Serenidad y mansedumbre (02/03/04)
Azucena Del Solar (foto de juventud)
Señor Director de La Síntesis:
Pensé que el sábado pasado, al no ver la carroza de LA SÍNTESIS en el Corso de Saladillo, iba a sufrir un patatús.
En ese sentido, había tomado algunas precauciones antes de viajar desde Tapalqué. Como el arrugue de ustedes, periodistas, o mosqueteros, o lo que sean, me lo veía venir con mi intuición femenina casi infalible, suprimí el revuelto gramajo al mediodía y me tomé un tecito de boldo acompañado con unas pocas tostadas untadas con jalea real. Y también convoqué a mi vecina Gladys, que me tira del cuerito cuando ando con el intestino remolón, para que me acompañara al Corso y no me perdiera de vista.
Mi mansedumbre y resignación de la semana pasada, y mi escaso entusiasmo mientras cosía mi traje de Mujer Maravilla dándole al pedal de la Singer, fueron preparando el terreno para mi serena actitud cuando "El Señor de los Anillos" recibió el premio a la mejor carroza, y mantuve mi glacial e inmutable compostura hasta que "El Circo de Piñón Fijo" obtuvo el sexto premio.
Sólo esbocé una reacción airada cuando ya me iba, y un vendedor de pochoclos (*) me gritó "¡Por qué no te mandás un par de vueltas, mamita, a ver si desaparecés!". Le respondí, con voz helada y echando fuego por los ojos "¡Vete a cagar, tú y tus mierdas de pochoclos!". Gladys me apretó el brazo, y luego me empujó al asiento de atrás del coche de mi cuñado, que se reía como un idiota festejando la ocurrencia del vendedor.
En el viaje de regreso me mantuve en silencio, y las palabras de consuelo de Gladys me entraban por un oído y me salían por el otro, mientras mordisqueaba el papel dorado de mi vincha y escupía los pedacitos por la ventanilla.
Estos cinco viajes entre Tapalqué y Saladillo que hice en febrero para asistir a las noches de Corso, y que fueron cinco frustraciones, me hicieron rememorar otros viajes semanales entre dos ciudades que hice en el año 1951, acompañando en su auto a mi novio Don Esteban Miraflores. Eran otros los tiempos, y otras las ilusiones.
Fue la única vez en mi vida que estuve cerca del dinero grande, pues Don Esteban era el propietario de dos fábricas de profilácticos en Vigo y en Santiago de Compostela, que le mantenían muy ocupado yendo de la una a la otra, supervisando la producción y juntando billetes a dos manos, en vista de que las ardientes hormonas de los gallegos le procuraban una venta abundante y pareja durante los doce meses del año.
Nuestra relación terminó cuando Esteban quiso mezclar el amor y los negocios. Me propuso involucrarme en sus empresas, con una remuneración fija, poniéndome a cargo del departamento de control de calidad. Cuando me mostró mi oficina, la ausencia de ventanas y el enorme espejo que había en el techo me hicieron sospechar sobre la verdadera índole de mis futuras tareas. "¡Si tú piensas que has de tenerme aquí encerrada inflando y desinflando globitos para luego guardarlos en cajitas, te has equivocado de medio a medio, Esteban Miraflores!", le dije, y me marché para siempre de su lado.
Alberto García, Rubén Basabe, Wenceslao García y Charly Castro: ustedes son ídolos con pies de barro, y creo que esta es la última vez que les escribo. Me han ganado por cansancio, y el desinterés que han puesto en armar una carroza para desfilar con ella es el único motivo de mi derrota.
Como consecuencia de mis desilusiones, de mis lágrimas y de mis sueños agitados, les cuento que mi salud está algo quebrantada. Ayer aproveché la visita de Leo, un mozalbete vecino mío, ex estudiante de medicina y de ocupación indescifrable, y le pedí que me dijera qué podía hacer para recuperarme. Me indicó que me hiciera enemas de aceite de girasol cada hora y media, y si bien pasé una tarde muy entretenida, ahora mi debilidad es mayor. También mi rostro ha desmejorado, y luce ojeroso, abotagado y de color de ceniza. Cuando estoy frente al botiquín del baño, parece que desde el espejo me observara un mapache huérfano y desnutrido.
Estoy evaluando la posibilidad de irme de Tapalqué y sentar mis reales en la ciudad de Veinticinco de Mayo. Mi corazón me dice que en estos momentos debe haber más distancia entre LA SÍNTESIS y esta humilde bailaora. A pesar de todo, sigo teniendo el Corso en la cabeza, y aunque el animal de mi cuñado diga que me circula a contramano, la alegría y el jaleo fueron y serán el motivo de mi vida.
Sé que en febrero de 2005 el Carnaval volverá a desatar el hormigueo de mi sangre. Confío, pero sólo un poco, en que pueda tener una revancha.
Hasta entonces, los aerosoles de nieve, que esta vez no pude usar, seguirán guardados en mi buhardilla, tan a oscuras como las risas de mi alma.
Azucena Del Solar
(*) En Argentina se denomina pochoclos a las rosetas de maíz.
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