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    Conchillas en el baldecito
Apostillas veraniegas publicadas en La Síntesis en enero 2004


Conchillas en el baldecito

Apostillas de un verano en Mar del Plata


UNA (06/01/04)

LA SÍNTESIS estará hasta mediados de este mes en Mar del Plata, para brindarles apostillas veraniegas que les hagan llegar el calor y el color de las vivencias de las vacaciones en esta fantástica ciudad.

conchillas A estas apostillas, con el debido respeto y sin segundas intenciones, las denominaremos "conchillas en el baldecito", conchillas por la variedad y cantidad que hay en la orilla de toda la costa, y baldecito porque las seleccionaremos entre los cientos de ellas que recogemos en nuestro deambular por la ciudad.

Durante el día, instalamos nuestra base de operaciones en el balneario "Leo". Después de prolongadas cavilaciones, y luego de evaluar más de sesenta balnearios, nos decidió su ubicación, al lado del faro de Punta Mogotes, su estacionamiento amplio y arbolado, y su hermosa playa, que podemos recorrer hacia el sur pasando por lugares donde sólo se accede desde la ruta con camionetas de doble tracción y otras donde hay una impresionante concurrencia de jóvenes, y también hacia el norte pasando por las playas de Punta Mogotes hasta llegar a la del Puerto, la del aroma fatal. También influyó un poquito en la elección de "Leo" un precio acomodado que supimos conseguir, esto no lo negaremos.

En este balneario ondean banderas de países americanos y europeos, pregonando de modo sutil su pretensión de nivel internacional, y desmentido con toda prolijidad por los "aguantá la mano", "dame otro de milanesa" y "decile al pendejo que no grite tanto, Pocha" que se escuchan con toda nitidez al recorrer las hileras de carpas.

Nuestra tarea será periodística y aeróbica, diurna y nocturna, y somos optimistas, ya eliminamos la palabra "imposible" de nuestro vocabulario.

Desde el primer día del año hasta hoy inclusive tuvimos espléndidas jornadas de sol a pleno, llevamos cinco al hilo. Una racha diabólica, como diría algún entrenador de fútbol.

Nuestra malla de baño color verde uva inició su sexta temporada consecutiva, y la indisimulable vejez que trasunta su tela percudida minó por su base a las expectativas que teníamos de impactar al sexo opuesto con nuestro aspecto de tipos "cancheros" y experimentados. Las estimamos, con viento a favor, en un magro quince por ciento.

El revitalizador aire marino, con su yodo y sus sales, nos puso de nuevo en órbita en el aspecto deportivo. Su influjo energizante ha hecho que el chin-chon, la escoba de quince y el truco volvieran a ser una parte constitutiva de nuestras vidas.

Por las noches recorremos el centro y los lugares "de onda" para palpitar la movida marplatense. La diversión y la comida ocupan los aspectos centrales, y los precios accesibles permiten, después de varios años de ayuno en ambas materias, una módica y merecida satisfacción. No obstante, la variedad de la oferta da lugar a conciliábulos familiares, y hemos visto a padres, con su prole hambrienta a la hora de la cena, mirar despacito y con reconcentrada atención las listas de precios de las vidrieras de los restaurantes, frotando sus barbillas con la mano, y con idénticos motivos por los que Aladino hacía lo propio con su famosa lámpara.

Hoy, un sol tórrido se derramó impiadoso sobre todos nosotros, y nos obligó a un generoso embadurnamiento corporal con crema de protección número veinte. A las cuatro de la tarde, la misericordia tomó la forma de una nube espesa y grandota que agradecimos con unción desde nuestras reposeras de plástico.


DOS (07/01/04)

Hoy no fuimos a la playa. A la mañana llovió, y aunque a la tarde salió el sol y subió la temperatura preferimos hacer una recorrida sin destino fijo.

El punto flaco es el penoso estado del pavimento en casi toda la ciudad, pero las zonas de casas bellísimas rodeadas de flores y árboles, como es el caso de unas cincuenta manzanas a la altura de Playa Grande, nos hicieron pensar en por qué no vivimos en lugares así. Envidia en estado puro.

Anoche recorrimos la zona de la peatonal San Martín y la Rambla del Casino. Nuestro propósito era semblantear la oferta de espectáculos populares que pululan al aire libre, con el tradicional sistema de "la gorra".

