiempo paran de robar"
(Clemenceau, director del diario "L'Aurore" y luego
presidente de Francia).
Esa agitación y aceleración no indican que
avancemos. Es sólo como un automóvil que conducimos
frenéticamente, pero que tiene las cuatro ruedas en el
aire, con la consecuencia lógica de no ir a ninguna parte.
Esto es comprobable observando la cíclica
repetición de fenómenos que al parecer siempre
retornan del pasado y debemos revivir y padecer:
devaluación, incertidumbre, drásticos cambios de
las reglas de juego de la economía, etc.
El último libro de Aguinis tiene en su tapa una
ilustración del pintor renacentista Tiziano que representa
el mito de Sísifo, aquel que fue condenado por los dioses
a subir una enorme piedra hasta la cima de una montaña,
pero que al llegar a ella la piedra siempre rodaba hasta abajo,
con lo que Sísifo debía repetir su tarea
eternamente y sin atisbos de esperanza. LA KERMESE
rememoró en este punto un famoso libro de Albert Camus,
"El mito de Sísifo", aparecido poco
después de la segunda guerra mundial, en el que el
esfuerzo sin porvenir de Sísifo es visto como constitutivo
de la naturaleza humana. Aguinis dijo que la idea de la tapa no
fue suya, sino de la editorial Planeta, pero juzgó que era
un acierto.
Los argentinos nos hemos hecho adictos al maquillaje, que
consiste en cambiar cosas o personas con una gran
dinámica, pero simplemente para que no cambie nada. Los
cambios deben ser estructurales: una profunda reforma del sistema
jurídico, educativo, político y económico
para que la transformación sea EN SERIO, y no medidas
apresuradas y dictadas por la coyuntura, o cambios de
funcionarios o de ministerios devenidos en secretarías o
viceversa.
Ese gatopardismo no sólo es inconducente sino
trágico, ya que no se pone remedio a nuestros males y
además hace que la situación se agrave
progresivamente.
Otro dardo certero de Aguinis fue la mención del
facilismo enraizado en nuestro modo de ser. Citó la frase
de Perón "con una buena cosecha nos salvamos"
como representativa de ese modo de ver las cosas, que tuvo su
base en las épocas doradas en que la Argentina
vivía de su actividad agrícola y ganadera que,
dadas las condiciones de un territorio excepcional, generaba
riqueza con muy poco esfuerzo.
Aguinis pidió disculpas por "una deformación
profesional mía, por mi condición de médico
neurocirujano y psiquiatra, que me hace diagnosticar el principal
problema nacional como la psicopatía que
caracteriza a nuestros dirigentes de las últimas
décadas". Con la salvedad de que hablar de
"argentinos" o "franceses" o
"alemanes" es una generalización artificial, ya
que los seres humanos representan una variedad tan amplia como la
misma cantidad de personas que existen, no obstante pueden
extraerse algunas características que se repiten
estadísticamente y que hacen que estas generalizaciones
tengan su punto de apoyo.
Esta "psicopatía" es muy difícil de
curar en quienes la padecen, ya que por su índole los
dirigentes psicópatas no pueden corregirse, pues ven a sus
defectos como virtudes, y por lo tanto persisten en su actividad
de robar, mentir y vivir en su propio mundo alejado de las
necesidades populares porque se ven a sí mismos como si
estuvieran haciendo lo correcto.
Empero, Aguinis dijo que existe una esperanza para que cambien.
Y consiste en que nuestro estar alertas y no dejarles pasar
impunemente sus trapisondas puede lograr que los tipos dejen de
hacer macanas tan sólo porque hacerlas ya no sea negocio
para ellos, cuando vean que robar y mentir no les reporta el
éxito que anhelan.
Esa presión social, por ejemplo a través de las
13.000 ONG (Organizaciones No Gubernamentales) que existen hoy en
la Argentina, y en las cuales trabajan más de cuatro
millones de personas brindando su esfuerzo y su tiempo a cambio
de sentirse útiles trabajando para los demás, es en
la visión de Aguinis un cambio en la manera de ser de los
argentinos: participar activamente y no ser espectadores de la
rapiña de nuestros representantes.
