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    Azucena Del Solar
Azucena no se rinde, carta a La Síntesis


Azucena Del Solar


Azucena no se rinde (08/03/04)


Azucena Del Solar
Azucena Del Solar (foto de juventud)

Señor Director de La Síntesis:

Creí que no les iba a escribir nunca más, por fallutos y porque les falta onda.

Pero lo pensé mejor, y creo que si dejo de enviarles mis cartas ustedes se frotarán las manos satisfechos, muy contentos por haberse sacado a Azucena de encima. La actitud de LA SÍNTESIS, de ignorarme y no hacerme caso, los muestra tal como son, unos mozalbetes aburridos, cuya idea de pasarlo bomba se reduce a recorrer Saladillo con una libretita de apuntes y un lapicito en un bolsillo.

Pues aquí estoy. Y aunque seré cualquier cosa menos catequista, estoy decidida a inculcarles que deben dedicar más tiempo a la alegría, la diversión y el jaleo. Esta actitud que les predico nos colorea las mejillas y enriquece nuestra vida interior, y al decir esto me refiero a mejorar la vida del espíritu y no a engordar los parásitos del intestino.

Lo que les dije de poner distancia entre ustedes y yo, va muy en serio. Con el animal de mi cuñado firmamos el boleto de compraventa de una casita en la ciudad de 25 de Mayo, y ya tenemos vendida nuestra vivienda actual, con gallinero incluído.

Nos mudaremos el próximo fin de semana, y estamos en plena tarea de embalar nuestros enseres. Mi cuñado, que es argentino, se muestra muy solícito y me ayuda con mucha voluntad y empeño, cosa extraña en él.

Con gran alegría encontré entre mis trastos un disco que grabé -el único- en el año 1965. Paco Torrente, un juglar muy talentoso que gustaba de mí, compuso una docena de romanzas y tonadillas, y me animó a que yo las cantara. Acepté, y luego de varios meses de recorrer romerías y cafés con Paco y sus músicos, una noche un empresario nos propuso grabar un disco. Recuerdo, como si fuera hoy, que Paco se emocionó tanto que se le cayeron las castañuelas al piso.

Pero la dicha me duró lo que dura un estornudo: unas semanas después, Paco me dejó por Maruja Zabala, una profesora de taquigrafía flaca, insulsa y con nariz de Pinocho, que caminaba con tanta gracia como lo haría un pingüino en una calle empedrada, y cuyo único encanto consistía en ser la hija del acaudalado dueño de una fábrica de chorizos colorados.

El aroma de los chorizos fue irresistible para el juglar Paco Torrente. Regaló su guitarra, nos mandó a sus músicos y a mí a freír buñuelos, y se dedicó a partir de entonces a besuquear a su pajarraco y a la novedad de comer todos los días.

Así y todo, alcanzamos a grabar el long-play "Los cantos de Azucena". Cuando se lo mostré, mi cuñado se echó a reír a carcajadas señalando la tapa del disco, no sé por qué, y me dijo "Azucena, sos una flor de boluda". Es la primera vez, en muchos años, que este animal se muestra gentil conmigo, y tiene la insólita delicadeza de compararme con una flor. Algo está cambiando en él, ojalá que esta nueva etapa en nuestras vidas sea mejor que la anterior, y logremos una armonía que nunca tuvimos.

Cuando estaba envolviendo las copas en papel de diario, llegó mi vecina Gladys. Estuvo ayudándome un buen rato, es una mujer muy buena y trabajadora. Se mostró todo el tiempo intranquila y, de pronto, me dijo que tenía que irse. Su rostro ensombrecido mostraba preocupación, y cuando le pregunté el motivo, me respondió, conteniendo un sollozo, que estaba segura de que a su hija de catorce años le están creciendo las tetitas torcidas. Voy a extrañar mucho a Gladys.

Dejé de lado mis tareas, y salí a caminar por Tapalqué. Necesitaba tomar aire fresco y estirar las piernas. Son mis últimos días en este lugar, donde encontré cobijo y sustento al llegar desde mi amada España con mi finada hermana.

"¿Qué será de mí?", me pregunté entonces y me pregunto ahora. Es el mismo interrogante que me hice en el tórrido verano de 1956, mientras me bañaba desnuda en un recodo del Guadalquivir, en cuyas aguas busqué alivio para mi cuerpo achicharrado por el sol de mediodía. A poco de sumergirme en la frescura del río, un perro enorme y lanudo pasó corriendo por la orilla y se llevó entre sus fauces toda mi ropita, que había dejado doblada y prolija a la sombra de un alcornoque.

La inoportuna llegada de unos niños, y su estúpida curiosidad infantil por verme salir del agua tal como Dios me trajo al mundo, me mantuvieron allí casi hasta el crepúsculo, cuando un guardia que hacía su ronda llegó en mi auxilio y ahuyentó a esos enanos retardados. El hombre me alcanzó la chaqueta de su uniforme, y logré salir del río, bien fresquita pero con los pechos convertidos en pasas de uva por la prolongada inmersión.

Adiós, Tapalqué. Hola, 25 de Mayo. Una nueva vida comienza para mí, y confío en encontrar la dicha y la plenitud que hoy no tengo.

Al menos, espero que mis amaneceres sean distintos, sin la calandria imbécil que me despierta con su canto, todos los días, a las cuatro y media de la mañana.

Azucena Del Solar