Secciones
Portada

Bienvenida

El Loco de las paredes

El Cartonero Cultural

Weboróscopo

Internet Gratarola

Adriana Herald (Miami)

La Síntesis (Saladillo)

Sir Archibald

Don Quijote y The Beatles

Reportajes impresionantes

La Profe

Rock - MP3

Augusto y el UOL DT

Mail del mes

Nuestros lectores

Stuff
In Memoriam

Sombras Chinescas

Las estampitas de Osvaldo

Sponsors
    El Cartonero Cultural
Nuestro semiólogo desocupado, ex profesor de la Universidad de Salamanca y actualmente chofer de taxi, todas las tardecitas revisa las bolsas de basura de Buenos Aires y rescata la cultura de libros y escritores que, de no ser por él, seguirían el infausto destino del relleno sanitario. Y el chabón también nos pasa datos de conferencias y ofertas de libros baratos, con la esperanza de que nos desasnemos un poquito. ¡Gracias, maestro!

INDICE

"Novelas Ejemplares, el Prólogo" , por Miguel de Cervantes Saavedra

El sepulcro de Don Quijote , por Miguel de Unamuno

Tetraplejía , por Fernando Sánchez Esteban

Estúpidos hombres blancos (fragmento: País de burros) , por Michael Moore

Sobre héroes y tumbas (fragmento: Informe sobre ciegos) , por Ernesto Sabato

Harry Potter y la piedra filosofal , por Joanne K. Rowling

El ruido de un trueno , por Ray Bradbury

Adán Buenosayres , por Leopoldo Marechal (versión completa del Libro Quinto)

El hombre que ríe , por J.D. Salinger

El Principito , por Antoine de Saint-Exupery (incluye versión completa del libro para bajar a la PC)

Sólo para locos , por Hermann Hesse (de "El lobo estepario"; incluye versión completa del libro para bajar a la PC)

Poquita cosa , por Antón Chéjov

Georges Simenon , reportaje de Francis Lacassin

Uno de cada tres , por Augusto Monterroso

La carta robada , por Edgar Allan Poe

El Aleph , por Jorge Luis Borges

La autopista del sur , por Julio Cortázar

La computadora de los dioses , por Stephen King

Marcos Aguinis, o el atroz encanto de vernos en pelotas , síntesis de LA KERMESE de una charla del escritor en Mar del Plata

¿Corrupción de menores? , por María Elena Walsh

Un Manual para ser Niño , por Gabriel García Márquez

Carta abierta a la Junta Militar , por Rodolfo J. Walsh

Cómo se ha de pedir el favor divino, y de la confianza de cobrar la gracia , por Tomás de Kempis

El ruiseñor y la rosa , por Oscar Wilde

Minority Report (El Informe de la Minoría) , por Philip K. Dick

 
MARCOS AGUINIS, o el atroz encanto de vernos en pelotas

Un jueves del mes de enero de 2002, en el Salón Atlántico del Sheraton Hotel de Mar del Plata, el Dr. Marcos Aguinis , novelista y ensayista argentino, disertó informalmente ante más de 700 personas.

Lo hizo inaugurando el ciclo organizado por Editorial Planeta, con entrada libre y gratuita, que consiste en presentar todos los jueves de este verano a un escritor argentino para que el público pueda tomar contacto con él. Al Dr. Aguinis le seguirán Félix Luna, Martín Caparrós, Pacho O'Donnell, Jaime Barylko, Osvaldo Bayer, Santiago Kovadlof y Eduardo Mignogna.

El equipo de LA KERMESE , avisado por nuestro semiólogo y con el Loco de las paredes incluido, estuvo presente y tomó debida nota de lo acontecido.

El autor de "La cruz invertida", "La gesta del marrano" y "Un país de novela", entre otras obras, se explayó sobre temas de actualidad con su habitual profundidad y capacidad de análisis, siempre mirando más allá de la coyuntura y apuntando vicios y defectos argentinos que parecen haber sacado chapa de males congénitos.

En la foto a la que gentilmente se prestó Aguinis en el lobby del hotel, podemos apreciar su expresión de asombro y pasajera incredulidad ante el avance que le hizo el Loco: "no se mueva, maestro, así lo escracho para LA KERMESE y se hace famoso", le dijo nuestra bestia.

