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Nuestro semiólogo desocupado, ex profesor de la
Universidad de Salamanca y actualmente chofer de taxi, todas las
tardecitas revisa las bolsas de basura de Buenos Aires y rescata
la cultura de libros y escritores que, de no ser por él,
seguirían el infausto destino del relleno sanitario. Y el
chabón también nos pasa datos de conferencias y
ofertas de libros baratos, con la esperanza de que nos desasnemos
un poquito. ¡Gracias, maestro!
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La computadora de los dioses
por Stephen King
A primera vista parecía un procesador de palabras Wang...,
tenía un teclado Wang y un revestimiento Wang. Solamente
cuando Richard Hagstrom le miró por segunda vez vio que el
revestimiento había sido abierto (y no con cuidado,
además; le pareció como si el trabajo se hubiera
hecho con una sierra casera) para encajar en él un tubo
catódico IBM ligeramente más grueso. Los discos de
archivo que habían llegado con ese extraño bastardo
no eran nada flexibles; eran tan duros como los disparos que
Richard había oído de niño.
Por el amor de Dios, ¿qué es esto?
preguntó Lina, cuando él y Mr. Nordhoff lo
trasladaron penosamente hasta su despacho.
Mr. Nordhoff había sido vecino de la familia del hermano
de Richard Hagstrom... Roger, Belinda y su hijo Jonathan.
Una cosa que construyó Jon explicó
Richard. Dice Mr. Nordhoff que quería que yo lo
tuviera. Parece un procesador de palabras.
Eso es dijo Mr. Nordhoff. Tenía más de
sesenta años y respiraba con dificultad. Esto mismo
fue lo que dijo que era, pobrecillo...
¿Cree que podríamos descansar un momento, Mr.
Hagstrom? Estoy sin aliento.
No faltaba más respondió Richard y
llamó a su hijo, Seth, que estaba fabricando acordes
extraños y átonos en su guitarra
"Fender", abajo..., la habitación que Richard
había destinado como "cuarto de estar" cuando lo
había empapelado, se había transformado en
"sala de ensayo" de su hijo. Seth
gritó. Ven a echarnos una mano.
Abajo, Seth siguió arrancando acordes a su
"Fender". Richard miró a Mr. Nordhoff y se
encogió de hombros, avergonzado e incapaz de disimularlo.
Nordhoff hizo lo mismo como si quisiera decirle: ¡Los
chicos! ¿Quién puede esperar nada bueno de ellos
hoy en día? Excepto que ambos sabían que Jon, el
hijo de su hermano loco... había sido estupendo.
Ha sido usted muy amable ayudándome con esto
dijo Richard.
¿Qué otra cosa puede hacer un viejo con el
tiempo que le sobra? Y creo que es lo menos que puedo hacer por
Jonny. Venía a recortarme el césped, gratis,
¿sabe? Quería pagarle, pero el muchacho no lo
aceptó nunca. Era un gran chico... Nordhoff
seguía ahogándose. ¿Podría
darme un vaso de agua Mr. Hagstrom?
Claro. Se lo fue a buscar él mismo cuando su
mujer ni se movió de la cocina donde estaba leyendo una
novelucha y comiendo galletas. ¡Seth!
volvió a llamar. Sube y ayúdanos
¿quieres?
Pero Seth siguió tocando sus acordes amortiguados y feos
en la "Fender" por la que Richard estaba aún
pagando.
Invitó a Nordhoff a que se quedara a cenar, pero Nordhoff
se excusó cortésmente. Richard lo aceptó, de
nuevo avergonzado pero disimulándolo mejor esta vez.
¿Qué hace un tipo estupendo como tú con una
familia como ésta?, le pregunto un día su amigo
Bernie Epstein, y Richard sólo había podido mover
la cabeza, sintiendo la misma embarazosa vergüenza que
sentía ahora. Era un buen tipo, y ya ven, esto era lo que
le había tocado..., una mujer gorda y aburrida que se
sentía estafada por no tener lo mejor de la vida, que
sentía que había apostado por un caballo perdedor
(pero que era incapaz de atreverse a decirlo) y un hijo de quince
años, nada comunicativo y que trabajaba lo menos posible
en la misma escuela donde Richard enseñaba..., un hijo que
tocaba horripilantes acordes en la guitarra, mañana, tarde
y noche (sobre todo por la noche) y que parecía pensar que
aquello le bastaría para salir adelante.
Bueno, ¿y qué me dice de una cerveza?
preguntó Richard. Se resistía a dejar marchar a Mr.
Nordhoff..., quería oír más sobre Jon.
Una cerveza me encantaría dijo Nordhoff, y
Richard se lo agradeció.
Magnífico y se fue a buscar un par de
"Buds".
Su despacho estaba en un pequeño pabellón,
más como un cobertizo, separado de la casa y, lo mismo que
el cuarto de estar, se lo había arreglado él mismo.
Pero, al contrario del cuarto de estar, éste era un lugar
que consideraba propio...,un lugar donde podía aislarse de
la forastera con la que se había casado y del
extraño que había concebido.
A Lina, por supuesto, no le parecía bien que
él tuviera un refugio personal, pero no lo había
podido evitar..., había sido una de las pocas
pequeñas victorias que él había conseguido
obtener. Suponía que, en cierto modo, ella sí
había apostado por un perdedor... Cuando se casaron,
dieciséis años atrás, ambos creían
que él escribiría novelas maravillosas y lucrativas
y que no tardarían en circular en sendos
"Mercedes-Benz". Pero la única novela que
publicó no había sido lucrativa y los
críticos no tardaron en decir que tampoco era buena. Lina
había visto las cosas desde el mismo punto de vista que
los críticos y esto había sido el principio de su
distanciamiento.
