ULTIMA BOTELLA AL MAR DE UNA TRISTE PATRIA
Hermanos del mundo, esta es una carta de los argentinos.
Quizás nos hayan visto alguna vez por sus aldeas o por sus
puertos. Somos aquellos coquetos engreídos que disimulaban
su renquera haciéndose los presumidos, haciéndose
los románticos, fanfarroneando a pura buena voluntad o
diciendo piropos.
Somos como nuestro tango. Así de buenos, así
de malos.
Hermanos de otros países, mandamos esta carta para
despedirnos del mundo. Nos han botado de él. Claro, claro.
Dirán ustedes: 'Otra vez los argentinos
endilgándole la culpa a otros'. Algo de razón
tienen; siempre todos tenemos algo de razón, incluso los
argentinos.
Pero esta vez es bastante distinto. Hubo gentes de otras
partes abriéndonos las venas, fondos internacionales ,
bancos mundiales , migratorios capitalistas... y sobre todo gente
nacida en este sur.
Algunos aún figuran en las tapas de las revistas del
jet set; son aquellos retratados junto a poderosos presidentes
(el mentón altivo, la mirada un poco furtiva, los
bolsillos henchidos). Delincuentes comunes, estafadores o
genocidas a los ojos del mundo, que aquí en el
último sur decían llamarse políticos. Y
muchos de nosotros aceptábamos llamarles
así.
En Argentina simular concienzudamente ante una
cámara de televisión el tiempo suficiente
solía alcanzar para encarnar como verdad la patraña
más grotesca.
Créannos, era así.
Pero los que mandamos esta carta somos los otros, los que
no nos robamos entre sí, ni a ustedes, ni a nadie.
Somos los que intentamos la dignidad de vivir día a
día en nuestras casas, con la mujer amada, con el hombre
amado.
Tal vez no nos hayan visto nunca. Probablemente no nos
verán jamás por sus aldeas y sus puertos. Porque
esta carta es para despedirnos, sin habernos conocido. Sin
embargo, para darles una semblanza, digamos que somos
idénticos a ustedes.
Nacimos de hombre y mujer amándose, tenemos
apellidos parecidos, sajones, gallegos, napolitanos,
judíos, polacos o japoneses.
Cuando acariciamos nuestras raíces tocamos la calle
de Alcalá, el agua antigua de un canal veneciano, los
metales de Silesia o Cracovia y una porción de torta negra
galesa.
Esta carta va para todos ustedes y tiene un apartado
especial para aquellos hermanos extranjeros que tienen alguna
cuenta en bancos internacionales: Boston, Citi, Bilbao-Vizcaya,
Santander, Banca Nazionale del Laboro, HSBC, Scotiabank y
otros.
Quédense tranquilos; no vamos a pedirles dinero. Eso
lo hacían otros argentinos. Nosotros no. Simplemente
queremos recordarles que cuando esos bancos publiquen en sus
ciudades carteles satinados a todo color tentándolos con
obsequios deslumbrantes, como tasas de interés, viajes,
cuentas especiales, vídeo-grabadoras, seguros de retiro,
complacientes financiaciones para recorrer el globo terrestre,
relojes y lapiceras que honren vuestra confianza puesta en ellos,
juguetes para vuestros niños, o sencillamente ofertando
sonrisas destellantes de prolijísimos gerentes... sepan
con qué se ha pagado buena parte de esos
beneficios.
Sépanlo aunque, por supuesto, no sea culpa vuestra.
Los remitentes de esta carta han sido despojados de su dignidad
como seres humanos para gloria de las finanzas internacionales.
Para dicha gloria fue necesario que nuestro país careciera
de industria.
Así perdimos nuestros empleos. Para dicha gloria
hacía falta descuartizar el concepto de Estado y de pueblo
libre.
Así perdimos las escuelas y las universidades. Por
dicha gloria se nos mueren en nuestra tierra 12.500 niños
anualmente por enfermedades que ustedes curarían sin
siquiera sufrir inquietud (¡Dios les bendiga siempre con
esta misericordiosa gloria!). Cada beneficio que estos bancos les
otorguen estará sustentado en ladrillos de muerte y
miseria de nuestro pueblo.