Marcos Aguinis comenzó su charla refiriéndose a las particularidades que tiene la lectura, que la hacen una actividad distinta e insustituible para el espíritu del hombre. Para él, "la lectura representa los fierros del pensamiento, la gimnasia de las neuronas". LA KERMESE pensó para sí "arrancamos bien", ya que la lectura es para nosotros exactamente lo que dijo el escritor.

Luego citó a Borges, quien dijo que el libro es algo completamente distinto a todas las cosas que utiliza el hombre, que son prolongaciones de su cuerpo. El teléfono es prolongación de su voz, la espada y el arado lo son de su brazo, la televisión lo es de sus ojos, y así siguiendo. Pero el libro es una prolongación ya no del cuerpo sino del espíritu humano, y eso lo hace cualitativamente distinto.

Precisó luego algunas características de nuestro país, citando frases de personalidades europeas que nos han visitado desde fines del siglo XIX, y el murmullo de aprobación de la concurrencia indicaba que Aguinis hacía blanco una y otra vez:

- "aquí nadie se aburre, en otros países la gente no sabe qué hacer con su ocio, y hasta sufre de transtornos psicológicos por ello, yo creo que habría que invitar a un sueco o un alemán para que venga aquí, y con nuestra agitación y aceleración se curaría de ese problema en no más de quince días".
- "la Argentina va hacia adelante porque los argentinos duermen de noche y durante ese tiempo paran de robar" (Clemenceau, director del diario "L'Aurore" y luego presidente de Francia).

Esa agitación y aceleración no indican que avancemos. Es sólo como un automóvil que conducimos frenéticamente, pero que tiene las cuatro ruedas en el aire, con la consecuencia lógica de no ir a ninguna parte. Esto es comprobable observando la cíclica repetición de fenómenos que al parecer siempre retornan del pasado y debemos revivir y padecer: devaluación, incertidumbre, drásticos cambios de las reglas de juego de la economía, etc.

El último libro de Aguinis tiene en su tapa una ilustración del pintor renacentista Tiziano que representa el mito de Sísifo, aquel que fue condenado por los dioses a subir una enorme piedra hasta la cima de una montaña, pero que al llegar a ella la piedra siempre rodaba hasta abajo, con lo que Sísifo debía repetir su tarea eternamente y sin atisbos de esperanza. LA KERMESE rememoró en este punto un famoso libro de Albert Camus, "El mito de Sísifo", aparecido poco después de la segunda guerra mundial, en el que el esfuerzo sin porvenir de Sísifo es visto como constitutivo de la naturaleza humana. Aguinis dijo que la idea de la tapa no fue suya, sino de la editorial Planeta, pero juzgó que era un acierto.

Los argentinos nos hemos hecho adictos al maquillaje, que consiste en cambiar cosas o personas con una gran dinámica, pero simplemente para que no cambie nada. Los cambios deben ser estructurales: una profunda reforma del sistema jurídico, educativo, político y económico para que la transformación sea EN SERIO, y no medidas apresuradas y dictadas por la coyuntura, o cambios de funcionarios o de ministerios devenidos en secretarías o viceversa.

Ese gatopardismo no sólo es inconducente sino trágico, ya que no se pone remedio a nuestros males y además hace que la situación se agrave progresivamente.

Otro dardo certero de Aguinis fue la mención del facilismo enraizado en nuestro modo de ser. Citó la frase de Perón "con una buena cosecha nos salvamos" como representativa de ese modo de ver las cosas, que tuvo su base en las épocas doradas en que la Argentina vivía de su actividad agrícola y ganadera que, dadas las condiciones de un territorio excepcional, generaba riqueza con muy poco esfuerzo.

Aguinis pidió disculpas por "una deformación profesional mía, por mi condición de médico neurocirujano y psiquiatra, que me hace diagnosticar el principal problema nacional como la psicopatía que caracteriza a nuestros dirigentes de las últimas décadas". Con la salvedad de que hablar de "argentinos" o "franceses" o "alemanes" es una generalización artificial, ya que los seres humanos representan una variedad tan amplia como la misma cantidad de personas que existen, no obstante pueden extraerse algunas características que se repiten estadísticamente y que hacen que estas generalizaciones tengan su punto de apoyo.

