Carta de un preso a los Reyes Magos
Cuando vamos dejando de creer en todo y nuestra fe se consume en la agonía de una decepción con nombre, comprendemos que lo único que nos queda para alimentar esperanzas es volver nuestra rota credulidad a las cosas que poblaron la lejana infancia de una fresca fe.
Estas pueden ser las razones que me hacen dibujar sobre el papel, una carta que ya escribí de niño ... hace tanto como para que duela el tiempo y lastimen los recuerdos.
Pero como quien tiene derecho a llorar su dolor, también lo tiene de reír su tristeza, esta noche quiero regalarme la amarga alegría de volver sobre el tiempo en el valor de mi ilusión más pura.
Queridos Reyes Magos:
Hace treinta años que no les escribo. Tampoco creo ya las cosas que antes creía, pero se me ocurre hoy, vacío de todo y como anochecido de mi propia noche, escribirles a Ustedes.
Los presos -niños pobres de este mundo adulto- no pueden pedir juguetes caros. La libertad es demasiado lujosa para la sucia miseria de mis zapatos carcelarios. Ustedes, queridos Reyes Magos, no podrán -por años- dejarme la caja grande del mundo libre. Es un juguete mecánico, brillante y complejo, que la torpeza de mis manos haría pedazos otra vez.
Resignada mi ambición de luces, calles y rostros, deseo conformar la esperanza del pedido al escaso presupuesto de los juguetes baratos. Aquellos que se rompen sin importar mucho y se usan sin apreciarlos tanto. De esos que todos tuvimos, alguna vez. Como tuvimos amigos, novia y las buenas esperanzas de las tardes soleadas, y el café de la esquina, y el trabajo primero ...
Cualquiera de esas cosas nos haría felices, pero también es mucho lo poco cuando no se tiene nada. ¡Y la nada es demasiado de la reja para adentro! Pero hace falta escoger, y yo he escogido. Aunque nada fácil ha sido elegir algo importante, revolviendo en el gran vacío de todos mis despojos.
Esta gran zaranda de la vida que son las rejas de la prisión, ha cribado todas esas cosas en las que puse y de las que hice los valores todos de mi vivir. Golpeado con mis propias paredes, con mis propios límites, hasta amo mi prisión al tiempo que la odio. Porque al enseñármelo todo, me dejó sin nada.
Queridos Reyes Magos: mi madre solía decirme que los chicos buenos dejan a los Reyes la elección del regalo. Nunca comprendí por qué debemos dejar en los otros la suerte de nuestra espera ... Aún sigo sin entenderlo. La miseria es una cárcel con reglamentos duros y la cruda verdad de la vida nos requisa sueños.
Es posible que la valentía de aceptar lo cierto de esto sea una forma de empezar a comprender. ¡Me hace tanta falta! Por todos lados hoy, Ustedes, andarán la noche y nos verán a todos. Son mis pasos los que van a ningún lado. De allí que, sin poder seguirlos, les deje, junto a la ventana que cuadricula en rejas mi perspectiva de cielo, los vencidos zapatos de mi andar carcelario.
Ellos y mi espera tratarán de asumir formas de fe. Quiero creer ... en las cosas que alguna vez tuve ... mis juguetes pobres, mis amigos verdaderos que me aceptaban así sin nada y al desnudo ... la lluvia que nos moja la cara ... el colectivo de las seis treinta, la gastada mesa del café, la vieja cancha del barrio ...
Qué sé yo. Emparedado por el peso de las piedras que caen del hombro al corazón, esta noche ESPERO.
Un preso
® Padre Osvaldo
Ganchegui (en algún momento de la década del 40)
El padre Osvaldo
Ganchegui nació en 1918 y murió en 1982.
Llegó a ejercer el cargo de Capellán Mayor de
Institutos Penales de la Nación, y ejerció su labor
apostólica con el contacto diario con hombres y mujeres de
toda edad detenidos en todo el país por motivos de toda
índole.
Y al hablar de contacto diario, hablamos incluso de arremangarse
la sotana y prenderse en picados de fútbol en los patios
de los centros de reclusión.
También colaboró en el guión de la
película "Los evadidos", que relata una
sangrienta fuga de presos del penal de Villa Devoto que lo tuvo
como involuntario protagonista.
Acostumbraba a andar por la calle vestido como cualquier
persona, en épocas en que los curas sólo lo
hacían con sotana, y en su ámbito familiar
jamás hizo pesar su condición de sacerdote ni hizo
catequesis, escuchando todas las opiniones con respetuoso
silencio.
Una grave enfermedad lo obligó en los últimos
tiempos de su vida a permanecer en su casa en estado de
semiparálisis, confinado a una silla de ruedas que,
según él, tenía "medio HP".
A pesar del tiempo transcurrido, su recuerdo permanece vivo en
todos los que lo conocieron, y LA KERMESE es el afortunado
depositario de sus manuscritos, que daremos paulatinamente a
conocer bajo la forma de "estampitas", como las que
Osvaldo llevaba siempre en un bolsillo de su sotana.
Estampitas anteriores:
01.
Bienaventurados los misericordiosos
|