Aguinis no dejó pasar la puntualización de que los
males de los dirigentes son los mismos males de nosotros los
ciudadanos. Citó como ejemplo al empleado de la
boletería del cine, que acuerda con el dueño una
remuneración menor pero con el complemento de quedarse
para sí con la diferencia por la venta de entradas
"especiales", que son las que aparecen
mágicamente, cuando las localidades están agotadas,
ante el oportuno billete del espectador que se presta a esa
modesta versión de la coima como institución
nacional.
También indicó la importancia de los humoristas,
cuya visión de la sociedad nacional impulsa en nosotros el
autoconocimiento al señalar defectos magnificados por el
grotesco.
El escritor se mostró esperanzado en que en la Argentina
las cosas se reviertan, porque para ello contamos con un
territorio con muchas riquezas y con un capital humano sumamente
valioso.
Y si bien reivindicó el reciente cacerolazo como un
despertar auspicioso de la ciudadanía, también
aclaró que la repetición de ese fenómeno
puede transformarse en una simple murga, y además no se
puede hacer avanzar a un país a puro cacerolazo, a modo de
democracia directa, porque una nación moderna forzosamente
debe gobernarse siguiendo el principio de "el pueblo no
gobierna ni delibera sino a través de sus
representantes".
Las referencias de Marcos Aguinis a su quehacer literario fueron
breves, rescatamos la mención de que alterna la escritura
de ensayos con el de obras de ficción, y que hace bastante
tiempo que ha dejado de cultivar el género del cuento,
"tal vez porque todos los días aparecen en la vida de
este país muchos cuentos, y en mi fuero íntimo esa
circunstancia me cohibe", deslizó con fino humor.
Colofón
Hemos resumido lo mejor que pudimos la charla de hora y media de
Marcos Aguinis.
Pero nos fuimos del Sheraton con la imagen de un Aguinis
colérico, intransigente, intratable y nada
condescendiente, gritándonos como un poseso delante de un
montón de personas y haciéndonos pasar un
papelón.
Creemos que los 25 dólares que le ofrecimos para que nos
diera una exclusiva para hablar sobre la intimidad de su labor
literaria, en lugar de quedarse a firmarles autógrafos a
los centenares de cholulos que allí había, no eran
motivo suficiente para armar semejante quilombo.
¿Corrupción de menores?
por María Elena Walsh
"No hay preguntas indiscretas.
Indiscretas son las respuestas."
Oscar Wilde
Vivimos consumiendo preceptos y productos sin cuestionarlos,
por temor a la indiscreción de las respuestas y porque es
más seguro acatar rutinas que incurrir en singularidades.
Un ejercicio de esclarecimiento podría empezar con estas
discretísimas preguntas:
¿Educamos a nuestras niñas para que en el
día de mañana (si lo hay) sean ociosas princesas
del jet-set? ¿Las educamos para Heidis de almibarados
bosques? ¿Las educamos para futuras cortesanas?
¿Las educamos para enanas mentales y superfluas
"señoras gordas"?
Así parece, por lo menos en buena parte de la bendita
clase media argentina, dada la aberrante insistencia con que se
estimula el narcisismo y la coquetería de nuestras
niñas y se les escamotea su participación en la
realidad.
La nena suele gozar de una envidiable amnesia para repetir la
tabla del cuatro junto con una no menos envidiable memoria para
detallar el último capítulo del idilio de tal
vedette con tal campeón o el menor frunce del
penúltimo modelo de Carolina de Mónaco cuando
salió a cazar mariposas en Taormina con su digno
esposo.
Consentimos y aprobamos que sea maniática consumidora
de chafalonía, vestimenta, basura impresa y todo lo que,
en fin, represente moda y no verdad. Consentimos que acuda al
espejito más neuróticamente que la madrastra de
Blancanieves, que sea experta en cosmética, teleteatros y
publicidad, que exija chatarra importada o que calce imposibles
zuecos para denuedo de traumatólogos.
Formamos una personalidad melindrosa cortando de raíz
-porque todo empieza desde el nacimiento- la sensibilidad o el
interés que podría sentir por la variada riqueza
del universo.
-Es el instinto femenino -dicen algunos psicólogos de
calesita. Eso me recuerda una anécdota. El director de una
compañía grabadora estaba un día ocupado en
comprobar cuántas veces se pasaba determinado disco por la
radio.