Esta "psicopatía" es muy difícil de curar en quienes la padecen, ya que por su índole los dirigentes psicópatas no pueden corregirse, pues ven a sus defectos como virtudes, y por lo tanto persisten en su actividad de robar, mentir y vivir en su propio mundo alejado de las necesidades populares porque se ven a sí mismos como si estuvieran haciendo lo correcto.

Empero, Aguinis dijo que existe una esperanza para que cambien. Y consiste en que nuestro estar alertas y no dejarles pasar impunemente sus trapisondas puede lograr que los tipos dejen de hacer macanas tan sólo porque hacerlas ya no sea negocio para ellos, cuando vean que robar y mentir no les reporta el éxito que anhelan.

Esa presión social, por ejemplo a través de las 13.000 ONG (Organizaciones No Gubernamentales) que existen hoy en la Argentina, y en las cuales trabajan más de cuatro millones de personas brindando su esfuerzo y su tiempo a cambio de sentirse útiles trabajando para los demás, es en la visión de Aguinis un cambio en la manera de ser de los argentinos: participar activamente y no ser espectadores de la rapiña de nuestros representantes.

Aguinis no dejó pasar la puntualización de que los males de los dirigentes son los mismos males de nosotros los ciudadanos. Citó como ejemplo al empleado de la boletería del cine, que acuerda con el dueño una remuneración menor pero con el complemento de quedarse para sí con la diferencia por la venta de entradas "especiales", que son las que aparecen mágicamente, cuando las localidades están agotadas, ante el oportuno billete del espectador que se presta a esa modesta versión de la coima como institución nacional.

También indicó la importancia de los humoristas, cuya visión de la sociedad nacional impulsa en nosotros el autoconocimiento al señalar defectos magnificados por el grotesco.

El escritor se mostró esperanzado en que en la Argentina las cosas se reviertan, porque para ello contamos con un territorio con muchas riquezas y con un capital humano sumamente valioso.

Y si bien reivindicó el reciente cacerolazo como un despertar auspicioso de la ciudadanía, también aclaró que la repetición de ese fenómeno puede transformarse en una simple murga, y además no se puede hacer avanzar a un país a puro cacerolazo, a modo de democracia directa, porque una nación moderna forzosamente debe gobernarse siguiendo el principio de "el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes".

Las referencias de Marcos Aguinis a su quehacer literario fueron breves, rescatamos la mención de que alterna la escritura de ensayos con el de obras de ficción, y que hace bastante tiempo que ha dejado de cultivar el género del cuento, "tal vez porque todos los días aparecen en la vida de este país muchos cuentos, y en mi fuero íntimo esa circunstancia me cohibe", deslizó con fino humor.


Colofón

Hemos resumido lo mejor que pudimos la charla de hora y media de Marcos Aguinis.

Pero nos fuimos del Sheraton con la imagen de un Aguinis colérico, intransigente, intratable y nada condescendiente, gritándonos como un poseso delante de un montón de personas y haciéndonos pasar un papelón.

Creemos que los 25 dólares que le ofrecimos para que nos diera una exclusiva para hablar sobre la intimidad de su labor literaria, en lugar de quedarse a firmarles autógrafos a los centenares de cholulos que allí había, no eran motivo suficiente para armar semejante quilombo.


¿Corrupción de menores?


por María Elena Walsh   



"No hay preguntas indiscretas.
Indiscretas son las respuestas."

Oscar Wilde

Vivimos consumiendo preceptos y productos sin cuestionarlos, por temor a la indiscreción de las respuestas y porque es más seguro acatar rutinas que incurrir en singularidades. Un ejercicio de esclarecimiento podría empezar con estas discretísimas preguntas:

¿Educamos a nuestras niñas para que en el día de mañana (si lo hay) sean ociosas princesas del jet-set? ¿Las educamos para Heidis de almibarados bosques? ¿Las educamos para futuras cortesanas? ¿Las educamos para enanas mentales y superfluas "señoras gordas"?