Por esta razón, además, nuestra carta es de
despedida. Podrían firmarla al pie otros muchos hermanos
de Paraguay, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Nigeria, Tailandia,
Costa de Marfil. Podrían firmarla los esclavos negros
hacinados en bodegas llenas de ratas que cruzaron el
Atlántico dos siglos atrás. Y nuestros incas y
nuestros aztecas y nuestros pampas y nuestros guaraníes y
nuestros mayas, que asesinados y saqueados originaron los barcos
repletos del oro, que en el devenir de los tiempos dieron origen
a la banca que hoy nos saquea y asesina.
Hermanos del mundo, por favor, no queremos sonarles
'lejanos' o extraños.
Somos ustedes, lo fuimos hasta ayer: leíamos a
Camus, llorábamos con Vittorio De Sica, cantábamos
con Nirvana y comíamos los mismos espaguetis (aunque los
escribiéramos distinto).
Descorchamos nuestro vino de la pre-cordillera para
festejar la caída del Muro, extendimos nuestra cuchara
llena de cereal cuando el hambre nublaba la vida de vuestros
abuelos, nos dejamos llevar por Lola Flores, Brassens, Paul
Eluard, Luigi Tenco o Pavarotti.
Escuchamos El Silencio con Bergman, hicimos nuestros los
estribillos de la Guerra Civil Española y nos
preguntábamos con ustedes '¿Qué culpa
tiene el tomate que está solito en la huerta?'. Amamos
a andaluzas o romanas. Y ellas nos amaron. Redescubrimos la
Bondad Humana con Kurosawa y garrapateamos en nuestros muros las
consignas de un lejano mayo de París.
Hoy no tenemos presente.
Mañana no tendremos futuro. No habrá
aquí trabajo ni se sabrá leer. Cualquier bacteria
nos matará. Pronto vendrá la guerra por un pan que
no encontramos, aún derrotado nuestro enemigo - que no
será otro que el vecino. Hemos sido expulsados de aquel
poema vuestro, La Declaración de los Derechos del
Hombre.
¿Alcanzará con decir 'Ustedes votaron a
esos criminales para que los gobernaran e iniciaran el
saqueo'? Detrás de cada político siempre estuvo
el mismo poder.
Sépanlo. Cuando convino usufructuar de nosotros, lo
hicieron. Hoy, en el nuevo siglo ya no servimos para nada ni para
nadie. O tal vez sí. Servimos para nuestros hijos.
Pero ello no será razón suficiente: nuestros
hijos no sirven para nada.
Teníamos vuestros mismos ideales, sudamos como sudan
allá, hacemos el amor como ustedes lo hacen. Nos
alimentaría lo mismo que los alimenta a ustedes y nos
matan las mismas cosas.
Y sin embargo somos menos humanos. Dicen que por razones
político-económicas. Las razones del dinero son
primero, aquí en el último sur, que la dignidad
humana.
No les reclamamos nada, hermanos. No queremos dar
lástima. Sí queremos decir nuestras últimas
palabras. Mientras podamos.
No fuimos tan perversos ni tan tontos. O dicho de otro
modo, si fuimos tontos, no fuimos perversos. No éramos
mejores que ustedes. Pero tampoco el deshecho orgánico del
liberalismo a ultranza que ahora somos.
Mientras los seres humanos tengan bajo el sol el visto
bueno de Dios, ustedes y nosotros, merecemos otra oportunidad. Si
un humano la merece, todos la merecen.
Lucharemos hasta el final por esto. Y de sucumbir lo
haremos tan dignamente como lo harían ustedes. Porque
somos sus iguales ante el reino de la vida.
No nos olviden. Semejante olvido dañaría
vuestras almas.
Y es necesario que queden hermanos vivos que defiendan la
justicia en el mundo que sigue.
GUILLERMO SILVA, poeta y escritor
argentino, jueves 17 de enero de
2002
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