-¡Qué bien, qué éxito, cómo
gusta, cómo lo difunden a cada rato! -aplaudió
entusiasmado. Y después agregó -: Claro que hay que
ver la cantidad de plata que invertimos en la difusión
radial de este tema...
Nosotros también programamos a nuestras niñas
como a ese eterno infante que es el público. Les
insuflamos manías e intereses adultos, les subvencionamos
la trivialidad y luego atribuimos el resultado a su
constitución biológica.
Las jugueterías, en vidrieras separadas, ofrecen
distintos juguetes para niñas y para varones. En Estados
Unidos, no hace muchos años los lugares públicos
estaban igualmente divididos "para gente de color" y
"para blancos". ¡Dividir para reinar!
A las nenas sólo se les ofrece -o se les impone-
juguetería doméstica: ajuares, lavarropas, cocinas,
aspiradoras, accesorios de belleza o peluquería.
Si con esto se trata de reforzar las inclinaciones
domésticas que trae desde la cuna, ¿por qué
no orientarla también hacia la carpintería o la
plomería? ¿Acaso no son actividades
hogareñas indispensables? Sí, lo son, pero
remuneradas. He aquí una respuesta indiscreta.
Los juguetes para varones sortean la monotonía y
ofrecen toda la gama de posibilidades humanas y extraterrestres:
granjas, tren eléctrico, robots, microscopio, telescopio,
equipos de química y electrónica, autos, juegos de
ingenio y todo lo que, en fin, estimula las facultades
mentales.
¿A la nena no le gustan los animales de granja ni los
trenes? ¿No sueña con manejar un coche? ¿No
siente curiosidad por el microcosmos o el espacio?
¡Cómo la va a sentir si es cosa de la otra vidriera,
la de Gran Jefe Toro Sentado Blanco!
¿Es que el ejercicio de la razón y la
imaginación pueden llevarla a la larga a desistir de ser
una criatura dependiente y limitada, mano de obra gratuita y
personaje ornamental? La respuesta es sumamente indiscreta.
En la casa y la escuela destinamos a la nena a reiterar las
más obvias y desabridas manualidades, a remedar las tareas
maternas... y a practicar la maledicencia a propósito de
indumentaria vecinal.
La nena vive rodeada de dudosos arquetipos y la forzamos a
emularlos, comprándole la diadema de la Mujer Maravilla o
el manto de cualquier otra maravilla femenil. No falta tío
que ponga en sus manos un ejemplar de "Cómo ser bella
y coqueta", otro espejito más o la centésima
muñeca.
Salvo raras excepciones como Reportajes Supersónicos
de Syria Poletti, cuya heroína es una pequeña
periodista, el papel impreso que suele frecuentar la nena
-incluido el libro de lectura- le muestra a mujeres que, en la
más alta cima del intelecto, son maestras. Las
demás, aparte de consabidas hadas y brujas, son siempre
domadas princesas o abotargadas amas de casas.
La nena sabe, por las revistas que devora como una leona, que
en este mundo no hay mujeres dedicadas a las más diversas
tareas, por necesidad o por ganas. Lo que es más grave y
contradictorio, le enseñan a soslayar el hecho de que su
propia madre trabaja afuera o estudia, como si éste no
fuera modelo apropiado dada su excentricidad. Jamás vio -y
si lo vio mojó el dedo y pasó la página- que
hay mujeres obreras, pilotos, juezas o estadistas. Es tan avaro
el espacio que los medios les dedican, ocupados como están
en la promoción de Miss Tal o la siempre recordable
Cristina Onassis.
Educar para el ocio, la servidumbre y la trivialidad,
¿no significa corromper la sagrada potencia del ser
humano?
Por suerte, esta criatura vestida de rosa (no faltará
quien diga, confundiendo otra vez causas con efectos, que las
nenas nacen de rosa y los varones de celeste, cuando este negocio
de los colores distintivos fue invento de una partera italiana,
allá por 1919), esta criatura, digo, es fuerte y rebelde,
dotada de una capacidad de supervivencia extraordinaria. La nena,
en muchos casos, renegará de la manipulación y
decidirá ser una persona. Pero ¿quién puede
medir la dificultad de la contramarcha y la energía
desperdiciada en librarse de tanta tilinguería adulta?