Por si alguien no lo conoce, este sistema consiste en que los artistas realizan sus números, y al finalizarlos se acercan a los espectadores para solicitarles una contribución voluntaria de dinero. Es decir, el show se lleva a cabo ante un público entusiasta o curioso, que aplaude a rabiar chistes, bailes, cantos o cabriolas, y cuando los protagonistas se acercan con la mano tendida se produce el desbande general, ya que de un modo curioso y sincronizado todo el mundo es presa de una irrefrenable compulsión por caminar rápido y continuar con su paseo en ese preciso instante. Eso tal vez se deba a una glándula secreta instalada en algún distrito de nuestra anatomía, y es muy probable que el desciframiento del mapa del genoma humano nos dé una respuesta precisa, en pocos años más, por boca de algún barbudo alemán de guardapolvo blanco.

Nada hay nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés, y esta cultura en embrión volcada a las calles, protagonizada por ilustres desconocidos y menesterosa del aplauso y del dinero del público, se empeña en darle la razón. De un modo parecido actuaron en el pasado cómicos de la legua, payadores y titiriteros.

La oferta de Mar del Plata 2004 es variada, y reconoce diferentes escalas de talento, gracia y capacidad de comunicación. En la peatonal, a la altura de la fuente, algunas personas, hombres y mujeres jóvenes, corren como locas entre la multitud gritando "Roberto, Roberto", a algunos los toman del brazo y les preguntan "¿no vio a Roberto?". Se trata del comienzo de una obra teatral en plena calle, y el sistema para convocar un auditorio y generar expectativa nos pareció fantástico, más allá de la obra en sí, que por razones de tiempo no alcanzamos a presenciar.

Ya en la Rambla, un par de salvajes con cara de cemento se turnaban para descerrajar chistes de una grosería inaudita ante un público que no aplaudía pero emitía unos "Jua, Jua, Jua" atronadores. Huimos de este contrapunto de baja estofa como de la misma peste, no sin antes parar la oreja para grabar en nuestra memoria un relato acerca de un loro que decía ciertas cosas y que no conocíamos.

Más adelante, un émulo de Ricky Martin, alto, delgado y teñido de rubio con claritos, se movía con frenesí entre dos hileras de mesas, bailando y haciendo "playback" con el conocido tema "Livin la vida loca". Me quedé con la boca abierta como un idiota, juro que todavía no puedo creer que más de ciento cincuenta personas se lo bancaban a pie firme.

En la zona de los Lobos Marinos de piedra había otra aglomeración, y la música que zumbaban dos considerables equipos de sonido era un valsecito criollo, ejecutado y cantado por dos guitarristas con vestimenta de gauchos, pero raros. Ambos estaban con alpargatas, y tenían bombachas y camisas color caqui. Pero en sus cabezas lucían gorritas de béisbol, y esto sí que no lo teníamos. Esa híbrida indumentaria nos indujo a hondas cavilaciones, procurando descifrar el enigma, y para no faltar a la verdad debemos confesar que no logramos una teoría plausible.

Ya en cercanías de la Pileta Cubierta, casi en penumbras, un individuo solitario, flaco y vestido con ropas oscuras, tocaba la guitarra y con voz afinada y suave cantaba una hermosa canción de Víctor Heredia. Media docena de personas lo escuchaban en silencio, y era cerca de medianoche.

"Que vuelva bruñido el bronce,
que se limpien las banderas;
quiero ver una fila entera
de soldados desfilando
y todo un pueblo cantando
con renovada pasión.
Quiero de nuevo el honor
aunque no existan victorias,
quiero llorar con la gloria
de una marcha militar,
y un banderín agitar
frente a un ejército popular... "

Cuando terminó la canción, un cono de luz iluminó el estuche de la guitarra. Me acerqué, y puse un billete.

El helicóptero de la Bonaerense, como todas las noches, volaba sobre el mar sin hacer ruido, y su potente reflector barría la costa para que todos nos sintiéramos seguros y felices.


TRES (08/01/04)

Como hoy no hizo mucho calor y el sol quiso jugar a las escondidas, decidimos cambiar nuestro rumbo y en lugar de ir a la playa nos fuimos a la Laguna de los Padres. Este lugar paradisíaco, ubicado en las afueras de la ciudad, nos permitió un cambio de ritmo en el veraneo, y pasamos del rock and roll de la arena y las olas al vals de las aguas mansas y los árboles apenas mecidos por la brisa.

