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    Un veraneo pipí cucú
Apostillas veraniegas publicadas en La Síntesis en enero 2005


Un veraneo pipí cucú

Apostillas de un verano en Mar del Plata


UNA (04/01/05)

Otra vez estamos en Mar del Plata, con la intención de compartir las imágenes, sucesos, vivencias y reflexiones de nuestras andanzas a orillas del mar con los lectores de LA SÍNTESIS.

También este año sentamos nuestra base de operaciones en el balneario Leo, al lado del faro de Punta Mogotes. Hasta ahora percibimos una cantidad de turistas similar a la de enero pasado, y el sábado y el domingo disfrutamos de dos días de playa espectaculares. Hoy se cortó la racha con un poquito de lluvia y tiempo inestable.

Aún no estamos desarrollando a pleno nuestra función de corresponsales de LA SÍNTESIS. Nos hemos limitado a armar la infraestructura para la intensa actividad que nos espera: medios de locomoción, comidas, alojamiento, y la diagramación de visitas y entrevistas a realizar. Esto va tomando forma, dentro de las limitaciones de un ascético presupuesto. Para el desplazamiento por mar, cubriendo el runrún de los balnearios desde el agua, luego de largas cavilaciones desestimamos una tabla de windsurf por su escasa estabilidad y brioso comportamiento. Es más fácil tomar notas de los sucesos fuera del agua que dentro de ella.

Hoy lunes cerramos trato con el doctor en psiquiatría Jorge "Tycho" Martínez, orgulloso propietario de un kayak naranja y amarillo, bajo la forma tan antigua como vigente conocida como trueque. A cambio de un completo de milanesa todos los mediodías, el doctor Martínez nos prestará su máquina de navegar durante las tardes, con la limitación de no sobrepasar la línea del puerto, dada la existencia de canaletas traicioneras que pondrían en riesgo nuestra humanidad, y que en el caso de un mar picado y con viento noroeste podrían transformarnos en corresponsales de LA SÍNTESIS en Ciudad del Cabo de acá a un par de meses, muy débiles, muy morochos, con los labios agrietados y una barba rígida por el salitre tapándonos el pecho.

Ayer comenzamos las prácticas con el kayak, primero en la arena (ver foto), donde nos fue de maravillas, y luego en el movedizo mar, donde se nos presentaron algunas dificultades. Después de una intensa y agotadora sesión, con el doctor "Tycho" Martínez acordamos el agregado de una cláusula a nuestro contrato, por la cual nosotros nos comprometemos a proporcionarle como bonus una ensalada de fruta diaria, y él a contarnos los secretos del manejo del remo para que el maldito kayak navegue en línea recta y hacia donde nosotros deseamos.

Las playas céntricas y las de la zona norte las recorreremos a pie, al viejo estilo. Para meter las narices en boliches, teatros, circos, conferencias, conciertos y demás yerbas, imprimimos con nuestra computadora credenciales truchas de LA SÍNTESIS con el logo del diario a todo color. No sabemos si este truco resultará, pero la desidia del director Alberto García —esto hay que decirlo— al no enviarnos por FedEx, como acordamos, las credenciales originales con su firma en tinta azul, que nos hubieran permitido un acceso fácil y fluído a todos esos lugares, hizo que echáramos mano a este recurso extremo del rebusque casero de último momento.

La ciudad de Mar del Plata y su zona de influencia la cubriremos a bordo de nuestro jeep Willys, al que tenemos bien pistero con sus gomas patonas y la colita rutera.

Entrando en materia, ya hicimos —o casi— nuestra primera nota. En el oceanario que está junto al faro hay un estanque artificial donde viven numerosos pingüinos. Como no somos zoólogos, sólo podemos contarles que hay pingüinos chiquitos, medianos y grandes, igual que las gaseosas.

El diálogo con estos simpáticos animales no nos fue posible, porque un celoso cuidador nos impidió acercarnos. A lo que sí accedió fue a fotografiarlos con nuestra cámara, para que en Saladillo puedan ver a los pingüinos marplatenses.

También podemos contarles que a unos cien metros de nuestra carpa en Leo, está el amarradero playero de una "banana", que es una especie de cilindro de goma donde van sentadas a horcajadas ocho personas, y son remolcadas a toda velocidad por una moto de agua. Ver como cada dos minutos un tripulante de la "banana" sale despedido al pasar sobre una ola y se hunde en el mar, nos mantuvo ocupados durante largos y entretenidos momentos. La vuelta, que sale diez pesos, dura unos diez minutos.

En cuanto a las comidas, hasta ahora sólo pudimos semblantear el consumo que hacen los turistas en el "chiringuito", que es un simpático bolichito de madera construído sobre pilotes y con techo de paja, enclavado en la playa muy cerquita del mar. Allí reinan los emparedados de jamón y queso y los de milanesa, a unos tres pesos; la botella grande de gaseosa está a dos pesos.

También venden helados, y los más consumidos son los "Sin parar" de Frigor. Estoy seguro de que el creativo que les puso ese nombre jamás pensó que iba a servir para acuñar un piropo de dudoso gusto que dice "quisiera ser heladero para darte 'Sin parar'".

Para mañana intentaremos acercarnos a un elefantito que está con un circo en el puerto, para sacarle fotos y si es posible acariciarlo. Ya tenemos apalabrado a un enano para que nos deje entrar y lograr la nota.

Hasta mañana.


DOS (05/01/04)

Tal como adelantáramos ayer, nuestro objetivo para hoy era poder estar al lado de Trompita, a quien el circo Atlas anuncia como "El elefantito más pequeño del mundo".

Como es la estrella del espectáculo, el mandamás de la carpa lo cuida como tal, y no permite que los extraños se le acerquen fuera de los horarios de las funciones.