Así que las clases en la escuela superior, que ambos
habían creído que no serían más que
una escalera hacia la fama, la gloria y la riqueza, eran su
principal fuente de ingresos desde hacía quince
años..., una interminable escalera, se decía a
veces. Pero jamás había abandonado su sueño.
Escribía cuentos y algún que otro artículo.
Era miembro, bien considerado, de la Hermandad de Autores. Ganaba
unos 5.000 dólares extra todos los años, con su
máquina de escribir, y por mucho que Lina protestara,
aquello le daba derecho a su propio estudio..., especialmente
dado que ella se negaba a trabajar.
Un sitio estupendo dijo Nordhoff, contemplando la
pequeña estancia con su abundancia de antiguos grabados en
las paredes.
El procesador bastardo estaba sobre la mesa con el CPU guardado
debajo. La vieja "Olivetti" eléctrica de Richard
había sido colocada, de momento, encima de uno de los
ficheros.
Es lo que necesito contestó Richard. Con la
cabeza señaló el procesador. ¿Cree que
esto va a funcionar? Jon sólo tenía catorce
años.
Es un poco raro, ¿verdad?
Ya lo creo asintió Richard.
No conoce ni la mitad rió Nordhoff.
Eché una mirada por detrás del vídeo.
Algunos de los cables llevan impreso IBM, y algunos "Radio
Shack". Ahí metido hay gran parte de un
teléfono "Western Electric". Y, créalo o
no, hay un pequeño motor procedente de un "Erector
Set" sorbió la cerveza y dijo,
reminiscente: Quince. Acababa de cumplir quince. Un par de
días antes del accidente...
Pasados unos segundos repitió, mirando la botella de
cerveza. Quince pero lo dijo en voz baja.
Eso es. "Erector Set" fabrica un pequeño
modelo eléctrico. Jon tenía uno, desde que era...,
oh, desde los seis años. Se lo regalé un año
por Navidad. Ya entonces le volvían loco las cosas
mecánicas. Cualquier aparatito le encantaba, así
que imagine lo que fue aquella caja de pequeños motores
"Erector Set" para él. Le debió encantar.
Lo guardó por más de diez años. Pocos
niños lo hacen, Mr. Hagstrom.
Es verdad asintió Richard pensando en la
cantidad de cajas de juguetes de Seth que había tirado en
aquellos años..., rotos, olvidados, destrozados por el
placer de destrozar. Miró el procesador de palabras.
Entonces seguro que no funciona.
No lo diga hasta que lo haya probado advirtió
Nordhoff. El muchacho era lo más parecido a un genio
electrónico.
Creo que está exagerando. Sé que era
hábil con la mecánica, y que ganó el premio
de la Feria Estatal de la Ciencia, cuando estaba en sexto
grado...
Compitiendo con muchachos mucho mayores que él...,
alguno de ellos de la Escuela Superior. Por lo menos esto fue lo
que dijo su madre.
Es cierto. Todos estuvimos muy orgullosos de
él. Pero no era exactamente verdad. Richard se
había sentido orgulloso, y la madre de Jon también;
al padre del muchacho le importaba un bledo.
Pero una cosa son los proyectos de la feria de la Ciencia y
otra construir tu propia máquina de palabras... se
encogió de hombros.
Nordhoff dejó su cerveza:
Allá por los cincuenta, un chico fabricó un
propulsor atómico con dos latas de sopa y un equipo
eléctrico por valor de cinco dólares. Jon me lo
contó. También me dijo que había un chico en
alguna ciudad rural de Nuevo México que descubrió
los taquiones... partículas negativas que por lo visto
pueden viajar hacia atrás a través del tiempo...,
en 1954. Y un niño de Waterbury, Connecticut, de once
años, que fabricó una bomba con el plástico
que arrancó de las cartas de una baraja. Con ella
voló una caseta de perro, vacía. Los chicos son
raros, a veces. Sobre todo los genios. Le
sorprendería.
A lo mejor. Puede que me sorprenda.
En todo caso, era un muchacho estupendo.
Usted le quería un poco ¿verdad?
Le quería mucho, Mr. Hagstrom confesó
Nordhoff. Era realmente estupendo.
Y Richard pensó en lo extraño que era..., su
hermano, que había sido un verdadero desastre desde la
niñez, había encontrado una mujer magnífica
y un hijo inteligente. Él mismo, que siempre había
tratado de ser amable y bueno (lo que podía significar
"bueno" en este mundo de locos), se había casado
con Lina que se hizo una mujer silencio, desastrada, y con ella
había tenido a Seth. Mirando ahora el rostro honrado,
sincero y cansado de Nordhoff, se encontró
preguntándose cómo había podido ocurrir y
cuánto había sido por su culpa, como resultado
natural de su propia y callada debilidad.
Sí dijo Richard realmente lo era.
No me sorprendería que esto funcionara
comentó Nordhoff. No me sorprendería
nada.
Y después de que Nordhoff se fuera, Richard Hagstrom
había enchufado el procesador y lo había puesto en
marcha. Oyó un zumbido, y esperó a ver si las
letras IBM aparecían en la pantalla. No aparecieron. En
cambio, misteriosamente, como una voz de la tumba, de la
oscuridad subieron unas palabras, fantasmas verdes: ¡FELIZ
CUMPLEAÑOS, TÍO RICHARD! JON.
¡Cristo! murmuró Richard
cayéndose sentado. El accidente que había matado a
su hermano, su esposa y su hijo, había ocurrido dos
semanas antes...Regresaban de una excursión, y Roger
estaba borracho. Estar borracho era algo perfectamente ordinario
en la vida de Roger Hagstrom. Pero esta vez la suerte le
había vuelto la espalda y había conducido su
destartalado y viejo coche hasta el borde de un precipicio. Se
estrelló y ardió. Jon tenía catorce
años, no, quince. Quince recién cumplidos, dos
días antes del accidente, dijo el viejo.