Luego de manejar escasos veinte kilómetros ya estábamos desplegando lonas y reposeras a orillas de la laguna. Desde la última vez que estuvimos aquí notamos una mejoría general en el cuidado y conservación del lugar, incluso ahora se puede navegar en canoas canadienses y veleros pequeños, además de los clásicos botes de remos de fibra de vidrio con los que los grandes salen a pescar y los pibes a hacer despelote.

Laguna de los Padres Caminamos despacito bordeando el tranquilo espejo de agua, y las tímidas olitas que casi pedían permiso para llegar a la orilla hicieron inevitable la comparación con el estruendo y la espuma de las del balneario "Leo", que intentaron la irreverencia de despojarnos de nuestra malla de baño color verde uva.

Cámara digital al hombro, tarde de resolana y mucho silencio, casi dimos una vuelta completa al perímetro de la laguna. La paz de la naturaleza en calma intentaba imponerse a nuestro espíritu de acelerados habitantes del cemento, pero firmes en la nuestra estábamos decididos a forzar la aventura, de otro modo nuestra columna de "La Síntesis" sería un insoportable bostezo y el director Alberto V. García nos retacearía, con justo motivo, sus habituales envíos de efectivo para viáticos.

En un recodo, a la sombra de un árbol desmelenado, tuvimos la súbita impresión de un "déja vú".

Esos arbustos encharcados y el perfil desvaído y azulado de la Sierra de los Padres allá a lo lejos, por encima de la línea de árboles de la otra orilla, nos recordaban algo ya visto, lo mismo que el agua casi celeste y las olitas de juguete que apenas rizaban la superficie.

¡Ya está! ¡Es la foto que vimos en una revista! ¡Es la del lago Ness, en Escocia, donde apareció varias veces Nessie, un dinosaurio fantasmal, grande como una ballena y con cogote de jirafa!

Con mano temblorosa apuntamos la cámara al centro de la laguna, ignorando los brazos lejanos que se agitaban llamando a una ronda de mate, y nos dispusimos a ingresar en la Historia. Mientras pasaban los minutos veíamos en nuestra mente el título principal del diario "La Capital" de Mar del Plata del día siguiente: "Enviado de LA SÍNTESIS de Saladillo fotografió un monstruo en la Laguna de los Padres". ¡Cuánta emoción, cuánta alegría, cuánto orgullo, cuántos billetes enrollados adentro del chanchito de cerámica!

Con un nudo en el estómago notamos un movimiento extraño en el agua a unos cincuenta metros. Por centésima vez verifiqué los parámetros de toma de la cámara, centrando la crucecita del fotómetro en el remolino producido por algo oscuro e indefinido. "Está viniendo para acá", me dije con el corazón casi fuera del pecho.

Me apoyé en el árbol desmelenado, y con el zoom óptico y el zoom digital al máximo gatillé y gatillé como un poseído, seguro ya de tener entre mis manos la prueba irrefutable de que un bicho prehistórico chapoteaba en una laguna argentina.

Cuando saqué el ojo del visor el agua estaba como antes, no había nada, solamente un bidón vacío navegaba alejándose con torpeza.

Mis acompañantes ya no estaban a la vista, esfumados por una más que probable caminata.

Pulsé el botón del visor de cuarzo líquido de la cámara como quien abre la tapa de un cofre desenterrado en una isla del Caribe. Hice visera con la mano para ver mejor, y ahí estaba, nítido, el animal que me había cambiado la vida en una inolvidable tarde marplatense. En su lomo escamoso, clarito clarito, podía leerse "Ness - jugo de pomelo concentrado - Ind. Arg."

Los gigantes volvieron a ser molinos de viento y nada más que eso.


CUATRO (09/01/04)

Luego de nuestra frustrante experiencia de ayer en la Laguna de los Padres, nos hemos jurado quedarnos en la costa y olvidarnos por un buen tiempo de safaris fotográficos a la caza de animales prehistóricos, históricos y eventuales engendros mutantes que depare la evolución de las especies.

Hoy Mar del Plata nos regaló una tarde con un tiempo sensacional. El balneario "Leo" que a la mañana languidecía sin gente en medio de una bruma marina que borraba el horizonte y se comía la punta del faro, por la tarde recibió un viento suave del noreste que se encargó de limpiar el cielo y empujar hacia sus carpas a centenares de turistas que se quedaron casi hasta la noche.

La planicie de silicio se pobló de caminantes y el mar recibió a los que, sin saberlo de modo consciente, buscábamos en el clásico chapuzón volver por un ratito a ese lugar confortable y amistoso donde empezamos todos: la panza de la vieja donde estábamos relajados y sin problemas, según recordamos.