A la mañana temprano, luego de estacionar nuestro jeep a dos cuadras, nos dirigimos hacia la parte de atrás del circo, con el lógico temor de que Bochita, el enano que nos prometió facilitarnos un acceso furtivo para sacar fotos y mantener un contacto con el mini paquidermo, no apareciera por temor de que lo descubrieran y lo echaran a patadas con toda prolijidad.

El silencio sólo era interrumpido por el zumbido de los autos que pasaban allá lejos por la avenida, y nos llegó hasta el alma el inconfundible aroma del circo, esa mezcla penetrante de aserrín, aceite, lona vieja y estiércol que nos lleva en un segundo a revivir momentos de emoción en nuestra infancia.

Al pasar junto a un carromato escuché en sordina una música de cumbia, que me puso en alerta ante la posibilidad de ser sorprendido y que me distrajo lo suficiente como para hundir mis zapatillas en una masa blanda y gomosa que frenó mi marcha.

Pensé lo peor, y acerté. Salvo que los tipos del circo tuvieran leones y los dejaran sueltos, la magnitud de lo que había pisado me indicó que yo ya había tenido mi primer contacto con Trompita. Y de Bochita ni noticias, enano del carajo.

Me pareció que una cubierta abandonada se movía, y así era. Detrás de ella apareció Bochita, vestido con una remera con la lengua de los Stones y unos jeans que a él le iban bien pero que tenían el tamaño de unas bermudas.

—Macho, ¿qué pisaste? —me dijo, tapándose la nariz.

Conteniendo mis ganas de estrangularlo, le ordené que me llevara rápido con el elefante antes de que nos viera alguien. Y al llegar junto al animal se esfumó mi malhumor.

Trompita es un elefante adulto pero con el tamaño de una cría de tres años. Es manso, dulce, agita sus orejas como quien guiña un ojo, y es hermoso por donde se lo mire. Le pedí a Bochita que me sacara unas fotos, pero al ver que mi cámara en sus manos tomaba la proporción de un bandoneón plateado, se la arrebaté y le dije que se olvidara del asunto. Le tomé a Trompita un montón de fotos, y elegí la que me pareció más linda para ilustrar esta nota. Es hermoso verlo alimentarse, y con qué delicadeza y habilidad maneja su trompa para elegir briznas de alfalfa que lleva hasta su boca, sin dejar de mirar en derredor con sus ojos de animal bueno.

Seré un tonto sentimental, pero en ese momento pensé que el bicho, con su pata encadenada, estaba muy lejos de su casa y de los suyos. La manada, que le da identidad a cada uno de los que la componen, es su modo natural de vivir y desarrollarse.

Y allí estaba, solito y solo, con el propósito de ayudar a que algunas personas introduzcan billetes en sus bolsillos mientras anuncian "pasen y vean, señoras, señores y niños, a este maravilloso animal". Y también para que un muchacho bajito se gane unos pesos extras ayudando a un tipo de Buenos Aires a sacarle fotos para un diario de Saladillo.

Lo extraño de la situación, una mañana diáfana y silenciosa en la compañía de un hombre enano y de un elefante enano, me hizo sentir durante un rato un tipo afortunado por estar ahí, y al que su alegría interior, casi siempre enana, le crecía hasta tomar la misma estatura de su cuerpo.

Me despedí de Bochita y de Trompita, que seguía comiendo en paz y ajeno a mi filosofía barata. En el camino de regreso al jeep, el olor de mis zapatillas desvió mis pensamientos al terreno árido de las cosas prácticas, al imaginar el enchastre que se avecinaba en la alfombrita de goma y la pedalera del jeep.

Hasta mañana.


TRES (06/01/04)

Mi padre, que entonces tendría la edad que yo tengo ahora, me pidió que lo acompañara. Por ese entonces vivíamos en Mar del Plata, la ciudad que me vio nacer.

Recién habíamos cenado, y ese cinco de enero pintaba para que los camellos siguieran de largo. Lo de siempre: poca guita, tres hermanos, y yo el mayor de ellos. El único varón, el único "avivado" de la verdad detrás de la leyenda de los tres magos de Oriente, el único que se bancaría sin melodrama un seis de enero sin regalos.

Fuimos en colectivo al centro, repleto de turistas y marplatenses caminando, tomando helados, charlando, la mayoría colorados como camarones porque la temporada recién comenzaba y el sol tarda como una semana en dejar la piel en los umbrales del bronceado caribe.

En la calle San Martín, que aún no era peatonal, mi viejo dijo "entremos" al llegar a la puerta de una librería enorme de la que olvidé el nombre. Lo que no olvidé es que me dijo "elegí varios" señalando las estanterías donde se exhibían los libros de lomo amarillo de la editorial Robin Hood, junto a los encuadernados en rústica de la editorial Difusión.

Tengo presente, después de tantos años, mi sensación de irrealidad en ese momento. Me cayó la ficha muy despacito: papá sabía cuánto me gustaban los libros, papá sabía que aunque no lo demostrara yo sufría porque "los reyes" no me iban a traer nada, papá sabía que esa noche yo, de pura bronca, no iba a pegar un ojo durante un rato largo.

De pronto dejé de estar en la librería con mi viejo, porque los que me ayudaron a elegir unos pocos libros entre cientos de ellos, fueron tres tipos de barba vestidos con pilchas muy raras, como las de los protagonistas de "Las mil y una noches".

La decisión fue difícil, y cuando marchamos hacia la caja llevaba "Buffalo Bill" de William F. Cody, "Un capitán de quince años" de Julio Verne, "Los tigres de Mompracem" de Emilio Salgari, "El último de los mohicanos" de John Fennimore Cooper, y estoy nombrando cuatro sobre siete. ¡Sí, me hice de siete libros de un solo saque!