Así parece, por lo menos en buena parte de la bendita clase media argentina, dada la aberrante insistencia con que se estimula el narcisismo y la coquetería de nuestras niñas y se les escamotea su participación en la realidad.

La nena suele gozar de una envidiable amnesia para repetir la tabla del cuatro junto con una no menos envidiable memoria para detallar el último capítulo del idilio de tal vedette con tal campeón o el menor frunce del penúltimo modelo de Carolina de Mónaco cuando salió a cazar mariposas en Taormina con su digno esposo.

Consentimos y aprobamos que sea maniática consumidora de chafalonía, vestimenta, basura impresa y todo lo que, en fin, represente moda y no verdad. Consentimos que acuda al espejito más neuróticamente que la madrastra de Blancanieves, que sea experta en cosmética, teleteatros y publicidad, que exija chatarra importada o que calce imposibles zuecos para denuedo de traumatólogos.

Formamos una personalidad melindrosa cortando de raíz -porque todo empieza desde el nacimiento- la sensibilidad o el interés que podría sentir por la variada riqueza del universo.

-Es el instinto femenino -dicen algunos psicólogos de calesita. Eso me recuerda una anécdota. El director de una compañía grabadora estaba un día ocupado en comprobar cuántas veces se pasaba determinado disco por la radio.

-¡Qué bien, qué éxito, cómo gusta, cómo lo difunden a cada rato! -aplaudió entusiasmado. Y después agregó -: Claro que hay que ver la cantidad de plata que invertimos en la difusión radial de este tema...

Nosotros también programamos a nuestras niñas como a ese eterno infante que es el público. Les insuflamos manías e intereses adultos, les subvencionamos la trivialidad y luego atribuimos el resultado a su constitución biológica.

Las jugueterías, en vidrieras separadas, ofrecen distintos juguetes para niñas y para varones. En Estados Unidos, no hace muchos años los lugares públicos estaban igualmente divididos "para gente de color" y "para blancos". ¡Dividir para reinar!

A las nenas sólo se les ofrece -o se les impone- juguetería doméstica: ajuares, lavarropas, cocinas, aspiradoras, accesorios de belleza o peluquería.

Si con esto se trata de reforzar las inclinaciones domésticas que trae desde la cuna, ¿por qué no orientarla también hacia la carpintería o la plomería? ¿Acaso no son actividades hogareñas indispensables? Sí, lo son, pero remuneradas. He aquí una respuesta indiscreta.

Los juguetes para varones sortean la monotonía y ofrecen toda la gama de posibilidades humanas y extraterrestres: granjas, tren eléctrico, robots, microscopio, telescopio, equipos de química y electrónica, autos, juegos de ingenio y todo lo que, en fin, estimula las facultades mentales.

¿A la nena no le gustan los animales de granja ni los trenes? ¿No sueña con manejar un coche? ¿No siente curiosidad por el microcosmos o el espacio? ¡Cómo la va a sentir si es cosa de la otra vidriera, la de Gran Jefe Toro Sentado Blanco!

¿Es que el ejercicio de la razón y la imaginación pueden llevarla a la larga a desistir de ser una criatura dependiente y limitada, mano de obra gratuita y personaje ornamental? La respuesta es sumamente indiscreta.

En la casa y la escuela destinamos a la nena a reiterar las más obvias y desabridas manualidades, a remedar las tareas maternas... y a practicar la maledicencia a propósito de indumentaria vecinal.

La nena vive rodeada de dudosos arquetipos y la forzamos a emularlos, comprándole la diadema de la Mujer Maravilla o el manto de cualquier otra maravilla femenil. No falta tío que ponga en sus manos un ejemplar de "Cómo ser bella y coqueta", otro espejito más o la centésima muñeca.

Salvo raras excepciones como Reportajes Supersónicos de Syria Poletti, cuya heroína es una pequeña periodista, el papel impreso que suele frecuentar la nena -incluido el libro de lectura- le muestra a mujeres que, en la más alta cima del intelecto, son maestras. Las demás, aparte de consabidas hadas y brujas, son siempre domadas princesas o abotargadas amas de casas.