El harén que nos acompaña estuvo muy ocupado eligiendo aritos, pulseritas, cadenitas, collarcitos y otros objetos similares que no sabemos cómo se llaman pero que sospechamos son también trascendentales e imposibles de soslayar en la conformación de la canasta familiar. El vendedor ambulante portador de estos tesoros fabulosos era un joven muy simpático tan negro como la malla de mi mujer, un natural de Senegal que vive en Buenos Aires y hace la temporada en esta ciudad, y que se las rebusca muy bien con el idioma. Estos muchachos son conocidos en la jerga popular como "azules", aludiendo a la pigmentación de su piel que, de tan negra que es, parece azul.

Por fortuna los dioses hoy estaban de nuestro lado, y el entusiasmo inicial ante la mercadería, que presagiaba un descalabro inminente de nuestras finanzas, se tradujo, al fin y al cabo, en el alivio de un par de aritos por seis pesos. La montaña parió un ratoncillo.

La más dinámica de las meseras de "Leo", que responde al nombre de Ángeles, hizo sus acostumbradas e interminables idas y venidas por entre las filas de carpas con termos de agua caliente, jugos, facturas, café, licuados y todo el rosario de vituallas que reclaman nuestros estómagos. Con su vestido playero, el pelo rubio largo y suelto y su sombrero de paja tipo cowboy, su tez muy blanca contrasta con nuestros bronceados. Pero el contraste es aún mayor entre sus labores y nuestros ocios.

fútbol playero Los encargados del balneario hacen la vista gorda con el cumplimiento de la prohibición de jugar a la pelota en la playa, alabados sean. Cuando comienza a caer el sol es el turno de los picados en la arena húmeda, bien cerca del agua, en la cancha lisita y perfecta que el océano se encarga de construir todos los días con cada marea. Ahí no importa la edad, ni el estado físico ni las dotes de los jugadores. Los jugadores somos casi todos, y el premio no lo ganan los que meten más goles sino todos los que juegan: una porción de nuestras vidas dedicada a correr detrás de una pelota, reírnos, caernos, con mucha onda y casi casi borrando las diferencias entre compañeros y adversarios. Una democracia en estado puro, anterior y superior a la de los antiguos griegos.

barriletes Mientras el deporte reinaba en la arena, en el cielo de nuestra playa se agitaban decenas de barriletes. A lo largo de la tarde varias promotoras canjeaban un barrilete por dos etiquetas de una marca de helados, y muchos pibes se entusiasmaron con ellos. Con los helados, por supuesto.

Si el canje hubiera sido por etiquetas de yerba o de bronceadores, de seguro no hubiéramos disfrutado todos de un cielo azul y glorioso congestionado por estas frágiles y sencillas máquinas voladoras, sostenidas de un piolín por manos infantiles. Una ilusión en estado puro, anterior y superior a la de los modernos adultos.


CINCO (11/01/04)

La noticia del día en Mar del Plata fue la llegada al puerto de la fragata "Libertad" de la Armada Argentina, proveniente de Buenos Aires, al mando del capitán de navío Pablo Vignolles.

fragata Libertad y panorámica de Mar del Plata

Son ya bastantes las ocasiones en que hemos presenciado partidas y arribos, tanto en esta ciudad como en Buenos Aires, de este barco majestuoso y de una belleza que nos corta el aliento, con el valor agregado de que en su popa ondea una bandera celeste y blanca que siempre logra que sintamos humedad en los ojos y mariposas en el estómago. Siempre.

Estuvimos presentes en la Escollera Sur haciéndole el aguante desde que era un puntito en el horizonte, al igual que el colega Alfieri de Todo Noticias, la gente de Canal 8 de Mar del Plata y Crónica TV.

fragata Libertad entra a Mar del Plata "Off the record", coincidimos con ellos en que hoy, pese al numeroso público, faltó la emoción de otras veces. Creo que los factores fueron varios: navegó el último tramo a palo seco, impulsada por sus diesel, cuando lo lindo es verla con todas las velas desplegadas; los gavieros no estaban parados en los mástiles; el día era gris y desapacible; fue acompañada en su ingreso por poquísimas embarcaciones locales; no existió la consabida algarabía de sirenas de los barcos anclados en el puerto; y la flota de pesca costera (la de las clásicas barcas amarillas) estuvo ausente. De todo esto damos testimonio en las pequeñas imágenes de esta nota.