Lo normal para mí era que me compraran un libro de tanto en tanto, por lo que me sobraba tiempo para leerlo un montón de veces antes de que cayera en mis manos uno nuevo.

Al llegar a casa me tragué mis ganas de empezar a leer ahí mismo, y puse el paquete de libros sobre mis zapatos de jugar al fútbol, junto a los de mis hermanas que ya tenían sus regalitos encima.

Esa noche inolvidable se me cayó por fin y para siempre la venda de los ojos, y supe, despierto en mi cama mientras mis hermanas dormían, que los Reyes Magos existen, y que el cuentito infantil de que son los padres es puro verso.

Hasta mañana.


CUATRO (07/01/04)

El Racing Club de Avellaneda está en Mar del Plata. Los 26 muchachos y el cuerpo técnico fueron los primeros en llegar para disputar el habitual Torneo de Verano, mientras ponen a punto su preparación física y técnica para el próximo campeonato Clausura de la primera división del fútbol argentino.

Se van a quedar en esta ciudad hasta el día 26, y están haciendo trabajos físicos en el hermoso Parque Camet, que está sobre la costa en la zona norte, y también en la playa. Para las prácticas de fútbol utilizan la cancha del club local Kimberley.

Los abordamos a su llegada al hotel luego del entrenamiento de la tarde, y pudimos constatar que a pesar del cansancio todos lucían de buen humor, de seguro pensando en una rica cena y en una camita blanda con sábanas impecables como recompensa de sus trabajos y esfuerzos. Debido a lo inoportuno del momento no pudimos charlar tranquilos y sin urgencias con algunos de ellos, pero de todos modos Martín Cardetti, Lisandro López, Javier Pinola y los recién incorporados Diego Simeone y Claudio Úbeda nos saludaron con gran cordialidad.

El que bajó algo retrasado del micro fue el tercer refuerzo contratado por Racing, el volante Adrián Bastía, quien junto con Úbeda ya fue campeón con esta camiseta en el equipo de Reinaldo Merlo. Ya estaba por entrar al hotel, y cuando le hicimos una seña, Adrián nos vio con la credencial trucha de LA SÍNTESIS prendida de nuestra remera y se frenó en seco. Eso nos puso muy contentos, porque ya es la segunda vez que este cartoncito plastificado que armamos con la computadora funciona con éxito.

Adrián aceptó de buen grado que le sacáramos una foto, y se disculpó por no poder charlar porque lo estaban esperando en el lobby. De todos modos, hizo una pausa para enviar por nuestro intermedio un gran saludo para el director de LA SÍNTESIS, sabedor de que Alberto V. García es un seguidor de la Academia.

Más tarde, presenciamos la conferencia que dio el periodista Jorge Lanata presentando su libro "ADN" en Mar del Plata, y que fue organizada por la gente de Editorial Planeta.

Lanata, ahora barbado, estaba con algunos problemas en su garganta, pero así y todo estuvo charlando más de una hora frente a un auditorio muy numeroso y atento.

Glosando algunos párrafos de su libro, mencionó que los argentimos estamos como estamos porque creemos ser mucho mejores de lo que somos, y además añoramos volver a ser... lo que nunca fuimos. También dijo que reverenciamos a un héroe como el personaje Martín Fierro, que más allá de los méritos literarios de José Hernández es en realidad un desertor que escapa de la policía, y que además es un libro de lectura para los chicos en la escuela. En la misma línea está nuestro juego de mesa favorito, el truco, cuya esencia es hacerle creer al otro que tenemos algo que no tenemos.

En todo momento Lanata utilizó el lenguaje despojado y coloquial que nosotros usamos de entrecasa, y que le dio un sello inconfundible a sus programas de radio y televisión. Notamos en él madurez y aplomo, con convicciones fuertes pero abierto y comprensivo de los que piensan distinto. Dijo que cuando firma un libro y le dicen que es para enviárselo a alguien que vive en el exterior, agrega la palabra "volvé". La idea es que el país es como una familia, y que cuando en la familia hay problemas lo mejor es que estén todos para poder resolverlos.

Otro concepto que fue muy aplaudido —también por nosotros, que pensamos lo mismo— es que siente admiración por los cartoneros, que habiendo sido arrojados fuera del sistema económico formal, y teniendo casi marcado un destino de delincuencia por esa causa, sin embargo trabajan en tareas marginales y se adaptan a vivir ganando unos pocos pesos por día. Esa gente —dijo— que casi podría afirmarse que tiene derecho a golpearme con un palo para robarme todo lo que llevo encima, en vez de eso trabaja para ganarse la vida. Lanata remarcó que la inmensa mayoría de los argentinos es gente buena y muy trabajadora, y que el problema son los pocos que roban y delinquen de diversas maneras. En ese sentido, señaló con ironía que los robos más cuantiosos no se producen de noche sino de día y en horario bancario.

Respecto de las clásicas posiciones políticas, Lanata fustigó por igual a la derecha y a la izquierda vernáculas. De la derecha dijo que antes tenía por lo menos algunas figuras de buen nivel intelectual, pero al presente sólo son brutos que muestran avidez por los negocios. De la izquierda mencionó que siempre se ubica mal, asociándose con quienes no debe, y que gasta sus energías en armar listas de candidatos cuya ambición personal los hace fragmentarse en una división de divisiones.

Por último, afirmó que volverá a estar todos los días en un programa de radio, sin dar mayores precisiones. En suma, presenciamos una conferencia muy estimulante de Jorge Lanata, a la que nadie pareció mostrarse indiferente.

Hasta mañana.