La nena sabe, por las revistas que devora como una leona, que en este mundo no hay mujeres dedicadas a las más diversas tareas, por necesidad o por ganas. Lo que es más grave y contradictorio, le enseñan a soslayar el hecho de que su propia madre trabaja afuera o estudia, como si éste no fuera modelo apropiado dada su excentricidad. Jamás vio -y si lo vio mojó el dedo y pasó la página- que hay mujeres obreras, pilotos, juezas o estadistas. Es tan avaro el espacio que los medios les dedican, ocupados como están en la promoción de Miss Tal o la siempre recordable Cristina Onassis.

Educar para el ocio, la servidumbre y la trivialidad, ¿no significa corromper la sagrada potencia del ser humano?

Por suerte, esta criatura vestida de rosa (no faltará quien diga, confundiendo otra vez causas con efectos, que las nenas nacen de rosa y los varones de celeste, cuando este negocio de los colores distintivos fue invento de una partera italiana, allá por 1919), esta criatura, digo, es fuerte y rebelde, dotada de una capacidad de supervivencia extraordinaria. La nena, en muchos casos, renegará de la manipulación y decidirá ser una persona. Pero ¿quién puede medir la dificultad de la contramarcha y la energía desperdiciada en librarse de tanta tilinguería adulta?

Mientras modelan a la pequeña odalisca remilgada, el tiempo pasa y llega la hora de la pubertad. Entonces los adultos se alarman porque la nena asusta con precoces aspavientos sexuales y emprende calamitosamente los estudios secundarios. Terminó los primarios como pudo, entre espejitos, telenovelas, chismografía y exhibicionismo fomentados y aprobados, pero al trasponer la pubertad se le reprocha todo esto y empieza a hacerse acreedora al desprecio que la banalidad inspira a quienes mejor la imponen y más caro la venden.

Los mayores ponen el grito en el cielo porque la nena no da señales de ir a transformarse en una Alfonsina Storni. Ahí empieza a tallar el prestigio de la cultura -desmesurado porque se trata de otra forma del culto al exitismo individual- y florece una tardía sospecha de que la nena no fue educada razonablemente. Cuando las papas queman, esos pobres padres de clase media argentina comprenden por fin que no son Grace y Rainiero y que la tierra que pisan no es Disneylandia.

En ese preciso momento aparece también el espantajo de la TV, esa culpable de todo. ¿Y quién delegó en ella las tareas de institutriz? La mediocridad de la TV no hace sino colaborar en la fabricación en serie de ciudadanas despistadas.

No se trata de reavivar severidades conventuales ni se trata de desvalorizar el trabajo doméstico ni inquietudes que, mejor orientadas, podrían ser simplemente estéticas. No se trata tampoco de mudarse de vidriera para suponer, por ejemplo, que el automovilismo es más meritorio que el arte culinario, o la cursilería más despreciable que el matonismo.

Toda criatura humana debe aprender a bastarse y cooperar en el trabajo hogareño y a cuidar, si quiere, su apariencia. Lo grave consiste en convencer a la criatura femenina de que el mundo termina allí.

Se trata de comprender que la niña no tiene opción, que es inducida compulsivamente a la frivolidad y la dependencia, que por tradición se le practica un lavado de cerebro que le impide elegir otra conducta y alimentar otros intereses.

La frivolidad no es un defecto truculento que merezca anatemas al estilo cuáquero o musulmán. Lo truculento consiste en hacerle creer a alguien que ése es su único destino, incompatible con el uso de la inteligencia. Lo grave consiste en confundir un espontáneo juego imitativo de la madre con una fatalidad excluyente de otras funciones.

A la nena no se le permite formar su personalidad libremente: se la dan toda hecha, y aprendices de jíbaros le reducen el cerebro para luego convencerla de que nació reducida. La instigan a practicar un desenfrenado culto a las apariencias y a desdeñar su propia y diversa riqueza humana. La recortan y pegan para luego culparla porque es una figurita. La educan, en fin, para pequeña cortesana de un mundo en liquidación.

¿No es eso corrupción de menores?

diario Clarín, jueves 5 de abril de 1979.


Un Manual para ser Niño


por Gabriel García Márquez   

Aspiro a que estas reflexiones sean un manual para que los niños se atrevan a defenderse de los adultos en el aprendizaje de las artes y las letras. No tienen una base científica sino emocional - o sentimental, si se quiere-, y se fundan en una premisa improbable: si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno que le guste más.