También quisimos dar otro testimonio gráfico a los lectores de "LA SÍNTESIS", y sorprenderlos con algunas fotos atrevidas de bellas señoritas. El viernes estuvimos en "Playa Franka", el parador de la vedette Moria Casán, para decir "Saladillo presente" y registrar, con entusiasmo profesional, el corte de corpiños que se realiza todos los años. Teníamos el dato de que, al cumplirse diez años ininterrumpidos de esta magnífica liturgia laica, las invitadas para inaugurar el "topless" 2004 eran chicas de abundantes cualidades y turgentes virtudes que superaban a las de veranos anteriores.

Concurrimos con la idea, tal vez equivocada, de que las imágenes de ese momento trascendental de la temporada serían juzgadas y justipreciadas por sus valores estéticos, y también por sus valores estéticos y además, por sus valores estéticos.

Pero no pudo ser. Varios señores jóvenes, altos y musculosos, nos dijeron que nos teníamos que ir, pese a nuestra insistencia y a la exhibición de impecables credenciales: una tarjeta con el logotipo de LA SÍNTESIS, en colores y plastificada, con la firma original del director Alberto V. García, prendida con un ganchito en nuestra remera con la lengua de los Rolling Stones.

Tal fue la rabieta que nos agarramos, con flemas incluidas, que tuvimos que regresar a la ciudad y guardar reposo hasta hoy.

Así es la vida, queridos saladillenses. Rara vez nuestras expectativas son refrendadas por los hechos, y las desilusiones son moneda corriente en este valle de lágrimas.

Las velas que quisimos ver no estuvieron nunca, y los corpiños que no quisimos ver estuvieron donde siempre.


SEIS (12/01/04)

Parece que es cierto que el Sur también existe, como ha dicho Mario Benedetti en su poema musicalizado por Serrat.

La gente joven tiene una movida muy importante en el complejo denominado La Caseta, que se encuentra a unos tres kilómetros al sur del faro de Punta Mogotes.

La Caseta aglutina varios paradores: Abracadabra, Taio y La Mega son algunos de ellos. La venta de bebidas y comidas, la "bijouterie" artesanal, los tatuajes temporarios: todas las actividades se cobijan en rústicas y hermosas construcciones de madera sobre la playa. La cantidad de jóvenes que hay todos los días es espectacular, la primera vez que fuimos creímos haber llegado a la céntrica playa Bristol por la escasa posibilidad que hay allí de clavar una sombrilla y extender una lona. Sobre todo en la zona más cercana a la orilla, los muchachos y las chicas están de pie, caminan, conversan y bailan con la música de numerosos equipos de sonido distribuidos en una franja de unos quinientos metros. Casi todas las tardes alguna banda conocida brinda un recital gratuito. Ya anduvieron por allí Los Piojos, Attaque 77 y Los Ratones Paranoicos, entre otros, así que pueden imaginarse las multitudes que se congregan.

Debemos confesar que esta onda nos resulta más atractiva que la mayoría de los espectáculos de los teatros del centro de la ciudad. Por supuesto que esta es una opinión personal y para nada objetiva, ya que nuestro costado rockero, que aún abreva en el mítico recital de Woodstock de Joan Baez, Jimi Hendrix, Joe Cocker y otros grandes artistas fallecidos o devenidos glorias venerables, tiñe todos estos comentarios.

Escuchar rock a las seis de la tarde, sin pagar un peso, descalzos, en malla, sobre la arena que ya no quema, con bosquecitos y dunas detrás de los músicos y con el inmenso océano a nuestras espaldas, sobrevolados por gaviotas que a esa hora se acercan desde el agua a buscar restos de nuestras comidas playeras, es para nosotros la vivencia de una nueva égloga, pariente lejana pero no diferente en su esencia de la de Salicio y Nemoroso.

Estos pastores, personajes literarios que deambulaban en comunión con la naturaleza, conversando de alma a alma mientras apacentaban sus literarias ovejas, se conectan por un hilo casi invisible con el estruendo electrónico de estos otros pastores de voces roncas y desafiantes que se aferran al mástil de su guitarra como aquellos a su cayado. Sentimos que también aquí se produce un fenómeno de vinculación con el mundo, con los reinos mineral, vegetal y animal que nos enseñaron en la escuela.

Lo efímero de estas reuniones se compensa con su reiteración, y de seguro los viejos pastores también debían suspender sus idílicos paseos para comer, ir al baño y vender alguna que otra oveja para ir tirando.

malla = toalla Pero no todo es égloga, rock y gaviotas. El bochorno también tiene cabida en La Caseta. En nuestra visita al sanitario no encontramos toallitas de papel, y nos secamos las manos en nuestra malla color verde uva ignorando las consecuencias.