CINCO (08/01/04)

Ayer a la noche tuvimos durante varias horas un festival de relámpagos, pero sin truenos. El cielo se encendía y se apagaba en silencio segundo tras segundo, y viboritas de electricidad recorrían el cielo de punta a punta a la velocidad del rayo. Bueno... eran rayos.

Guardamos el jeep en el cobertizo de madera ante el temor de que se descargara una tormenta de aquéllas, y el intenso calor nos hizo maliciar que vendría con una yapa de granizo. Pero no cayó ni una gota. Nos comimos el amague de la naturaleza. Recién hoy a la mañana comenzó a llover, y fue una lluvia de tantas, la necesaria para que las plantas no se mueran de sed y punto.

Hacía el mediodía el cielo se despejó, y volvieron el calor y la vida de playa. Salimos a recorrer la costa con el kayak del doctor Martínez, y una vez pasada la línea de la rompiente navegamos paralelos a la costa rumbo el sur.

El sol resplandecía a pleno, bien alto, encima de nuestra gorrita, mientras íbamos a buena velocidad, uno dos uno dos, al ritmo acompasado que imponíamos al remo, vamos Charly, pala y pala.

Recorrimos los balnearios uno a uno, y desde el mar gozamos contemplando a la gente en la playa y en el agua, las hileras de carpas, las sombrillas multicolores, y más atrás los complejos de restaurantes, vestuarios, negocios y sanitarios, a su vez enmarcados por las altas dunas tapizadas de uña de gato y los bosquecitos de pinos, eucaliptus y arbustos. Absorto en esa contemplación mientras mi longilíneo bote se deslizaba sobre el agua a toda velocidad, sentí de pronto un siniestro ¡tuc! al tiempo que frenaba de golpe y arqueaba con violencia mi torso hacia adelante. En un primer momento no me animé a mirar, temeroso de haberle pegado a una orca con mi proa afilada, y que el bicho, recaliente, se me viniera encima y me convirtiera en su almuerzo.

El chapoteo desesperado de unos brazos humanos me tranquilizó, y al alzar la vista vi una tabla de windsurf dada vuelta, una vela de windsurf con aspecto de bolsa de consorcio usada, y un cultor del windsurf pugnando por arreglar el estropicio. Al ver que el tipo se las arreglaba bien y que mi ayuda no era necesaria, continué con mi travesía, siempre hacia el sur.

Mientras me alejaba, sentí que el windsurfista me gritaba algo referido a mi querida madre que no entendí bien por la distancia, y al voltear mi cabeza vi que me saludaba con el puño en alto, arrodillado sobre la tabla. Le correspondí su cortesía levantando también mi brazo, y seguí dándole para adelante.

A mi regreso examiné el casco, y vi con alivio que no tenía ni una marquita. Cuando se acercó el doctor Martínez y me preguntó cómo me había ido, le contesté muy orondo que en mi bitácora yo había escrito "sin novedad".

Luego de este relato marítimo, siento que es mi obligación balancear esta nota con algún tema referido a tierra firme.

Este año las mallas, tanto masculinas como femeninas, no presentan mayores diferencias con las del año pasado, como si la moda se hubiera anquilosado. Los flacos andamos casi todos con bermudas, vi sólo un par de tipos con slips, y los jovatos siguen usando la clásica que llega a mitad del muslo.

En cuanto a las flacas, podría extenderme durante páginas y páginas describiendo las numerosas variedades de sus mallas, pero para no fatigar al lector y también para que mi mujer no me rompa el alma, resumiré mis largas horas de atenta observación en pocas líneas. Las mallas de las mujeres presentan más variedad que las nuestras: las enteras son patrimonio de la mayoría de las de cuarenta para arriba, las demás usan bikinis, y muchas con la parte de abajo muy cavada en la zona posterior, luciendo el cuerpo con generosidad y orgullo.

En su caso, como Janos bifrontes, las chicas ponen ante nuestros ojos las bondades de la vida a orillas del mar mostrando la salud de sus cachetes tanto cuando vienen como cuando se van.

Y si San Cayetano ha sido declarado patrono del trabajo, yo propongo a San Jacinto como patrono de estas playas.

Hasta mañana.


SEIS (10/01/04)

Creímos que el tema de las mallas no daba para más, pero esta tarde la realidad nos abofeteó en la cara: sí, el tema de las mallas da para más.

Un coqueto hombre mayor se estiró cerca nuestro sobre la arena, y a su lado una dama se sentó en una reposera, dando comienzo ambos a una charla que duró gran parte de la tarde.

Un codazo de mi mujer me puso en estado de alerta, y al seguir su mirada me encontré con que el coqueto y barbado sujeto tenía puesto como traje de baño... un zoncillonca amarillo cuyo elástico decía "Calvin Klein". Este hombre resolvió, de un modo genial, eliminar todos los complicados pasos intermedios que el resto de los mortales damos desde el momento en que nos levantamos de la cama hasta el de tumbarnos en la arena.

Cuando el tipo se fue, comprobamos que la única prenda que había traído, haciendo abstracción de su slip amarillo, era una remera gris muy cortita.

Barruntamos que el chabón se despertó, tomó un café, manoteó la remera y se vino a la playa, así de simple. Y si para llegar aquí tomó el bondi de la costa, que al mediodía viene con gente hasta las manos, el señor de la foto merece subirse al podio de los héroes. Se habla mucho de la liberación femenina, pero tal vez sea hora de empezar a hablar de la masculina.

Por la noche recorrimos la zona céntrica de Mar del Plata, esa Babilonia donde una multitud sin obligaciones deambula contemplándose a sí misma en medio de voces, luces y músicas, sorteando las mesas y sillas de decenas de cafeterías y negocios de comidas rápidas colocadas en plena calle.