Mientras modelan a la pequeña odalisca remilgada, el
tiempo pasa y llega la hora de la pubertad. Entonces los adultos
se alarman porque la nena asusta con precoces aspavientos
sexuales y emprende calamitosamente los estudios secundarios.
Terminó los primarios como pudo, entre espejitos,
telenovelas, chismografía y exhibicionismo fomentados y
aprobados, pero al trasponer la pubertad se le reprocha todo esto
y empieza a hacerse acreedora al desprecio que la banalidad
inspira a quienes mejor la imponen y más caro la
venden.
Los mayores ponen el grito en el cielo porque la nena no da
señales de ir a transformarse en una Alfonsina Storni.
Ahí empieza a tallar el prestigio de la cultura
-desmesurado porque se trata de otra forma del culto al exitismo
individual- y florece una tardía sospecha de que la nena
no fue educada razonablemente. Cuando las papas queman, esos
pobres padres de clase media argentina comprenden por fin que no
son Grace y Rainiero y que la tierra que pisan no es
Disneylandia.
En ese preciso momento aparece también el espantajo de
la TV, esa culpable de todo. ¿Y quién delegó
en ella las tareas de institutriz? La mediocridad de la TV no
hace sino colaborar en la fabricación en serie de
ciudadanas despistadas.
No se trata de reavivar severidades conventuales ni se trata
de desvalorizar el trabajo doméstico ni inquietudes que,
mejor orientadas, podrían ser simplemente
estéticas. No se trata tampoco de mudarse de vidriera para
suponer, por ejemplo, que el automovilismo es más
meritorio que el arte culinario, o la cursilería
más despreciable que el matonismo.
Toda criatura humana debe aprender a bastarse y cooperar en
el trabajo hogareño y a cuidar, si quiere, su apariencia.
Lo grave consiste en convencer a la criatura femenina de que el
mundo termina allí.
Se trata de comprender que la niña no tiene
opción, que es inducida compulsivamente a la frivolidad y
la dependencia, que por tradición se le practica un lavado
de cerebro que le impide elegir otra conducta y alimentar otros
intereses.
La frivolidad no es un defecto truculento que merezca
anatemas al estilo cuáquero o musulmán. Lo
truculento consiste en hacerle creer a alguien que ése es
su único destino, incompatible con el uso de la
inteligencia. Lo grave consiste en confundir un espontáneo
juego imitativo de la madre con una fatalidad excluyente de otras
funciones.
A la nena no se le permite formar su personalidad libremente:
se la dan toda hecha, y aprendices de jíbaros le reducen
el cerebro para luego convencerla de que nació reducida.
La instigan a practicar un desenfrenado culto a las apariencias y
a desdeñar su propia y diversa riqueza humana. La recortan
y pegan para luego culparla porque es una figurita. La educan, en
fin, para pequeña cortesana de un mundo en
liquidación.
¿No es eso corrupción de menores?
diario Clarín, jueves 5 de abril de
1979.
Un Manual para ser
Niño
por Gabriel García
Márquez
Aspiro a que estas reflexiones sean un manual para que los
niños se atrevan a defenderse de los adultos en el
aprendizaje de las artes y las letras. No tienen una base
científica sino emocional - o sentimental, si se quiere-,
y se fundan en una premisa improbable: si a un niño se le
pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará
por quedarse con uno que le guste más.
Creo que esa preferencia no es casual, sino que revela en el
niño una vocación y una aptitud que tal vez
pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus
fatigados maestros. Creo que ambas le vienen de nacimiento, y
sería importante identificarlas a tiempo y tomarlas en
cuenta para ayudarlo a elegir su profesión. Más
aún: creo que algunos niños a una cierta edad, y en
ciertas condiciones, tienen facultades congénitas que les
permiten ver más allá de la realidad admitida por
los adultos. Podrían ser residuos de algún poder
adivinatorio que el género humano agotó en etapas
anteriores, o manifestaciones extraordinarias de la
intuición casi clarividente de los artistas durante la
soledad del crecimiento, y que desaparecen, como la
glándula del timo, cuando ya no son necesarias.
