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    La última novela de Sir Archibald
LA KERMESE, a tono con los tiempos que corren, publica su primer e-Book, o libro electrónico, en el formato de novela por entregas: NESTOR Y EL ALBATROS.
 

—1—

El Albatros

Ayer me separé de mi bandada.

No fue una decisión fácil, y sólo Dios sabe el tiempo que llevaba cavilando sobre el tema, mientras volaba con los otros albatros.

Volábamos y volábamos incansables, siempre girando, y a toda hora, jóvenes y viejos, grandes y pequeños, machos y hembras.

Siempre viví conforme con mi destino, y a gusto con los míos.

Y si bien no podría decir que era feliz, al menos sentía que estaba donde tenía que estar, aspirando el aroma del mar, eterno y siempre distinto allá abajo.

En mi niñez y adolescencia recibí de mis mayores la visión de nuestro pasado y nuestro futuro, y me dejó satisfecho saber que yo era el eslabón actual de una larga historia de vuelos interminables, que somos los dueños de estos inmensos cielos y de este mar infinito, y que en un tiempo ya cercano podría elegir pareja para que mi compañera pudiera poner su huevo, en alguna costa que ofreciera abrigo y seguridad para nuestro hijo.

Pero empezaron a aparecer los aviones.

Siempre volaban de a uno, no como nosotros.

Ellos no elegían las corrientes de aire para volar más fácil, sino que iban derechitos y sin cambiar de altura. Al principio me dieron un poco de miedo, y mis compañeros me tranquilizaron diciéndome que iban más al sur, a la Antártida, a llevarles comida a los hombres que vivían allí.

Y un día, al aparecer un avión, decidí seguirlo. Siempre fui uno de los mejores para volar, y todavía hoy no sé si lo hice por curiosidad o por desafío.

Todos los hombres que hemos conocido nos respetan, nos arrojan comida desde sus barcos, nos dejan descansar en ellos, y de sus ojos y el saludo de sus brazos levantados nos llega su afecto invariable a través de los años.

No nos sentimos ni muy extraños ni muy diferentes a ellos, a pesar de las apariencias. No lo saben, pero los albatros conocemos su idioma, y las incontables conversaciones que hemos escuchado en sus barcos han sido siempre el tema favorito de nuestras propias charlas en la intimidad de la bandada. Los pájaros viejos repiten a los más jóvenes lo que han escuchado, las palabras también vuelan de bandada en bandada por siglos y siglos, desde aquellos barcos de madera que navegaban despacio, con sus marineros gritones y sus banderas coloradas y amarillas, hasta los barcos de metal que hay ahora, silenciosos y con banderas celestes y blancas. No lo saben, no saben que sabemos muchas cosas de ellos.

albatros

foto: cortesía www.greenpeace.org

Volé tras el avión durante varias horas.

El avión no iba a la Antártida. Cuando giró y comenzó a regresar por donde había venido, yo volé rumbo a mi bandada como nunca antes lo había hecho, mi velocidad y ausencia de cansancio fueron increíbles. Y me juré a mí mismo no volver nunca, pero nunca más, a acompañar el vuelo de un avión. Jamás.

Lo único que les dije a los míos fue que me había distraído durante un rato, y que luego emprendí el regreso.

Por suerte nadie me preguntó nada, ni me miraron de cerca.

Ese día supe que los albatros podemos sentir un dolor inmenso y que no podemos decir en dónde. No es en una pata, o en un ala, o en el estómago o en alguna parte. Es tan fuerte que nos podemos caer, yo sentí mis alas como hechas de madera, no podía remontarme, sólo atiné a planear como pude para no estrellarme. Los ojos me ardían y mis fuerzas me abandonaban. Y al llegar al mar floté tembloroso durante mucho tiempo, hasta que logré cerrar los ojos y dormirme.

Mi sueño fue una pesadilla. Revivía una y otra vez el momento en que se abría la puerta del avión, y a los dos hombres vestidos de verde que arrojaban al vacío a otro hombre desnudo: antes de que yo pudiera pensar o sentir algo, cayó como una piedra, hasta hacerse chiquitito y hundirse sin ruido alguno allá abajo, desapareciendo para siempre en un diminuto penacho de espuma.