Como todos los años, la realidad supera a las fantasías más afiebradas. Siendo casi medianoche, partía desde la puerta de una elegante parrilla una cola de aspirantes a comensales de media cuadra de largo. Sí, ¡media cuadra! Me alegré de haber cenado en casa antes de salir.

En la cuadra siguiente había un montón de gente mirando algo. Cuando pasé por allí, me desayuné con que el objeto de tanta curiosidad era un actor muy maquillado y vestido de dama de principios del siglo pasado, que iba y venía barriendo la vereda con un escobillón mientras le decía algo a cada uno que pasaba.

Y uno de los que pasaba era yo.

—Yo a vos te conozco del año pasado —me dijo.

—Qué memoria que tenés, mami —le contesté, con total imprudencia.

—Te recuerdo porque te la pasabas metiéndote el dedo en la nariz, asqueroso —me retrucó, para regocijo de los espectadores.

No me quedó otra que sonreír y continuar mi camino, maldiciendo los rápidos reflejos de ese sujeto y mi estupidez de querer pasarme de vivo.

Y llegó mi momento estelar de la jornada. Al llegar frente al Shopping Peatonal fui abordado por dos tremendas mujeres, pintadas como puertas, vestidas como para ser vistas desde un satélite y mostrando mucha pierna.

—Bombón, tenés que ver nuestro show, estamos aquí arriba, en el Auditorio del shopping, no te vas a arrepentir —me embocó la de peluca naranja, tomándome de la cintura.

—La boletería está acá a la vuelta, la entrada sale quince pesos para dos personas, bebote, y hay mucha música, mucho humor y mucha onda —agregó la de peluca platinada, pasándome un brazo sobre el hombro.

Ese fue el comienzo, porque las dos no paraban de hablarme y sentí que el momento se estiraba como un chicle. La verborrea de ambas era notable, así como notable era la proximidad de sus cuerpos con el mío.

Busqué con la mirada a mi mujer, y la vi muy sonriente junto a una docena de personas que me observaban con atención. Mi mente trabajaba a toda máquina buscando un resquicio para zafar, y recordé al tipo del escobillón, ahora envidiando sus reflejos.

—Está bien, chicas, me convencieron —les dije—, pero antes, ¿nos sacamos una foto?

Mi mujer tomó la instantánea, les di un beso de despedida a las chicas, algunos idiotas aplaudieron y marchamos en dirección de la boletería. Al doblar la esquina apuré el paso con la firme intención de llegar al jeep y hacerme humo. "Rajemos, Liliana, estas locas se coparon conmigo", le dije a mi media naranja.

—Locas, o locos, según como se mire —me contestó.

Busqué en mi bolsillo el volante que me habían dado. Decía "Las criollitas, irreverentes, desenfadadas, comiquísimas, mucha bombacha y humor crocante, cuatro travestis en escena".

Hasta mañana.


SIETE (11/01/04)

Sigo consternado por la descomunal tragedia de fin de año en el concierto de rock de Cromagnon. Es una nube negra que me sigue a todas partes y me hace dar vueltas en la cama aquí en Mar del Plata, mientras pasa por mi mente el videoclip de las imágenes y testimonios del horror de esa noche.

La cofradía del rock no la integran en exclusiva, como dijo erróneamente el escritor Abel Posse en una nota publicada en el diario La Nación hace unos días, los jóvenes que están fuera del sistema económico y carecen de perspectivas a futuro. Aprovechando que la palabra está de moda, le contesto a Posse que los hacedores y seguidores del rock trazan una línea "transversal" en la sociedad. Desde Elvis Presley para acá, son gente joven y también gente grande, que viven en las villas, en departamentos de Barrio Norte, en casitas modestas y en caserones con jardines, y que están desocupados, trabajan en un banco, son empresarios o atienden un locutorio, que estudian en la facultad o no estudian nada, que no escriben jamás o lo hacen desde Mar del Plata para el diario LA SÍNTESIS.

Hay muchísimas bandas de rock en Argentina, algunas son conocidas y la mayoría no. Todas ellas abonan, con diferentes grados de eficacia e idoneidad, un magma de talento, energía, creatividad e ideales juveniles, y se asoman a la vida diciendo o gritando lo que les gusta, les asombra o les duele, cantando ideas y sentimientos que exponen a la consideración de unos pocos o de miles empuñando estas armas de destrucción masiva: guitarras, baterías, bajos y teclados.

Hasta ahora evité escribir sobre el tema, y me reservé esta historia como un dolor íntimo, una congoja volcada en algunos poemas escritos para mí mismo.

No se asusten, no los voy a fatigar con nada de eso. Tan sólo le voy a ceder la palabra a un pibe que integra una banda de las llamadas "de garaje" por su casi anonimato y escasa convocatoria. Es un integrante de la banda "Carceleros del Destino". Estas son algunas de sus frases:

No somos ajenos a lo que pasó. No podemos ni queremos serlo. Todo el ambiente del rock está involucrado en esto, ya que todo el ambiente del rock es culpable de todo esto.


Las partes tendrán distintas cuotas de culpa, responsabilidad y complicidad, y nadie —absolutamente— puede sentirse ajeno a lo que pasó, y decir o pensar "¿yo...?, yo no tengo nada que ver".

Creemos firmemente que el primer personaje responsable de la historia, es Callejeros. No podemos seguir con la farsa de que los únicos culpables son Chabán y el Estado Argentino. Basta de hipocresía, gente. Todos los que conformamos el ambiente del rock, sabemos muy bien que las bandas son las que fomentan el uso de bengalas, comprándolas, haciéndolas pasar en la prueba de sonido y entregándoselas al público.