Tal como lo registró con crueldad la cámara de alguien que nos acompañaba, emprendimos el regreso como un grotesco burrito de San Vicente.


SIETE (14/01/04)

Todas las tardes, después de las cinco, en el balneario "El Álamo" se practica un nuevo deporte náutico.

En la extensa playa, y cerca de la orilla, comienzan a armarse parapentes de colores brillantes y plenos como los que se acostumbra usar en los globos de aire caliente. "Ah, aquí van a hacer paracaidismo", nos imaginamos.

kite-surf 1 Los protagonistas visten los mismos trajes ceñidos de neoprene que se ponen los surfistas, pero, ¿qué es esto? Al examinar de cerca los parapentes, notamos que son distintos a los que ya conocemos. Si bien la tela con la que están construidos nos resulta familiar, éstos son más pequeños, y tienen cinco sólidos travesaños unidos a una base curva también rígida.

Estas estructuras cóncavas e indeformables tienen unos cuatro metros de envergadura. De cada uno de sus extremos salen dos cuerdas de dacrón de entre quince y veinte metros de largo, que terminan sujetas a un extraño manubrio en forma de "u".

El misterio se devela ante nuestros ojos. A poco que estos ingenios son remontados con los manubrios y alcanzan la máxima altura que les permiten esas largas cuerdas, nos damos cuenta que esos parapentes son... barriletes, sofisticados, hermosos y espectaculares barriletes. ¿Y ahora?

kite-surf 2 Los muchachos de neoprene se acercan paso a paso hasta el agua, sosteniendo con una mano el barrilete, y con la otra una tabla rectangular mezcla de tabla de surf y patineta, con dos anclajes acolchados. Con el agua hasta las rodillas, se sientan, meten sus pies en los anclajes, dan un enérgico tirón del manubrio, la fuerza del barrilete embolsando el viento desde allá arriba los levanta, y parten como torpedos mar adentro, dejando como estela un surtidor de espuma y saltando sobre las olas a una velocidad de fábula.

Antes de que nos demos cuenta los muchachos ya están navegando a más de quinientos metros de la costa, donde quedamos nosotros con la boca abierta y rezumando envidia por todos los poros.

Más tarde nos enteramos que este deporte se denomina KITE-SURF (del inglés kite=barrilete y surf=deslizarse sobre las olas). Es muy físico, más aún que el windsurf. Quienes no cuenten con mucha fuerza y coordinación de movimientos en brazos y piernas ya pueden ir olvidándose de practicarlo. Eduardo y Rubén, dos cultores de esta flamante disciplina en nuestro país, aceptaron con mucha onda que les sacáramos una foto para LA SÍNTESIS mientras sostenían sus barriletes gigantes en la orilla, en una pausa de esta exigente navegación.

A veces surgen contratiempos, y en un momento el barrilete de Eduardo rozó la superficie del mar y decidió quedarse allí; luego de unos diez minutos de lucha con el aparejo, nuestro amigo pudo lograr que el "kite" levantara vuelo y así proseguir con su "surf" a toda velocidad.

kite-surf 3 Con los muchachos de regreso en la orilla, les pedimos que nos dejaran tantear un manubrio para tener una idea exacta de la fuerza ascendente que poseen estas multicolores máquinas voladoras, y así poder brindar a los lectores de LA SÍNTESIS una información bien completa sobre el "kite-surf". Accedieron de buen grado.

Y fue una feliz circunstancia del destino que no nos sacaran los ojos de encima y permanecieran a nuestro lado, pues de lo contrario no hubieran logrado manotearnos de nuestra malla color verde uva justo cuando nos elevábamos como un misil rumbo al agujero de la capa de ozono. De otro modo, calculamos que con el viento noreste de fuerza dos que soplaba esta tarde, por estas horas seríamos corresponsales de LA SÍNTESIS en Puerto Madryn, y estaríamos evaluando opciones de todo tipo acerca de qué hacer con el maldito manubrio.


OCHO (17/01/04)

LA SÍNTESIS acaba de cumplir un añito, y la distancia que separa a Saladillo de Mar del Plata no fue un obstáculo para nuestros locos festejos.