Cuando el avión giró, pasó tan cerca mío que puedo asegurar que los ojos del piloto eran azules y tan fríos como el mar de ese día, y que vi sus dientes debajo del bigote cuando me sonrió. Sí, me sonrió.

A partir de ese momento mi vida fue otra. Ya no me sentí a gusto con mi bandada, y lo que siempre me había interesado comenzó a perder su sentido, y también a molestarme.

Lo único que me apartaba de mi apatía eran los vuelos. Mientras no recordara al avión me sentía imbatible, y volaba de una manera tan fantástica que mis compañeros se quedaban con el pico abierto. Y sin previo aviso, a veces en una picada fabulosa, el vuelo solitario de aquel día maldito se me hacía presente, y entonces sentía que ardían mis ojos y que mis alas se volvían de madera, y terminaba flotando durante horas hasta recuperarme de la horrible pesadilla.

Las burlas y los comentarios socarrones me llegaron cada vez con mayor frecuencia, hasta que no pasó un día sin que el veneno y la envidia de los albatros me envolvieran como una niebla sucia.

Mi inconformismo se fue dosando suavemente, y casi sin que lo notara, excepto tal vez en la melancolía sin nombre que me invadía en los ocasos, se fue adueñando de mí la sensación de que la cosa ya no iba más, y que mis compañeros ya me tenían las alas recontrallenas.

Creo que el punto de inflexión se produjo el día en que festejamos el cumpleaños de Oscar. Luego de un vuelo en círculos alrededor del agasajado, se produjo el consabido quilombo del "a ver quién vuela más alto". Esa vez yo tenía un buen día y llevaba las de ganar, pero los imbéciles de siempre me picotearon el culo en plena prueba, y al final quedé tercero.

Probablemente a ustedes no les parezca demasiado relevante salir terceros en una competencia de altura, pero para nosotros es algo que pone a prueba lo mejor de cada uno, y lo encaramos con un temple semiprofesional.

Ese duro golpe a mis aspiraciones, creo, hizo germinar el descontento que me habitaba en estado de callada latencia.

Y ayer se pudrió todo.

Sin adioses, sin música órfica ni gestos ampulosos o efectistas, me elevé con una corriente de aire tibio y, sin mirar atrás, simplemente me rajé a la mierda.

Ahora, y como consecuencia de esta íntima e irrevocable decisión, intentaré la supervivencia en solitario.

No sé de otro albatros que alguna vez haya hecho lo mismo, o algo parecido. Hace tiempo que dudo de mi propia cordura, y hubo momentos en que pensé que mi plan era sólo una variante muy rebuscada de un suicidio. Los diarios graznidos plenos de vida de mis compañeros y compañeras, su existencia simple, volar, buscar comida, competir, hacer el amor, charlar sobre los hombres, estar siempre cerca unos de otros, hizo que se me hiciera difícil ocultarles que yo estaba en otra cosa, pensando, pensando, pensando. Desde luego, me vi obligado a disimular, a graznar y volar junto a ellos, de otro modo los hubiera tenido encima mío tratando de saber qué me estaba pasando, y es probable que hubiera flaqueado y tratara de olvidarme del avión, y llevara una vida normal de albatros hasta el fin de mis días.

Intentaré encontrar a los hombres de los barcos, poder estar cerca de ellos en tierra firme. Tengo que saber, tengo que saber, mis alas no son de madera, mis ojos no deben arder, no puedo estar flotando en el agua como una botella de plástico, aturdido por un dolor que me duele no sé dónde. Desde ayer vuelo sin detenerme, y mi instinto me dice que mi rumbo es correcto, que mi pico apunta hacia las casas de los hombres.

Si lo logro, tal vez en algún tiempo pueda ser el objeto de estudio de un azorado ornitólogo, quien tratará de vencer su incredulidad con análisis científicos que expliquen la insólita presencia de ese enorme pájaro parado sobre la antena de televisión de un vecino.

Un pájaro blanco de ojos extrañamente orgullosos, con alas fatigadas y desteñidas, a muchísimas millas del mar, regurgitando los restos de un big mac incompatible con la esencia de su aparato digestivo.

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From Nestor and the Albatross by Sir Archibald Morrison, published by Glasgow Press, Inc. Copyright © 2000 by Sir Archibald Morrison. By permission of Sir Archibald Morrison and the Glasgow Literary Agency.

Mensajes a Sir Archibald Morrison: archibald@lakermese.net