Tres años más y se hubiera liberado de aquel pedazo
de oso estúpido. Su cumpleaños... y el mío
poco después.
Dentro de una semana. El procesador de palabras había sido
el regalo de cumpleaños de Jon. Esto empeoraba la cosa.
Richard no sabía bien por qué, o cómo, pero
así era. Alargó la mano para apagar la pantalla,
pero la retiró al momento.
Un chico fabricó un propulsor atómico con dos latas
de sopa y piezas de coche, eléctricas, por valor de cinco
dólares.
Sí, claro, y las cloacas de la ciudad de Nueva York
están llenas de cocodrilos y las F.A. de USA guardan el
cuerpo congelado de un extraterrestre en alguna parte de
Nebraska. Cuéntame algo más. ¡Trolas! Pero
quizás es que hay algo que no quiero saber con
seguridad.
Se levantó, pasó por detrás y miró el
vídeo a través de las rendijas. Sí, tal como
había dicho Nordhoff. Cables marcados RADIO SHACK MADE IN
TAIWAN. Cables marcados WESTERN ELECTRIC y WETREX y ERECTOR SET,
con la r de la marca metida en el pequeño círculo y
vio algo más también, algo que se le había
escapado a Nordhoff, o que no había querido mencionar.
Había un transformador de tren Lionel, envuelto en
alambres como la novia de Frankenstein.
¡Cristo! repitió riendo, pero al borde
de las lágrimas. Cristo, Jonny, ¿qué
creíste que estabas haciendo?
Pero también conocía esta respuesta. Había
soñado y hablado de que llevaba años deseando
poseer un procesador de palabras, y cuando la risa de Lina se
hizo demasiado sarcástica para poder soportarla, lo
había comentado con Jon:
Podría escribir más de prisa, repasar y
corregir más de prisa, y producir más
recordó habérselo contado a Jon el pasado
verano...
El muchacho le había mirado gravemente, con sus ojos azul
claro, inteligentes, pero siempre cuidadosamente cautos,
agrandados por los cristales de sus gafas.
Sería estupendo..., realmente estupendo.
¿Y por qué no te compras uno, tío
Rich?
No los regalan precisamente contestó Richard
sonriendo. El modelo "Radio Shack" cuesta cerca
de tres mil. De ahí puedes ir subiendo hasta llegar al de
dieciocho mil dólares.
Bueno, a lo mejor te hago uno algún día
había dicho Jon.
A lo mejor le había contestado Richard
dándole una palmada en la espalda. Y hasta que
llegó Nordhoff, no había vuelto a pensar en
aquello.
Cables de la tienda para aficionados a los modelos
eléctricos. Un transformador de tren Lionel.
¡Cristo!
Volvió a la parte delantera dispuesto a apagarlo, como si
intentar escribir algo y fracasar fuera algo así como
mancillar lo que su frágil y delicado (predestinado)
sobrino había dispuesto.
Por el contrario, apretó el botón EXECUTE en el
tablero. Un estremecimiento extraño recorrió su
espinazo al hacerlo...EXECUTE era una extraña palabra de
que servirse, si uno lo pensaba un poco. No era una palabra que
pudiera asociarse con la escritura; era una palabra que asociaba
con cámaras de gas y sillas eléctricas..., y
quizás con coches viejos y destartalados saltando fuera de
las carreteras.
EXECUTE
El aparato zumbaba con más ruido que el que hacían
cualquiera de los que había oído cuando los
contemplaba en los escaparates, en realidad casi rugía.
¿Qué hay en la sección de memoria, JON? Se
preguntó. ¿Muelles? ¿Transformadores
Lionel puestos en fila? ¿Latas de sopa? Volvió a
recordar los ojos de Jon, su rostro pálido y delicado.
¿No era extraño, quizás incluso morboso,
tener celos del hijo de otro hombre?.
Pero debió haber sido mío. Lo sabía..., y
creo que él también lo sabía. Luego estaba
Belinda, la esposa de Roger. Belinda, que llevaba gafas de sol
incluso en los días nublados, de las grandes, porque las
marcas alrededor de los ojos tienen la mala costumbre de
extenderse. Pero, a veces la miraba, sentada quieta y vigilante a
la sombra de la risa escandalosa de Roger, y pensaba
también casi lo mismo: "Debía haber sido
mía".
Era un pensamiento espantoso, porque ambos hermanos habían
conocido a Belinda en la escuela superior y ambos habían
salido con ella. Él y Roger se llevaban dos años de
diferencia y Belinda estaba perfectamente entre los dos, un
año mayor que Richard y un año más joven que
Roger. Richard había sido el primero en salir con la
muchacha que con el tiempo iba a ser madre de Jon. Luego se
había interpuesto Roger, Roger que era mayor que ella, y
más fuerte, y que siempre conseguía lo que
quería. Roger que era capaz de lastimar si uno trataba de
cruzarse en su camino.
Tuve miedo. Tuve miedo y dejé que se me escapara.
¡Fue tan sencillo! Que Dios me valga, creo que sí.
Me gustaría pensar que ocurrió de otro modo, pero
tal vez es mejor no mentirse respecto a cosas como la
cobardía. Y la vergüenza.
Y si aquello era verdad..., si Lina y Seth hubieran pertenecido
al sinvergüenza de su hermano, y si belinda y Jon hubieran
sido suyos, ¿qué demostraba? ¿Y cómo
una persona bien pensante podía entretenerse con
semejantes absurdos, semejantes locuras? ¿Se rió?
¿Gritó? ¿Se pegó un tiro por su
cobardía?
No me sorprendería que esto funcionara. No me
sorprendería nada.
EXECUTE
Sus dedos se movieron ágiles sobre el teclado. Miró
la pantalla y vio esas letras flotando, verdes, sobre la
superficie de la pantalla.
MI HERMANO ERA UN BORRACHO INDECENTE.