Ya casi terminado el tramo de las vacaciones, una billetera triste y delgada nos obligó a un esfuerzo extra de imaginación para poder celebrar como corresponde. Este diario digital ya pasó la etapa del sonajero y el purecito de zapallo, y vemos que gatea con soltura bajo la atenta mirada de su padre Alberto V. García. Y como presagio de su cercano crecimiento en páginas y notas, intenta incorporarse solito agarrándose con sus manitas del borde del sofá, de la manija del bargueño o de la tapa del inodoro.

Pensamos que las trescientas sesenta y cinco ediciones consecutivas merecían un día de playa diferente, pero lo logramos a medias. La baja temperatura del mar abrevió nuestro chapuzón, a los del restaurante se les descompuso la máquina de hacer café, se nos cayó la gorrita playera en un charco asqueroso, y la pelota que prometía un vibrante picado en la orilla se pinchó de entrada contra un ligustro asesino.

cepillos Nuestras desventuras no terminaron allí. Al retirarnos del balneario comprobamos con desencanto que no salía agua de ninguna de las cuatro canillas de la piletita de cemento donde nos sacamos la arena de los pies, y que los administradores de "Leo", como sucedáneo, habían atado a dichas canillas cuatro piolines con otros tantos cepillos de los que se usan para lavar los autos. Nosotros, que somos unos tipos muy difíciles, en lugar de alabar el esfuerzo imaginativo de los fulanos nos calentamos un poquito y pedimos explicaciones. La respuesta de estos genios del litoral marítimo fue que "las canillas las arruinan los chicos que las usan para inflar bombuchas, y estamos hartos de arreglarlas todos los días, por eso las reemplazamos por los cepillos".

Este razonamiento impecable y cristalino dejó a nuestros pobres pies atrapados en el cepo de una variante marplatense del silogismo aristotélico:
1) Todos los que quieren sacarse la arena de las patas deben usar un cepillo.
2) Charly quiere sacarse la arena de las patas.
3) Charly debe usar un cepillo.

Modestamente, opinamos que con decirles a los pibes que falta un mes para Carnaval y que no inflaran bombuchas se hubiera solucionado el tema, pero esto lo decimos de puro criticones que somos.

el sochori de dorapa Más tarde, emperrados en que la cosa debía repuntar, resolvimos regalarnos con una opípara cena, y sin dudarlo nos dirigimos a "El Sochori de Dorapa", un conocido quiosquito de comidas rápidas de la avenida Juan B. Justo. La bondad de sus productos y sus precios acomodados saltaban a la vista: cuatro taxis y dos remises estacionados junto al cordón de la vereda, y seis profesionales del volante haciendo un alto en la tarea, comiendo a dos carrillos e intercambiando anécdotas con la boca llena.

Un séptimo comensal, de "dorapa" a nuestro lado, al mismo tiempo que agregaba unos toques de chimichurri a su "sochori", inició una conversación que resultó en un monólogo. Nos contó que lo apodan "El Pájaro", y que trabajaba como pastelero en una conocida y afamada confitería de la ciudad, y que la relación de dependencia estaba viciada por abusos de horarios, escasa remuneración y trato descortés. Hasta aquí, es la historia de casi todos nosotros.

Pero un día decidió mandar al dueño a paseo, con la puteada de rigor, y se dedicó a cuidar coches en la zona céntrica, cerca de un par de bancos. Las creciente cantidad de monedas recogidas, la vida al aire libre y el no tener un jefe lo entusiasmaron. Su espíritu emprendedor y un estudio de mercado intuitivo y callejero, sumados a su simpatía, comenzaron a darle un toque profesional a la nueva tarea. Incluso pactó con empleados de los bancos y otra gente que trabaja en la zona, que en lugar de darle unas monedas todos los días le pagaran una suma fija mensual. Algunos de sus clientes incluso le dejan las llaves de los coches para que él los estacione en lugares con sombra.

"El Pájaro franelita" ha mutado, de hecho, a "El Pájaro S.R.L.", y sin activos fijos ni complicaciones contables, a base de esfuerzo y honestidad nuestro héroe redondea una aceptable suma por mes, y vive con sencillez haciendo lo que le gusta.

Por un rato escuchamos con agrado, por boca de su protagonista, esta variante citadina del gusano y la mariposa. Un último sorbo de cerveza y un apretón de manos nos separó en la tibia noche de Mar del Plata.

En el auto, y rumbo a casa, nuestra esperanza nos enredó sin remedio el recuerdo aún fresco de esta historia con la de un bebé que gatea en Saladillo y quiere caminar y dejar los pañales.


NUEVE (18/01/04)

El baldecito juntó nueve conchillas marplatenses.