Creo que se nace escritor, pintor o músico. Se nace
con la vocación y en muchos casos con las condiciones
físicas para la danza y el teatro, y con un talento
propicio para el periodismo escrito, entendido como un
género literario, y para el cine, entendido como una
síntesis de la ficción y la plástica. En ese
sentido soy un platónico: aprender es recordar. Esto
quiere decir que cuando un niño llega a la escuela
primaria puede ir ya predispuesto por la naturaleza para alguno
de esos oficios, aunque todavía no lo sepa. Y tal vez no
lo sepa nunca, pero su destino puede ser mejor si alguien lo
ayuda a descubrirlo. No para forzarlo en ningún sentido,
sino para crearle condiciones favorables y alentarlo a gozar sin
temores de su juguete preferido. Creo, con una seriedad absoluta,
que hacer siempre lo que a uno le gusta, y sólo eso, es la
fórmula magistral para una vida larga y feliz.
Para sustentar esa alegre suposición no tengo
más fundamento que la experiencia difícil y
empecinada de haber aprendido el oficio de escritor contra un
medio adverso, y no sólo al margen de la educación
formal sino contra ella, pero a partir de dos condiciones sin
alternativas: una aptitud bien definida y una vocación
arrasadora. Nada me complacería más si esa aventura
solitaria pudiera tener alguna utilidad no sólo para el
aprendizaje de este oficio de las letras, sino para el de todos
los oficios de las artes.
La vocación sin don y el don sin
vocación
Georges Bernanos, escritor católico francés,
dijo: "Toda vocación es un llamado". El
Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real
Academia en 1726, la definió como "la
inspiración con que Dios llama a algún estado de
perfección". Era, desde luego, una
generalización a partir de las vocaciones religiosas. La
aptitud, según el mismo diccionario, es "la habilidad
y facilidad y modo para hacer alguna cosa". Dos siglos y
medio después, el Diccionario de la Real Academia conserva
estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice es
que una vocación inequívoca y asumida a fondo
llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza
contraria: la única disposición del espíritu
capaz de derrotar al amor .
Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus
atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a
varios niños, unos la repetirán exacta, otros no.
Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo
que se llama el oído primario, importante para ser
músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio
con su violín de juguete una nota que su padre, gran
virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el
riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes
porque o les parecen primordiales, y terminen por encasillar a
sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los
encasillaron a ellos.
El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el
mismo con que tratan a los hijos homosexuales. Las aptitudes y
las vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el
desastre de cantantes de voces sublimes que no llegan a ninguna
parte por falta de juicio, o de pintores que sacrifican toda una
vida a una profesión errada, o de escritores
prolíficos que no tienen nada que decir. Sólo
cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo suceda,
pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el
estudio, la técnica, y un poder de superación para
toda la vida.
Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le
pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una
película, los resultados serán reveladores. Unos
darán sus impresiones emocionales, políticas, o
filosóficas, pero no sabrán contar la historia
completa y en orden. Otros contarán el argumento, tan
detallado como recuerden, con la seguridad de que será
suficiente para transmitir la emoción del original. Los
primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier
materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los
segundos les falta todavía mucho para serlo -base
cultural, técnica, estilo propio, rigor mental- pero
pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un
cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no
sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece
tomarse en serio.
Las ventajas de no obedecer a los padres
La encuesta adelantada para estas reflexiones ha demostrado
que en Colombia no existen sistemas establecidos de
captación precoz de aptitudes y vocaciones tempranas, como
punto de partida para una carrera artística desde la cuna
hasta la tumba. Los padres no están preparados para la
grave responsabilidad de identificarlas a tiempo, y en cambio
sí lo están para contrariarlas. Los menos
drásticos les proponen a los hijos estudiar una carrera
segura, y conservar el arte para entretenerse en las horas
libres. Por fortuna para la humanidad, los niños les
hacen poco caso a los padres en materia grave, y menos en lo que
tiene que ver con el futuro .
Por eso los que tienen vocaciones escondidas asumen actitudes
engañosas para salirse con la suya. Hay los que no rinden
en la escuela porque no les gusta lo que estudian, y sin embargo
podrían descollar en lo que les gusta si alguien los
ayudara. Pero también puede darse que obtengan buenas
calificaciones, no porque les guste la escuela, sino para que sus
padres y sus maestros no los obliguen a abandonar el juguete
favorito que llevan escondido en el corazón.
También es cierto el drama de los que tienen que
sentarse en el piano durante los recreos, sin aptitudes ni
vocación, sólo por imposición de sus padres.