Flotaban allí, delante de él, y Richard
recordó de pronto un juguete que había tenido de
pequeño. Se llamaba Ocho Bolas Mágicas. Se le
formulaba una pregunta que podía contestarse con sí
o con no, y entonces se hacía funcionar el Ocho Bolas
Mágicas para ver lo que tenía que decir sobre la
pregunta... Sus respuestas eran una farsa, pero en cierto modo
atractivamente misteriosas, decían cosas como ES CASI
SEGURO, YO NO PENSARÍA EN ELLO, y VUELVE A
PREGUNTARLO.
Roger estaba celoso del juguete y por fín, un día,
después de obligar a Richard a que se lo regalara, Roger
lo había tirado contra la acera con tanta fuerza como pudo
y lo rompió. Luego se había reído. Ahora,
sentado aquí, escuchando el extraño ruido del
interior del aparato que Jon había construido, Richard
recordó cómo se había desplomado en la
acera, llorando, incapaz de creer que su hermano hubiera podido
hacerle tal cosa.
Nene llorón, nene llorón, miren al nene
llorón se había burlado Roger. No era
otra cosa que un juguete barato, de mierda, Richie. Fíjate
no había más que un montón de letras y mucha
agua.
¡VOY A CONTARLO! había chillado Richard
con todas sus fuerzas. Le dolía la cabeza. Tenía la
nariz taponada por tantas lágrimas de
desesperación. ¡CONTARÉ LO QUE HAS
HECHO, ROGER! SE LO CONTARÉ A MAMÁ.
Si lo cuentas te romperé el brazo le
amenazó Roger, y en su sonrisa glacial Richard vio que lo
decía en serio. No lo contó.
MI HERMANO ERA UN BORRACHO INDECENTE.
Bueno, montado misteriosamente o no, la pantalla quedaba escrita.
Si era o no capaz de retener información, quedaba por ver,
pero el empalme que había hecho Jon de un tablero Wang a
una pantalla IBM, había funcionado. No creía que
fuera culpa de Jon el hecho de que, por coincidencia, despertara
en él desagradables recuerdos.
Miró a su alrededor y sus ojos se fijaron en la
única fotografía que había allí y que
él no había elegido ni le gustaba. Era un retrato
de Lina, su regalo de Navidad de dos años atrás.
Quiero que la cuelgues en tu despacho, le había dicho y,
naturalmente, lo había hecho así.
Suponía que era una forma de vigilarle cuando ella no
estuviera. NO te olvides de mí, Richard. Estoy
aquí. Puede que apostara por un caballo perdedor, pero
todavía estoy aquí. Y será mejor que no lo
olvides.
El retrato con su colorido artificial no hacía juego con
los grabados de Whistler, Homer y N.C. Wyeth. Los ojos de Lina
estaban entrecerrados, sus gruesos labios formaban algo que no
acababa de ser una sonrisa. Sigo aquí, Richard, le
decía aquella boca. Y que no se te olvide.
Tecleó: LA FOTO DE MI MUJER ESTÁ COLGADA EN LA
PARED OESTE DE MI DESPACHO.
Contempló las palabras y le gustaron tan poco como la
propia fotografía. Apretó el botón DELETE.
Las palabras desaparecieron. Ahora ya no quedaba nada en la
pantalla excepto el firme latido del cursor; miró hacia la
pared y vio que la fotografía de su mujer también
había desaparecido.
Permaneció sentado allí, durante un buen rato...,
por lo menos así se lo pareció..., mirando la pared
donde había estado la fotografía. Lo que finalmente
le sacó del atontamiento producido por el shock de
absoluta incredulidad, fue el olor del CPU..., un olor que
recordaba las Ocho Bolas Mágicas que Roger le había
roto porque no era suyo. El olor era del fluido del transformador
del tren eléctrico. Cuando se olía había que
desenchufarlo rápidamente para que el aparato pudiera
enfriarse.
Y así lo haría.
Dentro de un minuto.
Se levantó y anduvo hasta la pared sobre unas piernas que
no sentía. Pasó la mano por el revestimiento
"Armstrong" de la pared. La fotografía
había estado allí, sí, precisamente
aquí. Pero ya no estaba, y el clavo en el que estaba
colgada también se había ido, y no había
rastro de ningún agujero donde él había
atornillado el clavo en el revestimiento.
Ido.
El mundo se le volvió gris de pronto y dio unos
traspiés hacia atrás, creyendo, vagamente, que se
iba a desmayar. Se contuvo, sombrío, hasta que todo
volvió a enfocarse de nuevo.
Recorrió con la vista desde el lugar vacío, donde
había estado antes la fotografía de Lina, al
procesador que su difunto sobrino había logrado
componer.
Le sorprendería, oía mentalmente a Nordhoff
diciéndole: Le sorprendería, le parecería
sorprendente, oh, sí, enterarse de que un niño, en
los años cincuenta, pudiera descubrir partículas
que viajaban hacia atrás en el tiempo, le
sorprendería lo que el genio de su sobrino era capaz de
hacer con un montón de elementos desparejados, unos cables
y unas piezas eléctricas. Le sorprendería sentir
que se está volviendo loco.
El olor del transformador era cada vez más intenso,
más acusado y podía ver unas volutas de humo que
salían de la envoltura junto a la pantalla. También
el ruido del CPU era más fuerte. Iba siendo hora de
desconectarlo... Por listo que hubiera sido Jon, aparentemente no
había tenido tiempo de solucionar todos los tropiezos de
aquel loco aparato.
Pero ¿sabía acaso que iba a hacer aquello?
Sintiéndose como un ser quimérico, Richard
volvió a sentarse ante la pantalla y escribió:
LA FOTOGRAFÍA DE MI MUJER ESTÁ EN LA PARED.
Lo leyó volvió a mirar el teclado, y luego
apretó el botón: EXECUTE.
Miró la pared.