Creo que esa preferencia no es casual, sino que revela en el niño una vocación y una aptitud que tal vez pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus fatigados maestros. Creo que ambas le vienen de nacimiento, y sería importante identificarlas a tiempo y tomarlas en cuenta para ayudarlo a elegir su profesión. Más aún: creo que algunos niños a una cierta edad, y en ciertas condiciones, tienen facultades congénitas que les permiten ver más allá de la realidad admitida por los adultos. Podrían ser residuos de algún poder adivinatorio que el género humano agotó en etapas anteriores, o manifestaciones extraordinarias de la intuición casi clarividente de los artistas durante la soledad del crecimiento, y que desaparecen, como la glándula del timo, cuando ya no son necesarias.

Creo que se nace escritor, pintor o músico. Se nace con la vocación y en muchos casos con las condiciones físicas para la danza y el teatro, y con un talento propicio para el periodismo escrito, entendido como un género literario, y para el cine, entendido como una síntesis de la ficción y la plástica. En ese sentido soy un platónico: aprender es recordar. Esto quiere decir que cuando un niño llega a la escuela primaria puede ir ya predispuesto por la naturaleza para alguno de esos oficios, aunque todavía no lo sepa. Y tal vez no lo sepa nunca, pero su destino puede ser mejor si alguien lo ayuda a descubrirlo. No para forzarlo en ningún sentido, sino para crearle condiciones favorables y alentarlo a gozar sin temores de su juguete preferido. Creo, con una seriedad absoluta, que hacer siempre lo que a uno le gusta, y sólo eso, es la fórmula magistral para una vida larga y feliz.

Para sustentar esa alegre suposición no tengo más fundamento que la experiencia difícil y empecinada de haber aprendido el oficio de escritor contra un medio adverso, y no sólo al margen de la educación formal sino contra ella, pero a partir de dos condiciones sin alternativas: una aptitud bien definida y una vocación arrasadora. Nada me complacería más si esa aventura solitaria pudiera tener alguna utilidad no sólo para el aprendizaje de este oficio de las letras, sino para el de todos los oficios de las artes.

La vocación sin don y el don sin vocación

Georges Bernanos, escritor católico francés, dijo: "Toda vocación es un llamado". El Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, la definió como "la inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección". Era, desde luego, una generalización a partir de las vocaciones religiosas. La aptitud, según el mismo diccionario, es "la habilidad y facilidad y modo para hacer alguna cosa". Dos siglos y medio después, el Diccionario de la Real Academia conserva estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice es que una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria: la única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor .

Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque o les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los encasillaron a ellos.

El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales. Las aptitudes y las vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el desastre de cantantes de voces sublimes que no llegan a ninguna parte por falta de juicio, o de pintores que sacrifican toda una vida a una profesión errada, o de escritores prolíficos que no tienen nada que decir. Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el estudio, la técnica, y un poder de superación para toda la vida.

Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos darán sus impresiones emocionales, políticas, o filosóficas, pero no sabrán contar la historia completa y en orden. Otros contarán el argumento, tan detallado como recuerden, con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo -base cultural, técnica, estilo propio, rigor mental- pero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece tomarse en serio.

Las ventajas de no obedecer a los padres

La encuesta adelantada para estas reflexiones ha demostrado que en Colombia no existen sistemas establecidos de captación precoz de aptitudes y vocaciones tempranas, como punto de partida para una carrera artística desde la cuna hasta la tumba. Los padres no están preparados para la grave responsabilidad de identificarlas a tiempo, y en cambio sí lo están para contrariarlas. Los menos drásticos les proponen a los hijos estudiar una carrera segura, y conservar el arte para entretenerse en las horas libres. Por fortuna para la humanidad, los niños les hacen poco caso a los padres en materia grave, y menos en lo que tiene que ver con el futuro .

Por eso los que tienen vocaciones escondidas asumen actitudes engañosas para salirse con la suya. Hay los que no rinden en la escuela porque no les gusta lo que estudian, y sin embargo podrían descollar en lo que les gusta si alguien los ayudara. Pero también puede darse que obtengan buenas calificaciones, no porque les guste la escuela, sino para que sus padres y sus maestros no los obliguen a abandonar el juguete favorito que llevan escondido en el corazón.