Un buen maestro de música, escandalizado con la impiedad
del método, dijo que el piano hay que tenerlo en la casa,
pero no para que los niños lo estudien a la fuerza, sino
para que jueguen con él .
Los padres quisiéramos siempre que nuestros hijos
fueran mejores que nosotros, aunque no siempre sabemos
cómo. Ni los hijos de familias de artistas están a
salvo de esa incertidumbre. En unos casos, porque los padres
quieren que sean artistas como ellos, y los niños tienen
una vocación distinta. En otros, porque a los padres les
fue mal en las artes, y quieren preservar de una suerte igual aun
a los hijos cuya vocación indudable son las artes. No es
menor el riesgo de los niños de familias ajenas a las
artes, cuyos padres quisieran empezar una estirpe que sea lo que
ellos no pudieron. En el extremo opuesto no faltan los
niños contrariados que aprenden el instrumento a
escondidas, y cuando los padres los descubren ya son estrellas de
una orquesta de autodidactas. Maestros y alumnos concuerdan
contra los métodos académicos, pero no tienen un
criterio común sobre cuál puede ser mejor. La
mayoría rechazaron los métodos vigentes, por su
carácter rígido y su escasa atención a la
creatividad, y prefieren ser empíricos e
independientes.
Otros consideran que su destino no dependió tanto de
lo que aprendieron en la escuela como de la astucia y la tozudez
con que burlaron los obstáculos de padres y maestros. En
general, la lucha por la supervivencia y la falta de
estímulos han forzado a la mayoría a hacerse solos
y a la brava. Los criterios sobre la disciplina son divergentes.
Unos no admiten sino la completa libertad, y otros tratan incluso
de sacralizar el empirismo absoluto. Quienes hablan de la no
disciplina reconocen su utilidad, pero piensan que nace
espontánea como fruto de una necesidad interna, y por
tanto no hay que forzarla. Otros echan de menos la
formación humanística y los fundamentos
teóricos de su arte. Otros dicen que sobra la
teoría. La mayoría, al cabo de años de
esfuerzos, se sublevan contra el desprestigio y las penurias de
los artistas en una sociedad que niega el carácter
profesional de las artes.
No obstante, las voces más duras de la encuesta fueron
contra la escuela, como un espacio donde la pobreza de
espíritu corta las alas, y es un escollo para aprender
cualquier cosa. Y en especial para las artes. Piensan que ha
habido un despilfarro de talentos por la repetición
infinita y sin alteraciones de los dogmas académicos,
mientras que los mejor dotados sólo pudieron ser grandes y
creadores cuando no tuvieron que volver a las aulas. "Se
educa de espaldas al arte", han dicho al unísono
maestros y alumnos. A estos les complace sentir que se hicieron
solos. Los maestros lo resienten, pero admiten que también
ellos lo dirían.
Tal vez lo más justo sea decir que todos tienen
razón. Pues tanto los maestros como los alumnos, y en
última instancia la sociedad entera, son víctimas
de un sistema de enseñanza que está muy lejos de la
realidad del país. De modo que antes de pensar en la
enseñanza artística, hay que definir lo más
pronto posible una política cultural que no hemos tenido
nunca. Que obedezca a una concepción moderna de lo que es
la cultura, para qué sirve, cuánto cuesta, para
quién es, y que se tome en cuenta que la educación
artística no es un fin en sí misma, sino un medio
para la preservación y fomento de las culturas regionales,
cuya circulación natural es de la periferia hacia el
centro y de abajo hacia arriba.
No es lo mismo la enseñanza artística que la
educación artística. Esta es una función
social, y así como se enseñan las
matemáticas o las ciencias, debe enseñarse desde la
escuela primaria el aprecio y el goce de las artes y las letras.
La enseñanza artística, en cambio, es una carrera
especializada para estudiantes con aptitudes y vocaciones
específicas, cuyo objetivo es formar artistas y maestros
como profesionales del arte.
No hay que esperar a que las vocaciones lleguen: hay que
salir a buscarlas. Están en todas partes, más puras
cuanto más olvidadas. Son ellas las que sustentan la vida
eterna de la música callejera, la pintura primitiva de
brocha y sapolín en los palacios municipales, la
poesía en carne viva de las cantinas, el torrente
incontenible de la cultura popular que es el padre y la madre de
todas las artes. ¿Con qué se comen las letras?