Callejeros sabía perfectamente que era un riesgo muy grande tocar en un lugar como República Cromagnon, con capacidad para 2000 o 3000 personas, habiendo llevado 10 días antes casi 20.000 a una cancha de fútbol. Callejeros sabía perfectamente la cantidad de entradas sobrevendidas que hubo, no sólo en la fecha del desastre, sino también en la del miércoles y el martes. Y Callejeros sabía perfectamente que el público iba a llevar bengalas y pirotecnia. Callejeros, como hasta este momento todas las bandas del rock argentino, no cuidó o supo cuidar a SU público, el mismo que hace que ellos estén donde están.
Los "Chabanes" que el ambiente tiene en su haber actualmente también cargan con una gran parte de culpa de lo que pasó. El sólo hecho de cerrar una fecha sabiendo lo mismo que sabía Callejeros, los hace responsables a la misma altura. Pero el agravante de esto es que Chabán sí estaba al tanto (y si no lo estaba, debería haberlo estado por ser el responsable) de que las puertas de emergencia estaban trabadas con alambre, candado y un barral en forma horizontal, cosa que seguramente Callejeros no sabía. Expertos en el tema dijeron a los medios de comunicación que si la totalidad de las puertas de emergencia hubiesen estado abiertas, estaríamos lamentando un puñado de heridos y ninguna muerte.
El Estado. Siempre el Estado. ¿El Estado habilitó un lugar público sin controlar el material del techo, o de las paredes? ¿El Estado habilitó un lugar público que no tiene un sistema eléctrico de emergencia? (Sigamos citando a los expertos... "si los extractores que el lugar tiene hubiesen tenido un sistema de luz aparte y hubiesen funcionado durante el incendio y el desalojo de víctimas, se hubiese sacado la totalidad del humo del local en aproximadamente una hora"). Sí... el Estado lo habilitó.
Tenemos un último personaje colectivo que interviene en la tragedia. Su responsabilidad no está a la altura de los tres antecesores, pero sí tiene responsabilidad. Y el porcentaje que no tenga responsabilidad lo tiene de complicidad. El público de rock en general es cómplice y responsable de lo que pasó. LO SOMOS y no seamos falsos negándolo. A cualquier integrante de una banda de rock, le hubiese gustado hasta el 30 de diciembre, que alguien prendiese una bengala o un fuego de artificio durante un tema suyo. Y a todos nos gustó ver como durante el show de alguna banda se prendían varias bengalas al mismo tiempo, iluminando las canciones. Es más, tal vez muchos hayan prendido alguna bengala, la hayan sostenido, o la hayan aprobado al tenerla cerca. Somos responsables de las muertes y cómplices de lo que pasó.
Le tocó a Callejeros en Cromagnon con 6000 personas. Le podría haber tocado a Maldita Suerte en Cemento con 1000. O a Trabajo Sucio en el Marquee con 500. O a Carceleros del Destino en El Duende con 250. O a cualquier otra en Planta Alta con 75. Éste es el punto, le podría haber pasado a cualquiera que tenga una banda y organice un recital. Seguramente hasta hoy no lo veíamos, pero en Chacarita hay 185 cajones más que hasta el 30 de diciembre. Lo menos que tenemos que hacer es darle valor a esas muertes.
CARCELEROS DEL DESTINO NO VUELVE A TOCAR EN UN LUGAR CERRADO QUE NO CUMPLA CON LAS REGLAS QUE EL ESTADO IMPONGA DE AQUÍ EN MÁS Y CON LAS REGLAS QUE, POR OTRO LADO, LA BANDA CREA NECESARIAS PARA LA SEGURIDAD DE SUS INTEGRANTES Y DE SU PÚBLICO.
Prefiero tocar en una plaza, un domingo a las 5 de la tarde. Repudiamos de aquí en más el uso de pirotecnia en lugares cerrados, y el uso indiscriminado en lugares abiertos. Y pedimos públicas disculpas a las víctimas de la tragedia, los internados y los familiares por nuestra responsabilidad en esta historia y nuestra complicidad.
Hasta mañana.


NUEVE (15/01/04)

Ayer volví a pegar el faltazo en mi columna diaria. Esta vez no tengo excusa: después de cenar me quedé dormido como un idiota.

Hoy viernes estuvo nublado y con calor hasta las tres de la tarde, en que se descargó un suculento chaparrón que nos hizo correr como gamos para guarecernos.

Si hubiera estado junto a nosotros el periodista Alfieri, de Mar del Plata, hubiera comentado "esta es una intensa precipitación pluvial, los concurrentes a esta arteria comercial debieran percatarse de que los amigos de lo ajeno podrían aprovechar esta circunstancia distractiva para sustraerles el dinero que portan para vacacionar en esta ciudad de índole turística". Esto, traducido al castellano, significa algo así como "llueve mucho, la gente debería tener cuidado con los ladrones que podrían aprovechar para robarle el dinero que trajeron para sus vacaciones", pero el bueno de Alfieri prefiere expresarse de una manera alambicada que él debe tener por precisa y correcta. Este muchacho es un caso incorregible.

Nos metimos en una casa de deportes muy grande y bien surtida que está en la comercial y en ascenso calle Güemes, y observamos divertidos el espectáculo gratuito del carnaval de bocinazos, embotellamientos a granel y gente corriendo como loca y saltando sobre las cunetas anegadas. La condición física de los turistas, hasta poco antes caminantes perezosos mirando vidrieras, consideramos que es aceptable. No pudimos ver —pese a nuestros fervientes deseos, cámara en mano— que ninguno se pegara un porrazo en sus saltos acrobáticos desde o hacia las veredas.