La fotografía de Lina volvía a estar otra vez donde
había estado siempre.
Jesús musitó. Cristo
Jesús.
Se pasó la mano por la mejilla, miró el teclado
(ahora no habia nada excepto el cursor) y escribió:
EL SUELO ESTÁ VACÍO.
Luego, apretó el botón INSERT, y volvió a
escribir:
EXCEPTO POR DOCE MONEDAS DE ORO DE VEINTE DÓLARES EN UNA
PEQUEÑA BOLSA DE ALGODÓN.
Apretó EXECUTE.
Miró al suelo donde había, ahora, una
pequeña bolsa de algodón, blanco, con un
cordón que le cerraba. Sobre la bolsa y escrito en tinta
negra, algo descolorida, se leía WELLS FARGO.
Santo Dios se oyó decir en una voz que no era
suya Santo Dios, Santo Dios...
Hubiera podido seguir invocando el nombre del Salvador por unos
minutos más, o por una horas, si el procesador de palabras
no le hubiera reclamado insistentemente con su bip bip. Escrito
en la parte alta de la pantalla se leía la palabra
SOBRECARGA.
Richard lo apagó todo precipitadamente y abandonó
el despacho como si le persiguieran todos los demonios del
infierno. Pero antes de salir recogió la bolsita de
algodón y se la guardó en el bolsillo del
pantalón.
Cuando llamó a Nordhoff aquella noche, soplaba un helado
viento de noviembre que parecía un lamento de gaitas por
entre los árboles.
El grupo de Seth está abajo, destrozando una
melodía de Bob Seger. Lina había ido a Nuestra
señora del Perpetuo Socorro a jugar bingo.
¿Funciona el aparato? preguntó
Nordhoff.
Funciona perfectamente contestó Richard.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda. Era
pesada..., más pesada que un reloj "Rolex". En
una de las caras había un águila de perfil
recortado, en relieve, junto con la fecha 1871. Funciona de
un modo increíble.
Lo creo dijo Nordhoff impasible. Era un
muchacho muy inteligente y le quería a usted mucho, Mr.
Hagstrom. Pero tenga cuidado. Un chico no es más que un
chico, listo o no, y el amor puede estar mal dirigido.
¿Entiende lo que quiero decirle?
Richard no entendía nada. Sentía calor y estaba
febril. El periódico de aquel día decía que
el precio del oro en el mercado era de 514 dólares la
onza. Las monedas habían pesado una media de 4.5 onzas
cada una, en su balanza postal. Al precio del mercado,
aquello
sumaba 27.756 dólares. Sospechó que eso era
solamente la cuarta parte de lo que podía sacar si
vendía las monedas como monedas.
Señor Nordhoff, ¿podría usted venir?
¿Ahora? ¿Esta noche?
No. No creo que quiera hacerlo, señor Hagstrom. Me
parece que esto debe quedar entre usted y Jon.
Pero...
Recuerde solamente lo que le dije. Por Dios, tenga cuidado.
Se oyó un clic.
Media hora más tarde volvía a estar en su
despacho, contemplando la computadora. Pulsó la tecla
ON/OFFpero sin haberlo enchufado aún. La segunda vez que
Nordhoff lo dijo, Richard lo había oído
perfectamente. <<Por Dios, tenga cuidado.>>
Sí. Debía tener cuidado. Una máquina que
podía hacer aquello...
¿Cómo podía una máquina hacer tal
cosa?
Ni idea... pero en cierto modo hacía aceptable toda
aquella locura. Él era profesor de lengua inglesa y
escritor ocasional, no un técnico, y había un
interminable número de cosas cuyo funcionamiento
desconocía: fonógrafos, motores de gasolina,
teléfonos, televisores, incluso el depósito del
inodoro. Su vida había sido una historia de
comprensión de operaciones más que de principios.
¿Había alguna diferencia, excepto de grado?
Conectó la máquina. Como la primera vez,
leyó: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, TIO RICHARD! JON.
Apretó el botón EXECUTE y el mensaje de su sobrino
desapareció.
Esta máquina no durará mucho, pensó de
pronto. Tenía la seguridad de que Jon estaba aún
trabajando en ella cuando murió, creyendo que
todavía le quedaba tiempo. El cumpleaños de
tío Richard sería dentro de tres semanas...
Pero a Jon se le había terminado el tiempo y esa asombrosa
computadora, que aparentemente podía insertar cosas nuevas
y suprimir cosas viejas del mundo real, apestaba como un
transformador de tren que se estuviera friendo y al parecer
empezaría a soltar humo dentro de pocos minutos. Jon no
había tenido oportunidad de perfeccionarlo.
¿Había... confiado en que todavía le quedaba
tiempo?
Había incurrido en un error. Todo era un error. Richard lo
sabía. El rostro tranquilo, atento, los ojos serenos tras
los gruesos cristales de sus gafas... No, no estaba confiado, ni
creía en que el tiempo lo arreglaría.
¿Cuál era la palabra que se le había
ocurrido antes, aquel mismo día? Predestinado. No era
precisamente una buena palabra para Jon, pero era la palabra
apropiada. La sensación de predestinación
había envuelto al muchacho tan palpablemente que, a veces,
Richard había querido decirle que se animara un poco, que
a veces las cosas terminaban bien y que los buenos no siempre
tenían que morir jóvenes.
Luego pensó en Roger tirando su juego de Ocho Bolas
Mágicas a la acera, arrojándolo con todas sus
fuerzas; oyó partirse el plástico y vio el fluido
mágico del juego agua al fin y al cabo
deslizándose por la acera. Y esta imagen se mezcló
con una imagen del viejo cacharro de Roger con la leyenda
HAGSTROM REPARTOS AL POR MAYOR en los costados, saltando por
encima de un polvoriento acantilado, en pleno campo,
estrellándose frontalmente contra él. Vio, aunque
no quería verlo, el rostro de la mujer de su hermano
desintegrándose en sangre y huesos. Vio a Jon ardiendo
entre los restos, gritando, carbonizándose.
