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    La última novela de Sir Archibald
LA KERMESE, a tono con los tiempos que corren, publica su primer e-Book, o libro electrónico, en el formato de novela por entregas: NESTOR Y EL ALBATROS.
 

—2—

El Encuentro

Cuando lo vi por la ventana no lo podía creer.

Estaba saliendo el sol, y el Cholo ya se había ido a la fábrica. Yo enjuagaba el mate en la cocina, y mi Ceci dormía tranqui en su camita. La villa era puro silencio a esa hora.

¡Me pegué el susto de mi vida! Me agaché temblando, pero como no se sentía ningún ruido, al rato levanté la cabeza y espié por encima de la mesada.

¡Dios mío! Era un pájaro enorme, un cóndor, pensé. El corazón se me salía del pecho.

Y no supe qué hacer primero. Si avisar a los ratis, o abrazar a Ceci, o buscar el palo de amasar.

Las manos me temblaban, pero volví a mirar por la ventana, y el pájaro estaba muy tranquilo, lo único que movía era la cabeza, despacito para un lado y para el otro.

Ya no me pareció tan peligroso, no sé por qué. Era muy grande, más grande que el perro San Bernardo que tiene el gordo de acá a la vuelta, y todo blanco menos las puntas de las alas, que eran oscuras. Se había parado sobre la antena de la Emilia, y también me pareció que estaba como confundido. Un pájaro confundido, no sé de dónde pude sacar semejante idea.

Ya se estaba haciendo de día, no había viento, no había nubes, y el sol comenzaba a salir por detrás de ese pato gigante, o lo que fuera. Parecía como si ese bicho se estuviera prendiendo fuego, ¡ay Dios!, y me quedé quieta igual que cuando miro la televisión, no sé cuánto tiempo, viendo como poco a poco ese fuego se volvía de un color dorado.

Sin querer me debo haber movido, porque de repente sentí que el pájaro me miraba. Me volví a asustar mucho, y entonces me acordé que frente a la villa vive el profesor Néstor, que siempre anda con los chicos enseñándoles cosas de los pájaros. Yo le aviso, me dije.

Vi que Ceci seguía durmiendo, y me animé a salir. Despacito, cerré bien la puerta, caminé rápido por los pasillos de tierra, crucé la calle y le golpeé la puerta al profesor Néstor. Por suerte estaba levantado y me abrió enseguida. No me acuerdo muy bien lo que le dije porque estaba toda abatatada, él me tranquilizó y se vino conmigo.

Cuando entramos, Ceci estaba con su remerita del patito, descalza, mirando hacia la antena de la Emilia con los ojos muy abiertos.

—Mami, se fue, se fue como un avión —me dijo muy tranquila, con la misma carita que pone cuando me pide que le compre un chocolate y yo le digo que no tengo plata.

El profesor Néstor me hizo montones de preguntas, y yo le contestaba lo mejor que podía. Qué color tenía, cómo se movía, el tamaño, las patas, las alas, cuánto tiempo estuvo en la antena de la Emilia, de todo me preguntó. Mientras yo le contaba, el profesor me miraba muy fijo, sin parpadear, me interrumpía y me repetía las preguntas, y me decía a cada momento “¿estás segura?, “acordate bien”, ¿estás segura?”.

Cuando el profesor Néstor se dio cuenta que yo no le podía contar nada más, miró a Ceci que seguía con los ojos en la ventana, sin escucharnos, como cuando mira por la tele los dibujitos al llegar de la escuela.

Él se acercó a ella, le habló despacito y mi Ceci se sonrió. El profesor Néstor me preguntó si le daba permiso a Ceci para ir a desayunar a su casa, y yo le dije que sí. El profesor me contó que tenía un pan riquísimo, mermeladas caseras de muchos gustos diferentes y que cuando yo le toqué la puerta él estaba por empezar a preparar licuado de durazno con leche.

Se fueron de la mano, y yo me quedé lavando la ropa.

No pude sacarme de la cabeza, mientras esperaba la vuelta de la Ceci, al pájaro parado en la antena de la Emilia, mirándome como lo haría una persona. Volvía a sentir escalofríos como en ese momento, juro que lo veía patente, con el sol que estaba saliendo, iluminándolo de atrás, primero de color rojo, como si fuera un demonio, y después dorado, igual que el ángel con las alas plegadas que hay en la iglesia de María Auxiliadora.

La Ceci llegó a las nueve, muy contenta, y me dijo que lo había pasado requetebien. No paraba de hablar. Me contó que la casa del profesor Néstor era muy linda, que estaba llena de libros, que había montones de cuadros en las paredes, que comió muchísimo con los otros dos chicos de la villa que también desayunaron con ella, y que la señora del profesor era muy buena y que escucharon una música suavecita muy linda.

También me dijo que, después de desayunar, el profesor trajo unos libros con muchas fotos de animales, y que estuvieron jugando a encontrar una foto del pájaro que estaba en la antena de la Emilia.

El profesor se reía mucho porque había un montón de pájaros, y mientras pasaba las páginas Ceci le decía que ése no era, y éste no era, y aquél tampoco. “Se me están acabando los libros, Ceci, ya casi no me quedan más patos para mostrarte”, le dijo luego de jugar un rato largo.

El último libro que le mostró el profesor Néstor tenía fotos y dibujos de patos muy grandes, que volaban sobre el mar. Y Ceci le dijo que esos sí que se parecían al que había visto esa mañana. El profesor la miró un ratito, y luego siguió pasando las páginas, más despacio, para que Ceci las viera bien.

De pronto, mi nena señaló a un pato muy grande y gritó: “¡Era éste!”. El profesor la miró a ella, luego al pato, y así varias veces. No aplaudió ni se puso contento como Ceci porque habían ganado el juego. Sin decir nada puso un papelito en el libro para marcar la página, y luego lo cerró. Se levantó de la silla, tenía que irse al colegio a dar clase, le dijo. Ceci estuvo charlando con los otros chicos y con la señora, que luego la acompañó hasta casa.

En todo ese tiempo el profesor Néstor estuvo mirando otros libros, muy serio, y luego se los llevó a un escritorio y encendió su computadora. Cuando Ceci se fue no le dio un beso, nada más la saludó con la mano, como distraído, y siguió mirando la pantalla. Yo estoy segura que ese hombre hoy llegó tarde al colegio.

El Cholo volvió a las seis. Me dio un beso y fue a la cocina para preparar el mate. Ceci lo sintió llegar y fue corriendo a saludarlo. Y ahí mismo le dio emocionada la gran noticia del día:

“¡Papi, papi, esta mañana vi un pato grandote, de los que vuelan sobre el mar!”.

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From Nestor and the Albatross by Sir Archibald Morrison, published by Glasgow Press, Inc. Copyright © 2000 by Sir Archibald Morrison. By permission of Sir Archibald Morrison and the Glasgow Literary Agency.

Mensajes a Sir Archibald Morrison: archibald@lakermese.net