La aparición fantasmal de un vendedor a nuestras espaldas con un "¿desea ver algo, señor?" interrumpió nuestra atenta observación del show, y nos hizo entrever en un milisegundo que tendríamos que justificar nuestra permanencia más allá del cobijo por la lluvia.

—Sí, quisiera comprar una camiseta de Unión Apeadero —le respondí al toque.

—¿Es un club de fútbol o de rugby?

—De fútbol, por supuesto.

El joven vendedor comenzó una paciente revisión de camisetas, y por un rato estuve escuchando, además de los bocinazos allá afuera, el ruidito metálico de las perchas al moverse sobre el barral del exhibidor.

—Debe ser un club con poca hinchada, ¿no? —aventuró el vendedor con poco tacto.

—No te creas —me calenté un poquito —, recién pasaste una del Betis y también otra de Excursionistas, que no son clubes muy populares aquí en Mar del Plata, ¿no te parece?

—Me voy a fijar en el catálogo —el muchacho se justificó en su prudente retirada.

Rato después regresó con un mensaje previsible: "No tenenos camisetas de Unión Apeadero, a lo mejor entran la semana que viene".

Vi de reojo que afuera la lluvia seguía firme y pareja, y no era cosa de empaparme por culpa de ese mocoso.

—También me interesa una camiseta del club La Lola. ¿Tenés de La Lola?

El sujeto me miró de una manera extraña, y creí entrever una pícara intención de hacer una rima con mi pregunta. Su respuesta estaba cantada:

—Me voy a fijar en el catálogo.

Cuando desapareció rumbo a su bendito catálogo, vi por la vidriera que la gente volvía a caminar en lugar de correr. La lluvia había cesado de modo tan repentino como comenzó, y yo decidí dar por finalizado mi capítulo deportivo en la calle Güemes saliendo del local en ese preciso momento.

Me monté en el jeep y enderecé hacia la costa, para el lado del Casino. Paré frente al Hotel Hermitage —en la vereda de enfrente, desde luego— aprovechando el lugar que me dejó un auto que estaba estacionado y salió en ese momento.

Este tradicional hotel, que durante muchos años fue de propiedad del empresario Guido Parisier, desde hace bastante tiempo pertenece a otro empresario, Florencio Aldrey Iglesias. Bajo la batuta de Florencio el hotel se agrandó con la edificación de una torre que da sobre la avenida Colón, en la parte posterior, y además tiene enfrente playa propia —antes playa Las Toscas, de uso público— y también borró del mapa a todos los barcitos que había en ese sector de la rambla para transformarlos en el "paseo Hermitage", que incluye un shopping del tipo "todo por dos pesos".

Florencio también es el dueño del diario La Capital, de las dos radios AM de la ciudad —LU6 y LU9—, de las dos radios FM de esas AM —Universo y Atlántica—, del canal 2 de TV de cable, de una empresa de socorros médicos, de otra de lácteos y vaya uno a saber de cuántas más, por lo que sospechamos que llega a fin de mes sin sobresaltos.

Sentado en el jeep frente a su famoso hotel de cinco estrellas, me vino a la mente imaginar que, por algún motivo, yo quisiera criticar al tío Florencio. Que deseara contarle a la gente de Mar del Plata, pongamos por caso hipotético, que la intendencia de la ciudad se mudó, de hecho, desde el viejo edificio de piedra de Yrigoyen y Luro hasta el Hotel Hermitage. No por medio de camionetas cargadas de escritorios y archivos, sino trasladando el intangible centro de toma de decisiones ejecutivas de la comuna. Ya lo dijo El Principito: "lo esencial es invisible a los ojos".

Bueno, en ese caso yo tendría un flor de problema. ¿En dónde hablo? ¿En dónde escribo? En Mar del Plata ni ahí. Debería intentarlo en Coronel Pringles, Claromecó o Chascomús.

O tal vez en Saladillo. En esa ciudad hay diversidad de medios, y calculo que si yo quisiera criticar a la señora Azucena Del Solar por sus cartas al diario LA SÍNTESIS, lo podría hacer en el mismo diario LA SÍNTESIS, o en alguna FM de esa ciudad.

LA SÍNTESIS ya sopló dos velitas, ayer sopló la segunda. Las distintas opiniones de la gente, sean o no de la simpatía del diario, tienen cabida en su formato digital o en el de papel. Sin las ataduras invisibles a los ojos de vínculos comerciales, políticos, religiosos, o tan sólo de amistad, el diario construye lo mejor que puede y dentro de sus posibilidades un espacio de información y opiniones, abierto y sin autocensura, del que me enorgullezco ser una porción pequeña pero entusiasta.

Como diría el mencionado Alfieri, LA SÍNTESIS es "un paradigma del esfuerzo titánico con visos de ciclópeo por alcanzar las altas cumbres del periodismo en aras de la información inherente al ser humano".

Empezó a llover de nuevo, y en este jeep te mojás, loco, porque no tiene capota. Salí a los piques esquivando coches, y me mandé por Las Heras buscando un árbol para estacionarme debajo.

La "precipitación pluvial" me estaba empapando.

Hasta mañana.


DIEZ (16/01/04)

Ayer a la noche le tocó el turno a la calle Alem, cercana a Playa Grande. Asociarla con la zona del Village Recoleta es inevitable; incluso comienza en una de las esquinas del cementerio viejo de Mar del Plata, como para que el parecido se nos presente con mayor evidencia.

Ya nos habían comentado que es el lugar del “pre-dancing” de la ciudad, donde los jóvenes se reúnen cerca de la medianoche, comen, escuchan música, pasean, y luego se dirigen hacia el norte hasta la avenida Constitución, en la otra punta de Mardel, donde están los boliches bailables, el “dancing”. Es el equivalente en este siglo veintiuno de la “milonga” de nuestros padres, de los que no recordamos la mención de “pre-milonga” ni nada semejante.