Ni confianza ni esperanza. Siempre había dado la
impresión de que el tiempo se le escapaba. Y al final
había resultado que tenía razón.
¿Qué significa eso? murmuró
Richard mirando la pantalla vacía.
¿Cómo hubiera contestado el juego de las bolas
mágicas? ¿VUELVE A PREGUNTAR?
¿DIFÍCIL Y CONFUSO? ¿O quizá
CIERTAMENTE ASÍ?
El ruido que producía el hardware volvía a ser
fuerte, y más acelerado que por la tarde. Ya podía
oler el transformador de tren que Jon había acoplado a la
maquinaria detrás de la pantalla recalentada.
Máquina de los sueños mágicos.
Computadora de los dioses.
¿Era eso lo que Jon había querido regalar a su
tío para su cumpleaños? ¿Lo equivalente, en
espacio y tiempo, a la lámpara mágica o al pozo de
los deseos?
Oyó abrirse la puerta trasera de la casa y a
continuación las voces de Seth y de los otros miembros del
grupo de Seth. Las voces sonaban demasiado fuertes, vulgares.
Habían estado bebiendo o fumando marihuana.
¿Dónde está tu viejo, Seth?
oyó a uno de ellos preguntar.
Holgazaneando en su despacho, supongo, como siempre
respondió Seth. Creo que...
Pero entonces volvió a levantarse el viento, borrando el
final de la frase, pero no sus risotadas.
Richard les estuvo escuchando, sentado, con la cabeza inclinada a
un lado, hasta que de pronto escribió.
MI HIJO ES SETH ROGER HAGSTROM.
Su dedo se posó sobre el botón DELETE.
¿Qué estás haciendo?, le chilló la
mente. ¿Lo haces en serio? ¿Te propones asesinar a
tu propio hijo?
Algo estará haciendo ahí dentro dijo
otro.
Es un pobre imbécil observó Seth.
Pregúntaselo a mi madre algún día. Te lo
contará. Nunca ha...
No voy a asesinarle. Voy a... borrarle.
Su dedo apretó el botón.
... hecho nada excepto...
Las palabras MI HIJO ES SETH ROGER HAGSTROM desaparecieron de la
pantalla.
Fuera, también desaparecieron las palabras de Seth.
Ahora no se oía otra cosa que el frío viento de
noviembre, soplando negros presagios de invierno. Richard
apagó la computadora y salió fuera. El camino de
entrada estaba vacío. El guitarrista solista del grupo,
Norman noséqué, conducía una
monstruosa y siniestra furgoneta, una vieja LTD en la que el
grupo transportaba su equipo en sus escasas actuaciones. No
estaba aparcada en el camino. Quizá estaba en alguna otra
parte, resoplando por alguna carretera, o en el aparcamiento de
alguna hamburguesería, y Norman también estaba en
alguna parte, lo mismo que Davey, el bajista, cuyos ojos
parecían vacíos y que llevaba un imperdible colgado
del lóbulo de una oreja, lo mismo que el baterista, que no
tenía dientes delanteros. Estarían en alguna parte,
pero no aquí, porque Seth no estaba, Seth nunca
había estado aquí.
Seth había sido borrado.
No tengo hijo masculló Richard.
¿Cuántas veces había leído esa
melodramática frase en novelas malas? ¿Cien?
¿Doscientas? Nunca le había sonado cierta. Pero
ahora lo era. Ahora era verdad. Oh, sí.
El viento siguió soplando y Richard sintió de
pronto un terrible espasmo en el estómago que le hizo
doblarse, jadeando. El viento amainó.
Cuando el espasmo cedió, Richard caminó hacia la
casa.
En lo primero que se fijó fue en que las viejas playeras
de Seth tenía cuatro pares y se negaba a deshacerse
de ninguno habían desaparecido del vestíbulo.
Se acercó al pasamano de la escalera y pasó el
pulgar por el mismo. A los diez años (bastante mayorcito
para darse cuenta, pero aún así Lina se
había opuesto a que Richard le pusiera la mano encima)
Seth había grabado sus iniciales profundamente en la
madera que Richard había pulido laboriosamente durante
casi todo un verano. La había lijado y empastado y
barnizado, pero el fantasma de aquellas iniciales
persistió.
Ahora habían desaparecido.
Arriba, la habitación de Seth estaba limpia y ordenada, no
caótica y carente de personalidad. Podría haber
habido un letrero en la puerta, que dijera HABITACIÓN DE
INVITADOS.
Abajo, y ahí fue donde Richard se entretuvo más,
los cables habían desaparecido, los amplificadores y
micrófonos habían desaparecido, las piezas de la
grabadora que Seth iba siempre a <<componer>>
habían desaparecido (carecía de la
concentración y de las manitas de Jon). En cambio, la
estancia rezumaba el profundo sello (no especialmente agradable)
de la personalidad de Lina; muebles pesados, recargados, tapices
de terciopelo de tema aburrido (uno de ellos representaba la
última cena en que Cristo se parecía a Wayne
Newton, otro mostraba unos ciervos a la puesta del sol en un
cielo de Alaska), una alfombra de un color tan vivo como la
sangre. Ya no quedaba la menor huella de que un muchacho llamado
Seth Hagstrom hubiera ocupado esa habitación; o cualquiera
de las otras de la vivienda.
Richard seguía aún al pie de la escalera, mirando
alrededor, cuando oyó llegar un coche.
Lina, pensó y sintió una casi trepidante oleada de
culpabilidad. Es Lina de regreso del Bingo, y ¿qué
va a decir cuando vea que Seth ha desaparecido?
¿Qué...qué...?
¡Asesino!, se imaginó oírla gritar.
¡Has asesinado a mi niño!