También es cierto el drama de los que tienen que sentarse en el piano durante los recreos, sin aptitudes ni vocación, sólo por imposición de sus padres. Un buen maestro de música, escandalizado con la impiedad del método, dijo que el piano hay que tenerlo en la casa, pero no para que los niños lo estudien a la fuerza, sino para que jueguen con él .

Los padres quisiéramos siempre que nuestros hijos fueran mejores que nosotros, aunque no siempre sabemos cómo. Ni los hijos de familias de artistas están a salvo de esa incertidumbre. En unos casos, porque los padres quieren que sean artistas como ellos, y los niños tienen una vocación distinta. En otros, porque a los padres les fue mal en las artes, y quieren preservar de una suerte igual aun a los hijos cuya vocación indudable son las artes. No es menor el riesgo de los niños de familias ajenas a las artes, cuyos padres quisieran empezar una estirpe que sea lo que ellos no pudieron. En el extremo opuesto no faltan los niños contrariados que aprenden el instrumento a escondidas, y cuando los padres los descubren ya son estrellas de una orquesta de autodidactas. Maestros y alumnos concuerdan contra los métodos académicos, pero no tienen un criterio común sobre cuál puede ser mejor. La mayoría rechazaron los métodos vigentes, por su carácter rígido y su escasa atención a la creatividad, y prefieren ser empíricos e independientes.

Otros consideran que su destino no dependió tanto de lo que aprendieron en la escuela como de la astucia y la tozudez con que burlaron los obstáculos de padres y maestros. En general, la lucha por la supervivencia y la falta de estímulos han forzado a la mayoría a hacerse solos y a la brava. Los criterios sobre la disciplina son divergentes. Unos no admiten sino la completa libertad, y otros tratan incluso de sacralizar el empirismo absoluto. Quienes hablan de la no disciplina reconocen su utilidad, pero piensan que nace espontánea como fruto de una necesidad interna, y por tanto no hay que forzarla. Otros echan de menos la formación humanística y los fundamentos teóricos de su arte. Otros dicen que sobra la teoría. La mayoría, al cabo de años de esfuerzos, se sublevan contra el desprestigio y las penurias de los artistas en una sociedad que niega el carácter profesional de las artes.

No obstante, las voces más duras de la encuesta fueron contra la escuela, como un espacio donde la pobreza de espíritu corta las alas, y es un escollo para aprender cualquier cosa. Y en especial para las artes. Piensan que ha habido un despilfarro de talentos por la repetición infinita y sin alteraciones de los dogmas académicos, mientras que los mejor dotados sólo pudieron ser grandes y creadores cuando no tuvieron que volver a las aulas. "Se educa de espaldas al arte", han dicho al unísono maestros y alumnos. A estos les complace sentir que se hicieron solos. Los maestros lo resienten, pero admiten que también ellos lo dirían.

Tal vez lo más justo sea decir que todos tienen razón. Pues tanto los maestros como los alumnos, y en última instancia la sociedad entera, son víctimas de un sistema de enseñanza que está muy lejos de la realidad del país. De modo que antes de pensar en la enseñanza artística, hay que definir lo más pronto posible una política cultural que no hemos tenido nunca. Que obedezca a una concepción moderna de lo que es la cultura, para qué sirve, cuánto cuesta, para quién es, y que se tome en cuenta que la educación artística no es un fin en sí misma, sino un medio para la preservación y fomento de las culturas regionales, cuya circulación natural es de la periferia hacia el centro y de abajo hacia arriba.

No es lo mismo la enseñanza artística que la educación artística. Esta es una función social, y así como se enseñan las matemáticas o las ciencias, debe enseñarse desde la escuela primaria el aprecio y el goce de las artes y las letras. La enseñanza artística, en cambio, es una carrera especializada para estudiantes con aptitudes y vocaciones específicas, cuyo objetivo es formar artistas y maestros como profesionales del arte.