En Alem, muy iluminada y atractiva, sobreabunda la oferta gastronómica: hay restaurantes hermosos, pubs, choperías, parrillas, bolichitos muy bien puestos de comida al paso —que son mayoría— y también negocios de venta de ropa, farmacias, librerías, locutorios, quioscos y la infaltable hamburguesería de la eme amarilla, con un común denominador: están todos muy bien presentados, y da gusto caminar esas ocho cuadras por ambas veredas apreciando los detalles.

Las ganas de comer una golosina nos hicieron entrar a un quiosco, y fue una sorpresa descubrir que al ras del piso de madera había un rectángulo de blindex, muy iluminado, repleto de grandes caracoles de mar y trozos de coral. Bellísimo.

Las chicas y muchachos tienen copado el ambiente, todos bronceados y con ganas de pasarlo bien, más allá del suficiente o poco dinero que lleven encima. Vimos muchos locales abiertos sobre la vereda con comidas mejicanas, con mucha cebolla y mucho picante. No nos animamos a probar esos manjares temiendo un desarreglo en nuestro exquisito organismo. Recordamos, por experiencias anteriores algo negativas, que una vez degustados y pasada la prueba de tolerancia de la garganta y el esófago, todavía no se puede cantar victoria; aún resta superar la prueba del día siguiente, que es la verdadera prueba de fuego en el preciso sentido de este término.

Estacionado en una esquina, sobre una calle transversal, un Renault 11 nos llamó la atención. Tenía abierto el portón trasero, y casi tapado por varias personas había un tipo inclinado hacia adelante, haciendo algo indescifrable con un ruido muy parecido al que sentís en una cerrajería cuando te hacen el duplicado de una llave. Créase o no, el Renault 11 es una cerrajería móvil, y ahí estaba este brillante sujeto trabajando a pleno.

Se mostró muy complacido con sacarse una foto para LA SÍNTESIS, aunque lamentó no tener la gorrita que usa siempre porque “me la olvidé en casa como un salame, si venís mañana me podés fotografiar con la gorrita”. Agregó que la revista TXT le había hecho una nota a doble página unos meses atrás, y que si la cosa seguía así se iba a hacer tan famoso como el Diego.

Podemos asegurar que vimos muy pocas cerrajerías tan completas y con tantos elementos como la que este hombre lleva en su auto. Un verdadero fenómeno de creatividad que descubrió el filón para ganarse la vida.

Nos dio un poquito de envidia la visión y el acierto de este exitoso laburante, y más aún porque nosotros carecemos de esas virtudes. Es probable que contando con un capital inicial similar al suyo, nos hubiéramos mandado de cabeza a fabricar piquitos para boinas de vasco, para luego quejarnos de lo mal que nos fue con el negocio.

Una aglomeración de jóvenes que impedía el paso en una vereda y una música de rock que sonaba bastante bien detuvieron nuestros pasos. Era un local con pantalla gigante hacia la calle que mostraba a la banda que tocaba adentro. Un cartel escrito con tiza anunciaba a “Turf” a partir de las diez, y ahí estaban los muchachos, encendidos y contentos, haciendo su música y alegrando la noche. Sacamos varias fotos y escuchamos varios temas, y el dolor que llevamos en el alma desde fin de año nos hizo prestar atención, mucha atención, al tamaño de la puerta abierta desde la que el sonido salía hacia la calle. Todo bien, todo tranquilo, sigamos escuchando.

El olor inconfundible del mar, que está a pocas calles de allí, nos tomó de sorpresa al llegar a una esquina. Se impuso a los muchos olores de comidas que nos estaban acompañando, y se impuso al deseo de terminar con la recorrida por Alem faltando nada más que una cuadra.

Los pasos nos acercaron a la costa, cruzamos la avenida y aceptamos la muda invitación de un banco de piedra vacío. Sin músicas y sin otra luz que la claridad lechosa de la luna, nos desprendimos de la “palpitante actualidad” como de una pilcha innecesaria.

Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro y las aguas verdes
y los cielos puros me vieran pasar.


Los versos de Alfonsina Storni surgieron espontáneos, puede ser que por la semejanza de sus cadencias con las de las olas que rompían al llegar a la orilla, dale que dale.

Diez minutos después, o a lo mejor una hora después, nos marchamos a casa.

Hasta mañana.


ONCE (17/01/04)

Esta es la última nota desde Mar del Plata. Desde mañana lunes volveremos a nuestra casa de Buenos Aires, para ver cómo nos las apañamos con las rutinas de siempre desde un cuerpo bronceado, una mente que por quince días transitó por caminos distintos, y un espíritu más predispuesto para el ocio creativo que para los trabajos que nos ponen el pan en la mesa.

Les pedimos disculpas a los lectores de esta columna, pero no tenemos el tiempo ni la disposición para extendernos en las descripciones que enviamos a diario a Saladillo. Nuestro hotelero nos mira con malos ojos.

Optamos por sustituir las palabras por algunas imágenes representativas de estos quince días de sol y calor en la playa, y de abigarrado espectáculo nocturno, como nostálgica despedida. Nuestras vacaciones llegaron a su fin junto con nuestro dinero; debemos los últimos tres días de alojamiento.

El plan no nos puede fallar: luego de enviar por mail este material desconectaremos la PC, y con ella y los bolsos al hombro nos descolgaremos por la ventana usando las sábanas que anudamos con esmero durante toda la tarde.

Mi mujer bajará primero, ya la convencí con un pretexto cualquiera. Hay un ovejero alemán con la trompa muy negra y ojos de loco merodeando siempre por la parte de atrás del hotel.

Hasta pronto.