Pero él no había asesinado a Seth.
le BORRÉ murmuró, y subió a la
cocina a recibirla.
Lina estaba más gorda.
Había enviado al bingo a una mujer que pesaba unos noventa
kilos. La mujer que regresaba pesaba por lo menos ciento
cincuenta, o más; había tenido que ladearse un poco
para entrar por la puerta trasera. Unas caderas y muslos
elefantinos se ceñían dentro de unos pantalones de
poliéster color aceituna. Su tez, cetrina tres horas
antes, parecía ahora enfermiza y pálida. Aunque no
era médico, Richard creyó descubrir en aquella piel
los síntomas de una enfermedad de hígado o una
incipiente dolencia cardíaca. Sus ojos de pesados
párpados contemplaron a Richard con una curiosa fijeza
despectiva.
Llevaba un pavo congelado, enorme, en una de sus regordetas
manos.
¿Qué estás mirando, Richard? le
preguntó.
A ti, Lina, te miro a ti, pensó. Porque así es como
te has vuelto en un mundo en el que no hemos tenido hijos.
Así es como te has vuelto en un mundo en el que no hay
objeto para tu amor... por venenoso que pueda ser tu amor.
Así es como apareces, Lina, en un mundo en el que todo
entra y nada sale. Tú, Lina. Eso es lo que estoy mirando.
A ti.
Eso, Lina consiguió decir por fin, es
uno de los pavos más grandes que he visto en mi vida.
Bien, pues no te quedes ahí mirándolo,
idiota. ¡Ayúdame!
Cogió el pavo y lo depositó sobre la encimera de la
cocina notando su desagradable frío. Sonó como el
de un bloque de madera.
¡Allí no! gritó ella y le
indicó la despensa. Mételo en el
congelador.
Lo siento murmuró; nunca habían tenido
un congelador. Nunca en el mundo donde había habido un
Seth.
Llevó el pavo a la despensa, donde había un enorme
congelador Amana brillando a la luz de los fluorescentes como un
blanco y helado ataúd. Lo metió dentro junto con
otros cuerpos conservados, de aves y demás animales, y
volvió a la cocina. Lina había sacado el bote de
las galletas de crema de cacahuete y se las estaba comiendo una
tras otra.
Era el bingo de Acción de Gracias
explicó. Lo tuvimos esta semana en lugar de la
próxima porque el padre Phillips tiene que ingresar en el
hospital para que le extraigan una piedra de la vejiga. Yo
gané el gordo... sonrió. Un hilo de chocolate
y crema de cacahuete le resbalaba por la barbilla.
Lina, ¿has lamentado alguna vez que no
tuviéramos hijos?
Ella lo miró como si se hubiera vuelto loco.
Por el amor de Dios, ¿para qué iba yo a
querer hijos en mi casa? repuso. Apartó el bote de
las galletas, reducido a la mitad, y volvió a guardarlo en
el armario. Me voy a la cama. ¿Vienes o vas a volver
a suspirar un rato más sobre tu máquina de
escribir?
Iré un rato más, creo contestó.
Su voz sonó sorprendentemente firme. No
tardaré.
¿Funciona ese aparato?
¿Qué...? De pronto la entendió y
sintió otra punzada de culpa. La desaparición de
Seth no había afectado para nada la existencia de Roger, y
el conocimiento de la familia de Roger había
persistido. Oh, no. Está estropeado.
Asintió con la cabeza, satisfecha:
Ese sobrino tuyo, siempre con la cabeza en las nubes. Igual
que tú, Richard. Si no fueras tan corto, me pregunto si la
metiste donde no tenías que haberla metido, hace quince
años. Lanzó una risotada vulgar,
sorprendentemente fuerte, la risotada de una mujer cínica
y repulsiva...
Por un momento, él estuvo en un tris de abalanzarse sobre
ella. Luego, sintió que una sonrisa asomaba a sus labios,
una sonrisa tan delgada y fría como el congelador que
había reemplazado a Seth en esta nueva vida.
No tardaré le dijo. Sólo quiero
anotar unas cosas.
¿Por qué no escribes un cuento que gane el
premio Nobel, o algo así? se burló con
indiferencia. Las tablas del suelo crujieron cuando inició
su pesado camino hacia la escalera. Todavía debemos
la factura del óptico por mis gafas de leer y llevamos un
pago de retraso del Betamax. ¿Por qué no ganas
más dinero de una jodida vez?
Pues no lo sé, Lina. Pero tengo grandes ideas esta
noche. De verdad.
Se volvió a mirarle, como si fuera a decirle algo
sarcástico algo sobre que ninguna de sus grandes
ideas les había sacado de apuros pero que, en todo caso,
se había quedado con él, pero desistió.
Quizá algo en su sonrisa la había frenado.
Subió por las escaleras. Él permaneció
abajo, escuchando su paso atronador. Tenía la frente
perlada de sudor. Se sentía a la vez mareado y
excitado.
Dio media vuelta y se dirigió hacia su despacho.
Esta vez cuando conectó el aparato, la computadora ni
zumbó ni rugió, sino que empezó a hacer un
ruido irregular, una especie de quejido. El olor caliente del
transformador salió casi al momento de detrás de la
pantalla, y tan pronto como pulsó la tecla EXECUTE para
borrar el ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, TIO RICHARD!,
empezó a salir humo.
Queda poco tiempo, pensó. No... no es así. No queda
tiempo. Jon lo sabía, y ahora yo también lo
sé.
Tenía dos alternativas: traer a Seth de vuelta con el
botón INSERT (sabía que podría hacerlo;
sería tan fácil como crear los doblones
españoles) o terminar el trabajo.
El olor se hacía más potente. Dentro de un
instante, la pantalla empezaría a mandar su mensaje de
SOBRECARGA.
Escribió:
MI MUJER ES ADELINA MABEL WARREN HAGSTROM.