No hay que esperar a que las vocaciones lleguen: hay que salir a buscarlas. Están en todas partes, más puras cuanto más olvidadas. Son ellas las que sustentan la vida eterna de la música callejera, la pintura primitiva de brocha y sapolín en los palacios municipales, la poesía en carne viva de las cantinas, el torrente incontenible de la cultura popular que es el padre y la madre de todas las artes. ¿Con qué se comen las letras? Los colombianos, desde siempre, nos hemos visto como un país de letrados. Tal vez a eso se deba que los programas del bachillerato hagan más énfasis en la literatura que en las otras artes. Pero aparte de la memorización cronológica de autores y de obras, a los alumnos no les cultivan el hábito de la lectura, sino que los obligan a leer y a hacer sinopsis escritas de los libros programados.

Por todas partes me encuentro con profesionales escaldados por los libros que les obligaron a leer en el colegio con el mismo placer con que se tomaban el aceite de ricino. Para las sinopsis, por desgracia, no tuvieron problemas, porque en los periódicos encontraron anuncios como este: "Cambio sinopsis de El Quijote por sinopsis de La Odisea". Así es: en Colombia hay un mercado tan próspero y un tráfico tan intenso de resúmenes fotostáticos, que los escritores haríamos mejor negocio no escribiendo los libros originales sino escribiendo de una vez las sinopsis para bachilleres. Es este método de enseñanza, -y no tanto la televisión y los malos libros-, lo que está acabando con el hábito de lectura .

Estoy de acuerdo en que un buen curso de literatura sólo puede ser una guía para lectores. Pero es imposible que los niños lean una novela, escriban la sinopsis y preparen una exposición reflexiva para el martes siguiente. Sería ideal que un niño dedicara parte de su fin de semana a leer un libro hasta donde pueda y hasta donde le guste -que es la única condición para leer un libro- pero es criminal, para él mismo y para el libro, que lo lea a la fuerza en sus horas de juego y con la angustia de las otras tareas. Haría falta -como falta todavía para todas las artes- una franja especial en el bachillerato con clases de literatura que sólo pretendan ser guías inteligentes de lectura y reflexión para formar buenos lectores.

Porque formar escritores es otro cantar. Nadie enseña a escribir, salvo los buenos libros, leídos con la aptitud y la vocación alertas. La experiencia de trabajo es lo poco que un escritor consagrado puede transmitir a los aprendices si éstos tienen todavía un mínimo de humildad para creer que alguien puede saber más que ellos. Para eso no haría falta una universidad, sino talleres prácticos y participativos, donde escritores artesanos discutan con los alumnos la carpintería del oficio: como se les ocurrieron sus argumentos, cómo imaginaron sus personajes, cómo resolvieron sus problemas técnicos de estructura, de estilo, de tono, que es lo único concreto que a veces puede sacarse en limpio del gran misterio de la creación.

El mismo sistema de talleres está ya probado para algunos géneros del periodismo, el cine y la televisión, y en particular para reportajes y guiones. Y sin exámenes ni diplomas ni nada. Que la vida decida quién sirve y quién no sirve, como de todos modos ocurre . Lo que debe plantearse para Colombia, sin embargo, no es sólo un cambio de forma y de fondo en las escuelas de arte, sino que la educación artística se imparta dentro de un sistema autónomo, que dependa de un organismo propio de la cultura y no del ministerio de la educación. Que no esté centralizado, sino al contrario, que sea el coordinador del desarrollo cultural desde las distintas regiones del país, pues cada una de ellas tiene su personalidad cultural, su historia, sus tradiciones, su lenguaje, sus expresiones artísticas propias.

Que empiece por educarnos a padres y maestros en la apreciación precoz de las inclinaciones de los niños, y los prepare para una escuela que preserve su curiosidad y su creatividad naturales.

Todo esto, desde luego, sin muchas ilusiones. De todos modos, por arte de las artes, los que han de ser ya lo son. Aún así no lo sabrán nunca.

Tomado del tomo 2 de la colección "Documentos dela misión Ciencia, Educación y Desarrollo: Educación para el Desarrollo" (pp. 115 ss)- Presidencia de la República de Colombia, Consejería para el desarrollo institucional, Santa Fe de Bogotá, D.C., 1995.





Si tenés un dato o algún material para mandarle al Cartonero, su correo electrónico es cartonero@lakermese.net