Se nos terminaron las vacaciones. Llegó el inexorable Domingo 18 de Enero y debemos regresar a Buenos Aires.

Ojalá hayamos transmitido a los lectores un poquito de lo que significa Mar del Plata para muchos de nosotros, argentinos habitantes de ciudades enormes y abrumados por escapes de vehículos, ruido, falta de dinero, batallando unos con otros y contra otros para dar paz a nuestros estómagos y metiendo codazos para hacernos un lugarcito en la platea. Y encima con la tiranía del reloj, que desde nuestra propia muñeca nos marca el ritmo del candombe. Desde el momento en que llegamos nuestro espíritu fue soltando lastre, y a pocas horas de la partida nos sentimos renovados, animosos y con la musculatura tonificada por las largas caminatas y los picaditos en la playa.

La mala prensa que tiene Mar del Plata todos los años a partir del mes de diciembre ya es un clásico de una parte considerable del periodismo capitalino. Al igual que en todas las temporadas, se informa que aquí los precios son altos, se maltrata al turista, no se puede descansar, hay mucho ruido, hay robos, hay crímenes, y así siguiendo.

El mensaje es claro: "no veraneen en Mar del Plata, es un desastre". Las intenciones que hay detrás de este lema implícito en las notas, notejas y "flashes" que son moneda corriente en todos los medios, se las dejo como tarea para después del almuerzo.

Esta ciudad no es el paraíso terrenal, de eso no cabe duda. Pero sus males no son más graves ni tantos como los que nos asuelan en casa, ni en la mayoría de los balnearios de todo el mundo, hasta donde sabemos.

Durante diecinueve días recorrimos "Mardel" de punta a punta, centro, playas, barrios, cines, restaurantes, locutorios, tiendas y fruterías, y se los decimos con una mano en el corazón: no vimos una sola persona aterrorizada por el delito, ni abrumada por los precios excesivos, ni enloquecida por la falta de tranquilidad.

Lo que sí vimos es una Autovía 2 por la que los autos arriban en caravana, 16 días de playa sobre 19, paisajes urbanos y silvestres maravillosos, gente bronceada jugando a la paleta, abuelos que se divierten con sus nietos en el agua, muchísima gente joven practicando el fabuloso deporte del "levante" que urgen sus hormonas, todos con un espíritu diferente al de la vida de los trabajos y obligaciones del resto del año. Tolerantes y con ganas de pasarla bien. La propaganda en contra es constante, pero parece que no le damos mucha bola.

Un pelotazo en la espalda es respondido con un "no pateen tan fuerte, muchachos, le pueden pegar a alguna mujer". Un auto que nos encierra en una mala maniobra nos pone en la boca un "tené más cuidado, papi, casi me chocás". A este tipo de cosas me refiero al decir que estamos aquí con un espíritu diferente.

Tampoco detectamos mucho "stress" por estos lares. El gordo de la carpa de enfrente lee "Clarín" mientras explora plácidamente su nariz con el meñique, demostrando que sacar pan del horno es una tarea ni rápida ni sencilla. Dos chicas de la Guardia del Mar a las que guiñamos un ojo nos sonrieron amistosas. En las largas colas de los teatros percibimos una alegre expectativa. Tampoco vimos nervios en las cajeras de los supermercados ni en los muchos y muchas que hablan por sus celulares hasta en la orilla del mar. Hay policías por todos lados, patrulleros circulando día y noche, "canas" con zapatillas por la arena y hasta hay un grupo de uniformados en patines. Por la noche, el helicóptero de la Bonaerense recorre en silencio la costa desde Cabo Corrientes hasta La Perla, iluminando las carpas y sombrillas vacías con el ojo de cíclope de su potentísimo reflector. Lo sentimos mucho por el señor López Murphy y compañía, pero los dichos de esos capullos no se compadecen con la realidad.

Pasamos unos días hermosos y plenos, que ojalá se repitan el próximo año.

Es domingo y nos vamos de la playa. Las sombras de la tarde se alargan hacia el mar, y les decimos adiós a nuestros lectores desde la atalaya de los guardavidas de un balneario "Leo" casi desierto.

La respiración del océano es tranquila y acompasada, nos despide a nuestras espaldas con un azul profundo veteado por el blanco de las olas que vienen y vienen.

Con un beso en el que ya hay nostalgia, devolvemos el baldecito a nuestro sobrino. En la gran metrópoli no juntamos conchillas.

chau Leo