Pulsó la tecla DELETE.
Escribió:
SOY UN HOMBRE QUE VIVE SOLO.
Ahora la palabra empezó a aparecer en la esquina superior,
a la derecha de la pantalla: SOBRECARGA, SOBRECARGA,
SOBRECARGA.
Por favor, déjame terminar. Por favor, por favor...
El humo que salía ahora de las rendijas y ranuras de la
pantalla era más denso y gris. Miró al ruidoso
hardware y vio que también salía humo de su
rejilla... y al fondo de aquel humo pudo ver una opaca chispita
de fuego.
Ocho Bolas Mágicas, ¿tendré salud,
seré rico y sabio? ¿O viviré solo y
quizá me matará la soledad y la pena? ¿Queda
tiempo aún?
AHORA NO LO SE, PRUEBA MÁS TARDE.
Excepto que no quedaba más tarde.
Pulsó la tecla INSERT y la pantalla oscurecióse,
excepto por el insistente mensaje de SOBRECARGA, que parpadeaba
ahora a toda velocidad aunque irregular.
Escribió:
EXCEPTO POR MI ESPOSA BELINDA Y MI HIJO JONATHAN.
Por favor. Por favor.
Pulsó EXECUTE.
La pantalla se vació. Durante lo que parecieron siglos
permaneció así, excepto por la palabra SOBRECARGA,
que ahora aparecía con tal rapidez que parecía
mantenerse constantemente allí, como una computadora
ejecutando una implacable orden de mando. Algo dentro del
hardware saltó y chisporroteó, y Richard
soltó un gemido.
Las letras verdes reaparecieron en la pantalla, flotando sobre el
negro:
SOY UN HOMBRE QUE VIVE SOLO, EXCEPTO POR MI MUJER BELINDA Y MI
HIJO JONATHAN.
Pulsó dos veces EXECUTE.
Ahora, se dijo, ahora escribiré: TODAS LAS PIEZAS DE ESTA
COMPUTADORA ESTABAN PERFECTAMENTE ENSAMBLADAS ANTES DE QUE EL
SEÑOR NORDHOFF ME LO TRAJERA. O escribiré: TENGO
IDEAS PARA POR LO MENOS VEINTE NOVELS SENSACIONALES. O
escribiré: MI FAMILIA Y YO VIVIREMOS FELICES PARA SIEMPRE
JAMÁS. O escribiré...
Pero no escribió nada. Sus dedos revolotearon
estúpidamente por encima del teclado mientras
sentía literalmente sentía que todos
los circuitos de su cerebro se quedaban bloqueados como los
coches en el peor atasco de tráfico de la historia de
Manhattan.
La pantalla se llenó de pronto con la palabra:
ACABADOACABADOACABADOACABADOACABADOACABADOACABADO
ACABADO.
Hubo otro chasquido y luego una explosión en el hardware.
Salieron unas breves llamaradas del aparato. Richard se
echó atrás en su sillón, cubriéndose
la cara por si explotaba la pantalla. No explotó.
Solamente se apagó.
Permaneció sentado, contemplando la oscuridad de la
pantalla.
NO PUEDO DECIRLO. VUELVA A PREGUNTAR DESPUÉS.
¿Papá?
Se volvió rápidamente, con el corazón
desbocado.
Jon estaba ahí, Jon Hagstrom; su rostro era el mismo pero
algo distinto... la diferencia era sutil pero visible.
Quizá, pensó Richard, la diferencia estribaba en la
diferencia de la paternidad entre los dos hermanos. O
quizá era simplemente que aquella expresión
inquieta, vigilante, había desaparecido de sus ojos
ligeramente aumentados por las gafas (de montura metálica,
ahora, observó, y no la fea montura de carey artificial
que Roger había comprado siempre al muchacho porque
costaba quince dólares menos).
Quizá era algo todavía más sencillo: el
aspecto de predestinación había desaparecido de sus
ojos.
¿Jon? dijo con voz ronca, preguntándose
si en realidad había querido decir algo más que
eso.
¿Era así? Parecía ridículo, pero se
figuraba que sí.
Suponía que la gente siempre quería
más. Jon, ¿eres tú, verdad?
¿Quién iba a ser, si no?
Señaló con la cabeza a la computadora.
No te lastimaste cuando este cacharro se fue al cielo de los
datos, ¿verdad?
Richard sonrió:
No; estoy perfectamente.
Lamento que no funcionara. No sé qué me hizo
montarlo con todas esas piezas inútiles.
Movió la cabeza. Por Dios que no lo sé.
Es como si hubiera tenido que hacerlo. Cosas de niño.
Bueno dijo Richard, acercándose a su hijo y
pasándole un brazo por los hombros, quizá te
saldrá mejor la próxima vez.
Tal vez. O a lo mejor pruebo con otra cosa.
Puede que sea mejor.
Mamá dice que tiene cacao para ti, si te
apetece.
Ya lo creo. Y ambos salieron juntos del despacho a
una casa donde no había ningún pavo congelado
procedente de un premio ganado en el bingo. Una taza de
cacao me vendrá más que bien ahora.
Recuperaré cualquier cosa recuperable que haya en
aquel cacharro, mañana, y lo demás lo echaré
al vertedero anunció Jon.
Bórralo de nuestras vidas...
Y entraron en la casa y al aroma de cacao caliente, riendo
juntos.
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Título Original: Word Processor of the Gods.
Stephen King nació en Portland, Maine, EUA, el 21 de setiembre de 1947. Este relato se publicó por primera vez en la revista Playboy en 1983.
A propósito del comienzo de este relato, LA KERMESE se inició en el mundo de los bits con una computadora Wang.
foto: cortesía del site oficial del escritor www.stephenking.com
Si tenés un dato o algún material para mandarle
al Cartonero, su correo electrónico es
cartonero@lakermese.net
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