Los colombianos, desde siempre, nos hemos visto como un
país de letrados. Tal vez a eso se deba que los programas
del bachillerato hagan más énfasis en la literatura
que en las otras artes. Pero aparte de la memorización
cronológica de autores y de obras, a los alumnos no les
cultivan el hábito de la lectura, sino que los obligan a
leer y a hacer sinopsis escritas de los libros programados.
Por todas partes me encuentro con profesionales escaldados
por los libros que les obligaron a leer en el colegio con el
mismo placer con que se tomaban el aceite de ricino. Para las
sinopsis, por desgracia, no tuvieron problemas, porque en los
periódicos encontraron anuncios como este: "Cambio
sinopsis de El Quijote por sinopsis de La Odisea".
Así es: en Colombia hay un mercado tan próspero y
un tráfico tan intenso de resúmenes
fotostáticos, que los escritores haríamos mejor
negocio no escribiendo los libros originales sino escribiendo de
una vez las sinopsis para bachilleres. Es este método
de enseñanza, -y no tanto la televisión y los malos
libros-, lo que está acabando con el hábito de
lectura .
Estoy de acuerdo en que un buen curso de literatura
sólo puede ser una guía para lectores. Pero es
imposible que los niños lean una novela, escriban la
sinopsis y preparen una exposición reflexiva para el
martes siguiente. Sería ideal que un niño
dedicara parte de su fin de semana a leer un libro hasta donde
pueda y hasta donde le guste -que es la única
condición para leer un libro- pero es criminal, para
él mismo y para el libro, que lo lea a la fuerza en sus
horas de juego y con la angustia de las otras tareas.
Haría falta -como falta todavía para todas las
artes- una franja especial en el bachillerato con clases de
literatura que sólo pretendan ser guías
inteligentes de lectura y reflexión para formar buenos
lectores.
Porque formar escritores es otro cantar. Nadie
enseña a escribir, salvo los buenos libros, leídos
con la aptitud y la vocación alertas. La experiencia
de trabajo es lo poco que un escritor consagrado puede transmitir
a los aprendices si éstos tienen todavía un
mínimo de humildad para creer que alguien puede saber
más que ellos. Para eso no haría falta una
universidad, sino talleres prácticos y participativos,
donde escritores artesanos discutan con los alumnos la
carpintería del oficio: como se les ocurrieron sus
argumentos, cómo imaginaron sus personajes, cómo
resolvieron sus problemas técnicos de estructura, de
estilo, de tono, que es lo único concreto que a veces
puede sacarse en limpio del gran misterio de la
creación.
El mismo sistema de talleres está ya probado para
algunos géneros del periodismo, el cine y la
televisión, y en particular para reportajes y guiones. Y
sin exámenes ni diplomas ni nada. Que la vida decida
quién sirve y quién no sirve, como de todos modos
ocurre . Lo que debe plantearse para Colombia, sin embargo,
no es sólo un cambio de forma y de fondo en las escuelas
de arte, sino que la educación artística se imparta
dentro de un sistema autónomo, que dependa de un organismo
propio de la cultura y no del ministerio de la educación.
Que no esté centralizado, sino al contrario, que sea el
coordinador del desarrollo cultural desde las distintas regiones
del país, pues cada una de ellas tiene su personalidad
cultural, su historia, sus tradiciones, su lenguaje, sus
expresiones artísticas propias.
Que empiece por educarnos a padres y maestros en la
apreciación precoz de las inclinaciones de los
niños, y los prepare para una escuela que preserve su
curiosidad y su creatividad naturales.
Todo esto, desde luego, sin muchas ilusiones. De todos modos,
por arte de las artes, los que han de ser ya lo son. Aún
así no lo sabrán nunca.
Tomado del tomo 2 de la colección
"Documentos dela misión Ciencia, Educación y
Desarrollo: Educación para el Desarrollo" (pp. 115
ss)- Presidencia de la República de Colombia,
Consejería para el desarrollo institucional, Santa Fe de
Bogotá, D.C., 1995.
Si tenés un dato o algún material para
mandarle al Cartonero, su correo electrónico es
cartonero@lakermese.net
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